Composición fotográfica del cráter Chaplygin, situado en la cara oculta de la Luna. Imagen: NASA/GSFC/Arizona State University

Composición fotográfica del cráter Chaplygin, situado en la cara oculta de la Luna. Imagen: NASA/GSFC/Arizona State University

ENTRE DOS AGUAS

Viajeros lunares y diálogos imaginarios antes de que llegara Julio Verne

Un recorrido por los relatos científicos que también iban cargados de ventura y fantasía a propósito de la publicación de 'Utópicos, pioneros y lunáticos'

19 enero, 2024 01:22

Carlos García Gual, un sabio que, aunque conoce como pocos la Antigüedad clásica, nunca ha desdeñado el presente en casi todas sus manifestaciones literarias, ha preparado junto con David Hernández de la Fuente, profesor de Filología Clásica en la Universidad Complutense y escritor, una nueva edición de un libro que desafortunadamente pasó bastante desapercibido hace unos años, Viajes a la Luna: de la fantasía a la ciencia-ficción (ELR Ediciones, 2005).

La nueva edición, que lleva por título Utópicos, pioneros y lunáticos. Relatos de viajes a la Luna antes de Julio Verne (Rosamerón, 2023), se ha ampliado con respecto a la anterior incorporando El sueño o la astronomía de la Luna, una obra, un cuento, que ideó uno de los científicos capitales de la Revolución Científica, Johannes Kepler (1571-1630), recordado especialmente por las tres leyes del movimiento planetario, una de ellas la que postula que las órbitas de los planetas no son circunferencias, como se había sostenido desde hacía más de dos mil años, sino elipses.

Publicado póstumamente en 1634, en ese relato Kepler narraba un sueño, un viaje a la Luna transportado con la ayuda de unos demonios lunares. No es sorprendente que Kepler dejara volar su imaginación, ya lo había hecho anteriormente en un contexto netamente científico: en el libro en el que presentó su tercera ley del movimiento planetario, la que relaciona los periodos de revolución con las distancias al Sol, Harmonices Mundi (Armonías del mundo, 1619), uno de los últimos ejemplos de una manera de “hacer ciencia” poco frecuentada, y raramente fructífera.

Leyendo con cuidado la obra de Kepler se encuentran detalles que se pueden enmarcar en su biografía

Allí la poderosa mente especulativa de Kepler desarrollaba la hipótesis de que los cinco poliedros regulares que Euclides había presentado en sus Elementos, los denominados “sólidos platónicos”, polígonos convexos –tetraedro, cubo, octaedro, dodecaedro e icosaedro– cuyas caras son todas iguales, se podían inscribir y circunscribir en esferas, y que introduciendo cada poliedro insertado en su correspondiente esfera, uno dentro de otro, a modo de muñeca rusa, esas esferas se correspondían con los tamaños relativos de la órbita de cada planeta alrededor del Sol, en el modelo heliocéntrico que él defendía.

Leyendo con cuidado el relato de Kepler se encuentran detalles que se pueden enmarcar en su biografía. Uno de ellos es su relación con Tycho Brahe (1546-1601), el último gran astrónomo anterior a la invención del telescopio, del que Kepler fue ayudante en Praga y posteriormente su sucesor como Matemático Imperial en la corte de Rodolfo II.

Antes de instalarse en Praga, Brahe había dispuesto de un observatorio con todo tipo de facilidades para sus observaciones astronómicas, Uraniburgo, que había construido a modo de castillo en la isla de Ven, situada en el estrecho de Sund, que separa Dinamarca de Suecia, con la ayuda financiera del rey Federico II de Dinamarca, observatorio que tuvo que abandonar cuando el sucesor del rey no mantuvo ese apoyo. En El sueño, Kepler imagina que él también había compartido las investigaciones de Brahe en Uraniburgo, algo que nunca sucedió.

Este detalle es una muestra del hecho de que las obras de ficción que escribe un científico raras veces son completamente imaginadas, y que con frecuencia contienen elementos que sirven para comprender mejor su biografía, algo que, por otra parte, a menudo sucede en las obras denominadas de literatura, en especial en la actualidad, en la que proliferan novelas que tienen mucho de autobiográfico, lo que, creo, pone en duda la capacidad creativa que se espera de un novelista.

Utópicos, pioneros y lunáticos incluye también el Viaje a la Luna (siglo II), de Luciano de Samósata; las Aventuras de Domingo González en su extraño viaje al mundo lunar, obra póstuma del obispo y teólogo inglés Francis Godwin (1562-1633); El descubrimiento de un nuevo mundo en la Luna (1538), de otro obispo inglés, que también aportó algo a la matemática, John Wilkins; la Historia cómica de los Estados e imperios de la Luna (1657), de Cyrano de Bergerac, y Micromegas. Historia filosófica (1752), de Voltaire, una entretenida historia de un viajero interestelar de descomunal tamaño y longevidad, procedente de un planeta llamado Micromegas, perteneciente al sistema de la estrella Sirio, que en su periplo conversa con habitantes de Saturno y la Tierra. Como era su inveterada costumbre, Voltaire aprovechó este relato para la crítica, en este caso a las filosofías de Aristóteles, Malebranche, Leibniz o Locke.

En Utópicos, pioneros y lunáticos echo de menos, eso sí, una obra también de ficción debida al secretario perpetuo de la Académie des Sciences de París, Bernard Le Bovier de Fontenelle (1657-1757): Entretiens sur la pluralité des mondes (1686), que la extinta Editora Nacional publicó en español en 1983 (Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos), donde consideraba la posibilidad de vida extraterrestre en otros mundos planetarios.

El diálogo imaginado transcurre entre una marquesa a la que pretende instruir un hombre (era “el espíritu de aquel tiempo”… y de otros venideros), un astrónomo tal vez. En el “Prefacio” Fontenelle dejaba claro qué era lo que pretendía: “Debo advertir a los que lean este libro y que tienen algún conocimiento de física, que no he pretendido, en absoluto, instruirlos, sino divertirles presentándoles de manera algo más agradable y amena lo que saben ya con mayor solidez. Y advierto a aquellos a quienes tales materias son nuevas que he creído poder instruirles y divertirles al mismo tiempo”.

Un buen ejemplo de cómo combinaba humor y conocimiento es el comienzo de la charla que mantienen la segunda noche, que trata, precisamente, de “La Luna es una Tierra habitada”: “A la mañana siguiente, cuando se pudo entrar en los aposentos de la marquesa, envié a saber de ella y a preguntarle si había podido dormir girando. Me hizo responder que se había acostumbrado ya a esta marcha de la Tierra y que había pasado la noche tan tranquilamente como podría haberlo hecho el mismo Copérnico”. Porque Fontenelle, aunque cartesiano y antinewtoniano irreductible, no dudaba de que Copérnico tenía razón, y que la Tierra se movía.

Hoy la divulgación científica adopta otras formas, pero sin renunciar a enseñar. Pese a que todo ello se produjo en una sociedad mucho menos relacionada con la ciencia, la de Fontenelle, Kepler y otros, era atractiva y entretenida.

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