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Ciencia

Mascarilla más que nunca

El director del grupo de NeuroVirología de la UAM explica por qué es una buena noticia que la cifra real de infectados sea superior a la oficial y comenta el cambio de criterio de la OMS sobre el uso de mascarillas

6 abril, 2020 10:55

Llevo, se supone, 9 días con síntomas de la COVID-19. Digo “se supone” puesto que, al parecer, hoy día, todo lo que no sea un esguince o accidente doméstico podría entrar dentro de esa nebulosa de “posible caso COVID”. No me han hecho ninguna prueba y, si todo termina felizmente, seguramente solo accederé, en su momento, a la comprobación serológica de haber entrado en contacto con el virus. Llevo, por otra parte, 48 horas sin fiebre, pero de momento no las tengo todas conmigo. Según algunos casos clínicos, hacia los 7-9 días desde que se tienen síntomas, cuando se empieza a producir la denominada “seroconversión”, es decir, la aparición de anticuerpos específicos contra el patógeno, en ocasiones, aparece una terrible complicación: la respuesta inmune se desregula hacia una activación inapropiada de los macrófagos pulmonares, técnicamente denominados como M1, que conducen a un estado proinflamatorio que puede agravar, y mucho, el pronóstico. Por ello, en algunos casos, tras una inicial mejoría que conlleva un optimismo legítimo, se produce una recaída que, bueno, no me anima a considerarme aún como inmunoprotegido, inmunizado y curado. Veremos en un próximo informe.

En otro orden de novedades, tres son los frentes que les traigo: la situación de España en cuanto al número real de casos y lo que ello significaría para una pronta salida, o no, de la crisis; la interpretación científica, clínica y social de un reciente artículo que marca la diferencia en cuanto a la capacidad de dispersión viral entre el SARS-CoV de 2003 y el SARS-CoV-2 de la COVID-19 y, finalmente, lo que esto supondría para la recomendación de la Organización Mundial de la Salud sobre el uso de las mascarillas protectoras. Empecemos.

Hace unos días, unos resultados publicados por científicos del Imperial College de Londres, utilizando algoritmos matemáticos que tenían en cuenta el número de ingresados en las UCI, el de fallecidos y, sobre todo, la velocidad de expansión y aparición de nuevos casos, llegó a la conclusión de que el 15% de los españoles, unos 7 millones, asintomáticos casi todos, estaban infectados por el SARS-CoV-2 y, lo que era más importante, podían transmitir al virus. Llevo comentando desde el principio de la pandemia que las cifras de infectados aportada por el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias no eran creíbles —como tampoco lo eran en Italia—. Al amplio número de enfermos con síntomas leves, entre los que podría incluirme, a los que no se les ha hecho ningún tipo de test —ni genético, ni antigénico, ni serológico— y, por lo tanto, no se han contabilizado como infectados, hay que sumar los cientos de miles —los ingleses dicen que millones— de portadores asintomáticos. Eso sí, el estudio del Imperial College también dice que se han podido evitar unas 16.000 muertes con el confinamiento. Curiosamente, España tendría significativamente un porcentaje mayor de la población infectada en comparación con Alemania (menos del 1%), Francia (3%) o, incluso, y esto es sorprendente, Italia (cerca del 10%). ¿Qué connotaciones tienen estos datos, de ser ciertos? Muchas, inmediatas y, sobre todo, buenas. Con ese porcentaje, el índice de muertes sobre infecciones, es decir, la verdadera tasa de mortalidad del virus, estaría en torno al 0.2%, a la altura de la de la gripe, como se dijo al principio —no hay que confundir este valor con el índice de muertes entre los enfermos, que es el valor que se ofrece en los medios—. Además, si ya un 15% de la población estuviera infectada, alcanzar la deseada inmunidad natural de rebaño para que el virus deje de transmitirse libremente estaría mucho más cerca en nuestro país que en el resto del mundo. Compartiendo opinión con mi excompañero del Centro Nacional de Biotecnología, Javier Yanes, ¡podríamos ser los primeros en abandonar esta horrible pesadilla pandémica!

Una explicación que justificaría lo que se acaba de comentar nos llegó el pasado 1 de abril en un Nature publicado en Alemania sobre un estudio llevado a cabo con nueve de los primeros infectados, todos ellos con síntomas leves o moderados. Al parecer, el SARS-CoV-2 se nos ha manifestado como un perfecto estratega de la guerra. Al contrario que su pariente SARS-CoV-1, más virulento, pero menos transmisible, el nuevo coronavirus es capaz de reproducirse en pacientes incluso con síntomas leves, con alta eficiencia, en las vías respiratorias superiores, produciendo cientos, si no miles, de millones de viriones infectivos por mililitro de saliva durante, al menos, una semana y hasta varios días después de la seroconversión. Esto, claro está, facilita la transmisión subsintomática entre la población mucho antes de la aparición de los casos más graves. ¿Alguna buena noticia de dicho estudio? ¡Sí! Al parecer, la presencia de virus recuperable en heces, orina o sangre de los pacientes era, si acaso, testimonial.

Finalmente, y como consecuencia lógica de los dos últimos párrafos, estaría el asunto de las mascarillas. ¿Mascarillas sí o mascarillas no? Al respecto, debo confesar que la ciencia —que al contrario de la pseudociencia es dinámica, verificable y, llegado el caso, falsable— aconseja un cambio de criterio con respecto a los primeros informes de la OMS, los cuales sugerían el uso de la mascarilla en el personal sanitario y pacientes infectados con el fin, estos últimos, de evitar el contagio a terceros. Ahora —mientras escribo estas líneas creo que el Gobierno lo va a hacer público—, las recomendaciones han dado un giro de 180º para aconsejar —o exigir— el uso de la mascarilla fuera del hogar para todo el mundo. Otra cosa es que haya material a disposición de todo hijo de vecino. Quiero terminar con una reflexión: ¿Realmente se ha producido un cambio de criterio gubernamental? Creo que no. El concepto sigue siendo el mismo, llevar mascarilla si estás infectado para evitar propagar el virus. Lo que ha cambiado es el paradigma y las evidencias científicas. Por ejemplo, usted, lector sin síntomas, ¿puede asegurar no estar infectado y, por lo tanto, no ser un peligro de transmisión del virus entre sus vecinos cuando salga a la calle? Pues eso.