Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Los infiernos de Aurora Venturini

16 diciembre, 2015 13:47

[caption id="attachment_953" width="200"] Aurora Venturini[/caption]

La escritora argentina Aurora Venturini murió el pasado 24 de noviembre a los 92 años. Poco le ha durado, en vida, la (relativa) fama. Pero va a crecer, y crecer, una vez muerta. Después de decenas de libros, Venturini dio la campanada en 2007. Presentó un manuscrito al Premio Nueva Novela del diario bonaerense “Página/12”. El jurado se quedó patidifuso ante la audacia formal y el contenido bárbaro de una novela titulada Las primas. Pensó el jurado que su autora sería una jovencita descarada y talentosa. Al abrir la plica y dejar atrás el seudónimo, se encontró con que la ganadora era Aurora Venturini, una anciana de 85 años.

¿Qué pensarán los lectores de Las primas?, preguntaron a la viejecita. Y la Venturini respondió: “¡Se van a caer de culo!”. De esto nos informó precozmente Enrique Vila-Matas. Caballo de Troya editó con celeridad Las primas en España, y ahora están también disponibles, por lo menos, Nosotros, los Caserta, Los rieles, Cuentos secretos y El marido de mi madrastra, reunión de dos colecciones de relatos que acaba de publicarse en Literatura Random House.

Recomiendo vivamente que busquen en internet el extraordinario reportaje-entrevista que Leila Guerriero escribió sobre Aurora Venturini en la revista “Gatopardo”. Impactante. Como la lectura de sus libros, que requiere de un estómago a prueba de bomba.

Venturini, con estudios de Filosofía y Pedagogía, metida a psicóloga, fue una furibunda peronista revolucionaria, amiga de Evita Perón, y, exiliada en París durante veinte años (1955-1975), tuvo amistad con Sartre, Beauvoir y muchos otros. Traductora y ensayista de poesía, Venturini estuvo desastrosamente casada en dos ocasiones y otras tantas esperó a quedarse viuda para acabar con sus matrimonios, ya que tenía muy personales y arraigadas creencias católicas.

Venturini ha dicho que su familia era una calamidad y que sus numerosas hermanas eran todas retardadas. Ella se confesaba, igualmente, anómala, anormal, excepcionalmente recuperada para la circulación gracias a la literatura, lo único que le interesaba y que no le daba asco. Porque le daba asco casi todo, desde dormir con otra persona a estar embarazada o parir.

El asco está en El marido de mi madrastra como en casi todos sus relatos, en los que ha reconocido estar presente ella misma, pues no son ajenos a sus experiencias, a su biografía. Casi alivia saber, al leer el epílogo, que El marido de mi madrastra –el cuento largo que da título al volumen- no se basa en una experiencia personal, sino que refleja un caso que trató como psicóloga: una niña violada constantemente por su padre con el consentimiento de su madrastra, también participante en el sexo en familia con otra hermana, malos tratos, sangre, asesinatos…

No es fácil tener la oportunidad de leer algo parecido a lo escrito por Aurora Venturini. Tremendismo, realismo extremo, humor negrísimo…Bah, todas las etiquetas se quedan cortas, resultan insuficientes. Universos familiares enfermos, disfuncionales, monstruosos y violentos, historias de soledad y sufrimiento, mundos de zafios y soeces –como dice la escritora-, brutales.

¿Y? ¡Qué escritura! Lenguaje rico y preciso, párrafos cortos, diálogos a cuchillo, una especie de barroquismo conceptista, directo y elusivo a la vez, con quiebros y sorpresas fulgurantes. Todo lo que pueda decirse de la oscura sordidez de las historias y de los personajes ha de sopesarse con la luminosa brillantez de un estilo deslumbrante. El juego entre lo uno y lo otro –entre algo pesado e irrespirable y algo vertiginoso y ligero- produce una impresión difícilmente repetible. ¿Alguien que se parezca a Venturini? No se me ocurre.

Lean (si se atreven), un párrafo cualquiera: “El marido de mi mamá andaba desnudo durante los días tórridos de enero; para asomarse a la vereda se ponía un gastado pantalón y calzaba zapatillas. Me obligaba a mirarle debajo de las zapatillas para que comprobara si se le había pegado alguna porquería en la suela trapera. Yo cumplía seis años cuando me agarraba y me llevaba a su pieza y me sentaba frente a él. Me decía: “Mira el gusanito cómo se mueve” y me mostraba su pie desnudo moviendo el dedo gordo con tal agilidad que parecía algo separado de su asquerosa pata; repetía este ejercicio hasta que la excitación lo tiraba al piso de madera, y ahí, retorciéndose, se ponía verde de cara, con los ojos amarillos. Yo salía corriendo de la habitación y, en el patio, mi mamá me cazaba de los cabellos y me llevaba de nuevo a la pieza, diciéndome: “¿Qué le hiciste a tu padre, atorrantita? Míralo…¿no te da lástima?””.

Otro personaje, de otro cuento, dice: “No soy como los otros”. Aurora Venturini no era como los otros. Ni como las otras.

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