El Cultural

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Ciencia

Guerra microbiológica, temperatura y adaptación

López Guerrero, nos habla del baile de mortalidad según países, la estacionalidad del virus y las vías de contagio

24 marzo, 2020 01:21

Un picoteo tonto con los amigos en una terracita soleada; compartir unas palomitas con tu pareja durante el estreno de tu película favorita; abarrotar los centros comerciales en busca de cualquier ganga… ¿Le suena todo esto? ¿no le parece, como a mí, ecos de un pasado ya casi irreal? Listillos o caraduras que se piensan con más derechos que los demás aparte, este nuevo jinete apocalíptico llamado SARS-CoV-2 –COVID-19 en los medios- supondrá, a todas luces, un cambio de paradigma científico, sociocultural, ambiental y económico: coordinación y colaboración en investigación internacional sin precedentes –si exceptuamos la lucha por la “pica de Flandes” vacunal entre EE.UU. y China-, valorar más nuestra libertad individual y sensación de colectividad, comprobar que el clima terrestre tiene todavía una oportunidad –un mes de confinamiento mundial parece bastar para hacer retroceder la polución de las grandes ciudades a épocas ya lejanas-, constatar lo frágil que es nuestro denominado “Estado del Bienestar” y la seguridad económica de los también denominados países del Primer Mundo… ¡Ah!, y por supuesto, el reconocimiento a todos aquellos profesionales que con su esfuerzo están permitiendo llevar a cabo –con sus trancas y sus barrancas- la excepcionalidad social más grande tras la Segunda Guerra Mundial. En especial, a nuestros sanitarios, desbordados con escasos medios que no han dudado desde el principio en asumir un riesgo incierto para estar en primerísima línea de esta guerra microbiológica teniendo que tomar dramáticas y dolorosas decisiones como a quién asisten con un simple respirador y a quién “posponen” a su suerte. Vaya para todos ellos mi admiración más profunda. Y en cuanto al virus, ¿qué hay de nuevo? Mucho, pero no lo suficiente…

Una cuestión vital que sigue sorprendiendo socialmente es el baile de mortalidad según países: cerca de un 3% en China, 1% en Corea del Sur, 8% en Italia, 2% en Francia, 4% en España o el increíble 0.38% en Alemania. ¿Las causas? Quizás muchas y variadas: el porcentaje diferencial de ancianos mayores de 80 años según países, la convivencia de los jóvenes –por su capacidad de movilidad los que más se infectan y menos síntomas tienen– con esta población envejecida, más vulnerable y, sobre todo, la capacidad de detectar al virus en un mayor sector de la población, incluso con pocos o ningún síntoma –cerca de 200.000 análisis en Alemania frente a unos 30.000 en España, cuando escribo estas líneas–. Sea como fuere, a todas luces no parecen muy reales tasas de mortalidad mayores del 2%.

Otra duda eterna es la estacionalidad del virus, que no hay que confundir con la ausencia del mismo en latitudes más templadas. Experimentalmente, cada día que un coronavirus pasa a más de 35ºC pierde un orden de magnitud de titulación –su viabilidad–. El MERS, un coronavirus que sí se ha adaptado a climas muy cálidos lo hace, no obstante, con muy baja transmisibilidad y dentro de camellos. La radiación ultravioleta también es letal para genomas de ARN como los que tienen los coronavirus –los genomas más grandes de ARN, por cierto–. Sin embargo, el virus se ha adaptado sorprendentemente rápido a nuestra especie –y no, no es un virus que mute especialmente rápido comparado con otros virus de ARN–; especie, la humana, totalmente susceptible y “naïve” inmunológicamente hablando que le permitirá al patógeno, seguramente con menor intensidad, mantenerse durante el verano –la gripe también lo hace–. La duda es si estamos condenados a un nuevo rebrote a partir del próximo otoño y, si lo hace, con qué intensidad –esperemos que no con la virulencia que lo hizo la gripe del 18 durante el otoño siguiente a su primer embiste–.

También preocupa mucho las vías de contagio: aerosoles, superficies contaminadas, ropa, transmisión directa, fluidos… Estudios llevados a cabo en hospitales en China en habitaciones con poca ventilación y con varios pacientes infectocontagiosos demostraron la baja presencia de viriones –partículas virales– viables en el aire. No obstante, otros estudios demuestran que, en condiciones experimentales –que no tienen por qué ser las ambientales–, el coronavirus podría permanecer en pequeños aerosoles, en suspensión, varias horas, sin que esto suponga una vía de contagio primordial. También hay estudios que le presuponen al virus una supervivencia de días en metal –excepto en cobre–, plásticos y superficies lisas, mientras que en cartón la supervivencia sería de menor, y en ropa o superficies porosas prácticamente despreciable. Insisto, son datos de experimentación con humedad, temperatura y ventilación controlada, nada que ver con nuestro día a día. También se está estudiando la posible transmisión del patógeno por heces u otros fluidos sin resultados concluyentes. De momento, ante todo este aluvión de información, lo único que prevalece es la necesidad de asegurar una limpieza estricta de nuestras manos y de las superficies más comunes de nuestros hogares como mesas o lavabos, pero también pomos de las puertas, móvil o el teclado del ordenador –con un pañuelito desechable impregnado en alcohol 70%, valdría–.

Finalmente, quería mencionar en este Diario otra polémica: los nuevos datos sobre la susceptibilidad de nuestros animales al SARS-CoV-2. En el mismo editorial de Nature Medicine donde se comenta el posible origen del virus, se advierte de que el receptor que sirve de puerta de entrada al patógeno también está presente, al menos, en gatos, hurones y probablemente cerdos. Esto no quiere decir que sean susceptibles al virus –nosotros tenemos el receptor ACE-2 en múltiples tejidos y no parece que todos sean utilizados por el virus de la COVID-19–. No se ha descrito, hasta el momento, la infección de mascotas desde sus amos, y ya llevamos más de 200.000 infecciones computadas. Eso no es óbice, y aquí lo dejaría, para que, si empieza mostrando síntomas, además de intentar aislarse lo más posible, se mantenga alejado de su querida “bola de pelo”.