Detalle de la portada de 'El arte de la memoria', de Frances A. Yates (Capitán Swing, 2025).

Detalle de la portada de 'El arte de la memoria', de Frances A. Yates (Capitán Swing, 2025).

Entre dos aguas

Si te he visto no me acuerdo: el intrincado laberinto de la memoria y el riesgo de una nueva evolución

La capacidad de recordar nuestro pasado se está viendo seriamente amenazada por los imparables avances tecnológicos. Puede, incluso, que nos enfrentemos ante un nuevo tipo de evolución. 

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Es una experiencia ampliamente compartida por todos aquellos que han alcanzado una edad avanzada la dificultad de recordar nombres, tanto de cosas como de personas, aunque el contexto permanezca claro en la memoria. "¡Habla memoria, habla maldita!", nos repetimos todos aquellos que sufrimos este problema.

La memoria, esa facultad sin la cual seríamos como barcos zarandeados por el oleaje, sin timonel ni rumbo determinado; la brújula y almacén que permite que recuperemos experiencias o conocimientos que hemos acumulado antes. De entre las miles de funciones y "habilidades" del cerebro, pocas son tan complejas, y si se me permite, misteriosas, como la memoria, que tiene lugar cuando se activan grupos específicos de neuronas, esas células que constituyen el cerebro, "la sala de máquinas" de los humanos (y también de otros animales).

Me maravilla todo lo que puede hacer nuestra memoria. Recuerdo, por ejemplo, que hace ya bastantes años, cuando mis hijas eran pequeñas, en uno de nuestros viajes familiares en coche, durante el verano, íbamos por mi querida sierra de Guadarrama, donde tanto tiempo pasé vagando de joven.

Paramos un rato en un solitario pinar y, al salir del vehículo, al oler el inconfundible aroma de los pinos resecos por el implacable sol castellano, inmediatamente, de alguna manera, sin imágenes, solo con sensaciones, mi "memoria" me llevó a aquel lejano, pero familiar, pasado mío. Una de mis hijas, que tiene buena memoria, no como yo, todavía recuerda las lágrimas que asomaron por mis ojos.

Memoria, vista, olfato y quién sabe cuántas facultades más unidas en lo que en realidad somos, una pluridimensional, pero a la vez coherente, unidad biológica experiencial.

En un libro en el que utiliza su propia biografía para tratar de la ciencia de la mente, En busca de la memoria (Katz, 2007), el premio Nobel de Fisiología o Medicina en 2000, Eric Kandel (1929) expresó todo esto con las siguientes palabras: "Siempre me intrigó la memoria. Es increíble: recordamos a voluntad el primer día de clases en la escuela secundaria, la primera cita, el primer amor, y al hacerlo, no recobramos el mero suceso: también vuelven a nosotros el clima del momento, el panorama, los sonidos, los olores, el entorno social. Recordamos la hora, las conversaciones que se entablaron, la atmósfera emotiva en que todo transcurrió. Recordar el pasado es una manera de viajar en el tiempo; nos libera de los límites espaciales y temporales, y nos permite ir y venir sin ataduras recorriendo dimensiones muy diferentes".

La memoria es, efectivamente, un proceso complejo que implica a múltiples partes del cerebro, que trabajan juntas. Un proceso que incluye codificar, almacenar y recuperar información, y en el que intervienen diferentes agentes: genes, proteínas, conexiones sinápticas… De ahí la dificultad que la neurociencia tiene para entender qué es y cómo funciona la memoria, los recuerdos.

La memoria es un proceso complejo que implica a múltiples partes del cerebro.
De ahí la dificultad para entender qué es y cómo funciona

La dificultad y su importancia, porque va más allá de nuestro deseo de comprender: si hay empresas nobles y necesarias, una de ellas es la de intentar encontrar un posible remedio para superar ese deterioro cognitivo de todas esas personas que padecen alzhéimer (según algunas estadísticas, en torno a cuarenta millones de personas en el mundo; en España, entre el 3 y el 4 por ciento de las personas de entre 75 y 79 años, cifra que aumenta al 34 por ciento para mayores de 85 años).

Un hecho que merece destacarse es que no existe "un centro de operaciones" de la memoria, pues esta reside en muchas partes del cerebro, entre otras razones porque existen diferentes tipos de memoria. Está, por ejemplo, la "memoria explícita", la relativa a personas, lugares y cosas, que exige la intervención de la atención consciente para su recuperación, y que se "almacena" en el hipocampo, el neocórtex y en el cuerpo amigdalino; la "memoria implícita", que no requiere de esa atención; la "memoria sensorial", la "espacial", o las de "largo y corto plazo".

Es importante también señalar que se trata de procesos dinámicos, esto es, en los que intervienen "soportes" que van cambiando de diversas maneras. Una de ellas, la facultad de desarrollar nuevas conexiones sinápticas como resultado de la experiencia, propiedad de largo historial evolutivo, que se ha conservado, un rasgo más de que la evolución favorece aquello que es "útil" para la vida en todas sus manifestaciones (hay clases de memoria en formas de vida mucho más simples que la nuestra, o de la de animales con los que estamos más emparentados).

Otra dimensión de la historia de la memoria, de la que ya se hablaba en la Grecia y la Roma clásicas, es el de las técnicas mnemotécnicas, estrategias que se crearon para retener datos diversos. La editorial Capitán Swing ha recuperado un libro de la gran historiadora inglesa, especializada en aspectos poco frecuentados de la época renacentista, Frances Yates (1899-1991), El arte de la memoria. Un talento en peligro de extinción (2025, publicado inicialmente en inglés en 1966).

Se trata de una obra que aborda temas que el paso del tiempo ha hecho olvidar, pero cuya existencia podemos comprender con cierta facilidad. Entender, por ejemplo, qué era el adiestramiento de la memoria en el mundo antiguo, carente de la imprenta, con escasos medios con que tomar notas. No es sorprendente, por consiguiente, que la memoria formase parte del noble arte de la retórica —término al que ahora se adjudica con frecuencia un significado despectivo—, pues los oradores necesitaban de algún tipo de apoyo para poder hilvanar de forma ordenada sus discursos.

Instalados, tan cómoda como impersonalmente, en el empleo de dispositivos nutridos por circuitos integrados que nada olvidan, los humanos estamos dejando de lado a gran parte de la memoria. La memoria espacial, por ejemplo, que se ocupa de nuestra ubicación, acaso termine por desaparecer, marginada por los geolocalizadores que llevamos en nuestros bolsillos (es frecuente ver por la calle a personas que no miran a su alrededor, sino a su teléfono inteligente, que les va señalando las direcciones a seguir).

Nos encontramos ante una más de las implicaciones del imparable desarrollo tecnológico, que, no es aventurar demasiado, intervendrá en algunos apartados del complejo organismo humano. Surge así la pregunta de si no nos hallaremos ante un nuevo tipo de evolución, biotecnológica, que afectará únicamente a nuestra especie, y no a todas, como sucedió con la darwiniana.