
El escritor Antonio Machado. Diseño: Rubén Vique
La ciencia y la literatura (I): Antonio Machado y la entropía del universo
El conocimiento científico, como rama ineludible de la cultura, también permea en la producción literaria de su época, formando parte de los mimbres del pensamiento de todo tipo de escritores.
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Por mucho que se suela identificar la "cultura" con las denominadas obras "humanísticas", los temas científicos también penetran en ocasiones en este tipo de obras. Difícilmente podría ser de otro modo, puesto que el sujeto y objeto de la ciencia es la naturaleza, y como parte de ella estamos nosotros, los humanos, esos seres sintientes sin los que no existirían ni novelas, ni ensayos, ni poesías. Buscar las huellas de esa presencia en esas obras es una tarea parecida a la del arqueólogo, solo que se trata de arqueología cultural en el más amplio y noble sentido de la palabra, la cultura entendida de manera que no margine a la ciencia, fruto también de los "humanos".
Recientemente me he encontrado con un par de esas huellas. La primera, inesperada, al leer el discurso ¿Qué es la poesía?, que Antonio Machado preparó para su entrada en la Real Academia Española, algo que desgraciadamente nunca llegó a suceder, una víctima más, aunque de otro tipo, de esa guerra civil que maldijo a España en 1936-1939 (cierto es que pudo haber pronunciado antes su discurso, pues fue elegido en 1927). De la otra, protagonizada por Edgar Allan Poe, trataré en mi próximo artículo.
Editado su discurso por la RAE, que organizó un acto vinculado a la exposición Los Machado, que ahora se muestra en la sede madrileña de la Academia (antes estuvo en Sevilla y Burgos), en su discurso don Antonio escribió: "Yo no creo en una próxima edad frígida que excluya la actividad del poeta. Que el mundo venidero haya de ser, como supone Spengler, el de una civilización fría, puramente intelectualista y técnica, me parece una afirmación temeraria. Tampoco la aspiración de las masas hacia el poder y hacia el disfrute de los bienes del espíritu ha de ser, necesariamente, como muchos suponen, una ola de barbarie que anegue la cultura y la arruine. No está probado que el principio de Clausius rija en lo espiritual como en el mundo de la materia, y que una difusión de la cultura suponga una ineluctable degradación de la misma".
Y añadía unas frases que deberían quedar esculpidas en la piedra más duradera: "Difundir la cultura no es repartir un caudal limitado entre los muchos, para que nadie lo goce por entero, sino despertar las almas dormidas y acrecentar el número de los capaces de espiritualidad".
No lo puedo saber, claro está, pero me aventuro a pensar que Machado, que no solo nos legó poemas inolvidables, sino también agudas reflexiones de la mano de su alter ego, Juan de Mairena, habría estado de acuerdo conmigo en sostener que la buena, la imprescindible cultura es una que no margina a la ciencia, que, como muchos parecen creer especialmente estos días, no es patrimonio de los literatos, necesarios como estos son.
Pensar de esta última manera es contribuir a algo que a don Antonio, espero, y sin duda a otros de su tiempo, como José Ortega y Gasset, horrorizaba, a favorecer una idea de España cutre, anclada en un pasado, "bendecida" por una supuesta "espiritualidad" propia casi exclusivamente de nuestra estirpe. "Nuestra generación —escribió Ortega en El tema de nuestro tiempo (1923)— si no quiere quedar a espaldas de su propio destino, tiene que orientarse en los caracteres generales de la ciencia que hoy se hace, en vez de fijarse en la política del presente, que es toda ella anacrónica y mera resonancia de una sensibilidad fenecida. De lo que hoy se empieza a pensar depende lo que mañana se vivirá en las plazuelas".
Y si esto pensaba en 1923, qué no diría hoy, porque nos guste o no, la ciencia y, más aún, la técnica, influirán fuertemente, acaso decisivamente, en la vida futura (ya lo hace desde hace tiempo).
Me aventuro a pensar que Machado habría estado de acuerdo en sostener que la buena cultura es una que no margina a la ciencia
Lo que acabo de decir no significa que debamos primar la ciencia, ser esclavos de ella, ni, mucho menos, de la técnica, peligro aún más presente hoy que en el ayer en que vivió Machado, quien coincidía en su rechazo a una cultura basada en la tecnología con lo que sostenía Oswald Spengler en su célebre libro Der Untergang des Abendlandes (La decadencia de Occidente).
Publicado en 1918, el año en que finalizó la Primera Guerra Mundial, en él se pueden encontrar pasajes como el siguiente: "Simplemente, no existen otras concepciones que no sean las antropomórficas, y así es con toda teoría física, no importa lo bien fundada que se supone que esté. Todo eso es en sí mismo un mito, antropomórficamente prefigurado en todos sus detalles. No existe ciencia natural pura, ni siquiera existe una ciencia natural que pueda ser considerada como común a todos los hombres".
Para Spengler, Alemania había sido derrotada en la por entonces llamada Gran Guerra, precisamente porque dominaba ese espíritu, no el propio de una neorromántica y antirracionalista filosofía vitalista (lebensphilosophie). Y qué mejor representante de la racionalidad, del positivismo, de lo analítico frente a lo orgánico, que las ciencias físicas.
Machado también hacía alusión en la anterior cita al "principio de Clausius", con ello supongo que se refería a una consecuencia del segundo principio de la termodinámica, el que dice que la entropía, una medida del desorden, aumenta inexorablemente con el paso del tiempo, conduciendo finalmente a la "muerte térmica del universo", una idea propuesta en realidad por Hermann von Helmholtz sobre la base del principio del crecimiento de la entropía elaborado por Rudolf Clausius en 1865.
Pensaba don Antonio que, aunque ese principio rigiera para "el mundo de la materia", esto es, para el conjunto del Universo, no tenía por qué constreñir a la cultura. Y así es, por supuesto. Y ni tan siquiera está claro que el destino del Universo sea el de una muerte térmica, pues existen trabajos que apuntan en la dirección de que aunque la entropía crece, también lo hace el máximo que puede alcanzar, y que lo hace de forma tan rápida que aleja al Universo de semejante destino.
En cualquier caso, no deberíamos olvidar que por mucho que dure nuestra especie, al igual que la vida terrestre, nunca se aproximará a esa paralizante muerte cósmica. Si la cultura se estanca, será por culpa nuestra.