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Homo Ludens por Borja Vaz

'The Red Strings Club', filosofía cyberpunk

25 abril, 2019 08:22

El cyberpunk es un subgénero de la ciencia ficción que cada vez despierta más interés por los dilemas morales, y de otra índole, que la vida moderna y el imparable progreso de la tecnología están poniendo sobre la mesa. La revolución posthumana está a la vuelta de la esquina, y los escritores de ficción, a través de todos los medios, se han arrojado a una loca carrera por tratar de adelantar las problemáticas inherentes a la aparición de una nueva forma de existencia humana: mejorada y ampliada por el desarrollo tecnológico. Una de las mayores convenciones de los mundos cyberpunk es que se desarrollan en distopías donde las corporaciones han crecido a un nivel que pueden retorcer el brazo de gobiernos sin mucha consecuencia. Corporaciones sin rostro e intenciones siempre aviesas. Pero, ¿qué pasaría si todas esas conspiraciones, en vez de circular por los ámbitos villanescos tradicionales, buscaran un objetivo humanitario más allá de la voluntad de poder? ¿Si lucharan en las sombras sin pretensiones caricaturescas?

The Red Strings Club, un pequeño juego del trío español Deconstructeam, está mucho más interesado en proponer un verdadero enfoque intelectual a los lugares comunes del género para poder plantear un reto con cierto interés al jugador. La acción transcurre en un puñado de escenarios, y de entre ellos destaca el bar que titula el juego, donde Donovan, un prodigioso barman, además de poder preparar unos cócteles con propiedades casi místicas, ejerce sus funciones como traficante de información. Su novio, Brandeis, es un hacker con tratos con un grupo activista que busca sabotear los planes de una corporación tecnológica para implantar un programa de control psicológico de la población. La aparición de una nueva clase de androide y la visita de varios pesos pesados de la compañía les dan la oportunidad perfecta para desentrañar sus secretos.

A pesar de la apariencia humilde de la obra, con una estética retro basada en el pixel art, una breve duración y reducidos valores de producción, las ideas que Jordi de Paco ha inculcado en el guion son de altura. El significado de la condición humana, el sentido de la libertad en un mundo que ofrece la posibilidad de control absoluto o el papel del individuo ante las megaestructuras sociales componen solo el marco básico de un relato que trata de abarcar desde cuestiones filosóficas básicas a concreciones más modernas, como si puede existir algo parecido a una ética del marketing. Todo ello sazonado con una ristra de personajes coloridos que circulan con naturalidad por toda la fluidez posible en cuestiones de identidad de género o sexual. Lo que en un principio aparenta ser una experiencia bastante lineal se va revelando como un elaborado tapiz donde incluso los elementos más inocuos tienen sus consecuencias, y a pesar de su corta duración (en torno a las cuatro horas), el juego se erige como una unidad compacta, que maneja bien los tiempos y administra con sabiduría sus limitados recursos.

Al ser un juego eminentemente narrativo, las mecánicas jugables se concentran en la selección de opciones de diálogo y en averiguar los principales misterios de la trama con perspicacia. Sin embargo, el título también incluye un par de minijuegos (de coctelería y alfarería) cuyos controles en Switch, donde el juego se acaba de estrenar, resultan un verdadero engorro, con un exceso de sensibilidad que no le sienta nada bien al diseño. Por suerte, estas fases no son muy extensas, pero los primeros compases se ralentizan en exceso por su causa, y puede que lleven a una frustración innecesaria.

The Red Strings Club es un juego de ideas, no de personajes. A pesar de las breves pinceladas que el juego aporta en esa dirección, y el tipo de relaciones que mantienen, una de las pocas cosas que se le puede achacar al guion es la dificultad que tiene a la hora de equilibrar el desarrollo de sus protagonistas, que quedan como meras comparsas en un ensayo legítimo, interesante y resolutivo sobre eventuales realidades del mundo posmoderno. Algunos de los acontecimientos incluyen revelaciones y giros de corte dramático, pero el efectismo queda desactivado por la poca presencia de sus personajes. Donovan y Brandeis intercambian un diálogo fresco y en ocasiones atrevido, pero muy pocas veces se muestra espontáneo. Es cierto que las limitaciones formales hacen mucho a la hora de hacer un personaje verosímil, pero el texto también podría haber entrado un poco más a la hora de perfilar quiénes son estas personas más allá de este momento concreto de sus vidas. Por esto, cuando los momentos críticos llegan, el juego no consigue provocar la resonancia emocional que se había propuesto. La falta de una actuación de voz (todo el texto aparece en pantalla) o de animaciones faciales de ningún tipo (los personajes con unos pocos píxeles) no pone las cosas fáciles precisamente, y si a eso se le suma la breve duración y la densidad general de los temas que aborda, puede llegar a entenderse, pero también es cierto que el guion podría haber profundizado más en la caracterización de sus personajes para cimentar sus conceptos más abstractos. Aun con todo, The Red Strings Club es uno de los mejores ejemplos de la escena independiente patria, que ahora mismo atraviesa un período de efervescencia que debería dar pie a una viabilidad económica que todavía se le resiste.

juanchis

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