Hitchcock en el programa 'Alfred Hitchcock presents'. Foto: Cortesía de Everett Collection / GTRES

Hitchcock en el programa 'Alfred Hitchcock presents'. Foto: Cortesía de Everett Collection / GTRES

Entreclásicos

Alfred Hitchcock, más allá del suspense

El director británico nunca rodó películas históricas, pero supo captar la atmósfera de su época y llegó a encumbrarse como cronista del desengaño.

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El director británico Alfred Hitchcock ha pasado a la posteridad como un "mago del suspense". Ciertamente, poseía un gran talento para cortar la respiración de los espectadores con giros inesperados, momentos cargados de tensión y desenlaces sorprendentes.

Todas esas virtudes se hallan en Con la muerte en los talones, una perfecta coreografía con un Cary Grant sometido a una persecución implacable a varias bandas: la policía cree que es un criminal, los servicios secretos saben que es falso, pero les conviene mantener esa idea para proteger a un infiltrado, y la organización de Phillip Vandamm, una banda de malhechores que vende secretos de Estado, piensa que es George Kaplan, un agente de la CIA o quizás del FBI.

Gracias a su ingenio y su sentido del humor, que le permite soportar horribles malentendidos y sucesivos intentos de asesinato, Cary Grant, que encarna a Roger Thornhill, un ejecutivo publicitario, sobrevive y encuentra la felicidad junto a Eve Kendall, una bellísima, elegante y sofisticada Eva Marie Saint.

Puede que haya visto Con la muerte en los talones más de veinticinco veces, pero eso no me impide disfrutar cada vez que vuelvo a ella. Evidentemente, si el valor de la película se basara exclusivamente en el suspense, no se produciría ese milagro.

Conozco de memoria los diálogos y cada secuencia, pero ese hecho no diluye el poder hipnótico de un clásico estrenado en plena Guerra Fría, cuando la posibilidad de un apocalipsis nuclear parecía una catástrofe inminente.

Con la muerte en los talones tolera una revisión tras otra sin producir hastío porque sus personajes, aunque inverosímiles, contienen todo lo que hace del ser humano una especie singular: ambigüedad, ironía, cinismo, creatividad, sentimentalismo, ambición, codicia, hipocresía, capacidad de sacrificio, hedonismo, humor y un largo etcétera.

Si Hitchcock no hubiera captado la diversidad de la naturaleza humana con su insólita mezcla de malicia y generosidad, no nos conmovería Alicia Huberman, la espía interpretada por Ingrid Bergman en Encadenados, un filme que llegó a las pantallas un año después de finalizar la Segunda Guerra Mundial.

El director británico nunca rodó películas históricas, pero supo captar la atmósfera de su época. La intriga adquiere densidad gracias a ese detalle. La última parte de Encadenados transcurre en Brasil, en un ambiente de lujo y ocio, pero sabemos que se trata de una falsa calma.

Las ruinas de las ciudades europeas destruidas por los bombardeos aún humeaban y flotaba en el aire el miedo a un nuevo conflicto que podría significar el fin de la vida en la Tierra.

Hija de un científico que colaboraba con los nazis, Alicia Huberman accede a infiltrarse en un poderoso grupo que sueña con restaurar la grandeza del Reich alemán. No se trata solo de hacer vida social y fingir que comparte sus ideas. Alicia se casa con Alexander Sebastian, un millonario que acumula uranio en el sótano de su casa.

Cary Grant es Devlin, el agente que capta a Alicia y que acaba enamorándose de ella, sin que eso le aparte de su misión de convencerla de contraer matrimonio con un criminal neonazi.

Al igual que en Con la muerte en los talones, el pragmatismo prevalece sobre el sentido ético. Se da por sentado que los partidarios de regímenes totalitarios carecen de escrúpulos, pero los defensores de la democracia no se quedan atrás en el uso de métodos inmorales.

En el cine de Hitchcock, nadie es lo que parece. En Con la muerte en los talones, un ejecutivo de publicidad, frívolo y con una vida previsible, se convierte en un superviviente capaz de superar los peligros más descomunales.

Al mismo tiempo, una joven atractiva y refinada arriesga su pellejo para combatir el tráfico de secretos de Estado y un grupo de intelectuales prescinde de objeciones morales para dirigir la inteligencia estadounidense. En Encadenados, un frío agente no consigue controlar sus sentimientos y una joven casquivana sacrifica su dignidad para redimir su pasado.

Hitchcock juega con los dilemas morales y con las contradicciones del comportamiento humano. Los villanos a veces son dignos de lástima, pues albergan emociones sinceras y grandes fragilidades, y los héroes nos sobrecogen por su frialdad y dureza.

Seducido por la belleza de Alicia y subyugado por una madre dominante, Alexander Sebastian no sobrevivirá a sus debilidades. En cambio, Devlin, más fuerte y con mayor autodominio, cumplirá su misión, desmantelando los planes de los conspiradores neonazis, pero tendrá que convivir con la culpa de haber arrojado a los lobos a la mujer amada.

Los verdaderos amantes del cine no se molestan con los spoilers. Saber lo que sucederá en el próximo fotograma les produce el mismo placer que al melómano anticipar la siguiente nota.

Las películas que solo se apoyan en la intriga no soportan un segundo visionado. Sabemos que Norman Bates apuñalará a Janet Leigh en la ducha, pero eso no nos hace bostezar. Nos estremecemos una y otra vez. Quizás de forma diferente en cada ocasión, pero el espanto sigue abriéndose paso en nuestra conciencia.

Hitchcock logra esa reacción porque escarba en lo más profundo de nuestra psique. Su cine bucea en el inconsciente y se adentra en el terreno de los mitos.

En Los pájaros, evoca la fantasía del paraíso perdido. Bodega Bay es un pequeño pueblo que parece situado más allá del tiempo. Apacible, con pequeñas casas de colores y una costa salpicada de gaviotas, parece perfecto, inmóvil y eterno, pero súbitamente se convierte en el epicentro de una catástrofe apocalíptica.

La naturaleza se revuelve contra el hombre. ¿Quizás porque este mundo arrastra la huella de un pecado que alteró el equilibrio original? ¿Los ataques de los pájaros simbolizan la caída en el tiempo, la irrupción de la historia, el fin de la inocencia?

Los personajes principales (Melanie Daniels, Lydia Brenner) se sienten abandonados. Todos anhelan ese padre omnipotente de la niñez, con el poder de neutralizar cualquier calamidad. Sin embargo, esa ensoñación no se corresponde con el mundo real. Los pájaros, con su apariencia inofensiva, solo necesitan coordinar su pequeña fuerza para revelar que nuestra especie es tan frágil como una chalupa atrapada por una tempestad.

Tal vez el aspecto más inquietante del cine de Hitchcock no es la violencia, sino el sexo. En Vértigo, James Stewart se enamora de una difunta. Su pasión necrófila casi le destruye. En realidad, es víctima de un engaño, lo cual insinúa que el amor suele estar acompañado de penumbras y abismos.

El vértigo de Scottie, el policía interpretado por Jimmy Stewart, es una metáfora de la impotencia. El amante teme no poder consumar su pasión. Esa imposibilidad le aleja del objeto amado. El cuerpo debe funcionar como un puente, pero a veces se transforma en una barrera insalvable.

En La ventana indiscreta, Jeff observa a sus vecinos con un teleobjetivo. Casi todas las viviendas están a la vista. En un gigantesco patio, casi nadie baja las persianas o corre las cortinas. Solo una pareja oculta su intimidad. Parecen dos amantes apasionados, pero su frenesí sexual solo oculta un estridente desencuentro.

Una atractiva bailarina hipnotiza a todos con sus movimientos sensuales, pero su seducción solo es un artificio para sobrevivir en la jungla de cristal y hormigón. Una solterona finge citas que nunca se producen y fantasea con el suicidio. El sexo es una cuerda que vibra sin cesar, pero no es un lazo, sino una atadura, una ficción o una promesa incumplida.

Yo siempre he advertido en la filmografía de Hitchcock un trasfondo de desengaño. Casi todas sus películas transmiten melancolía e infelicidad. Sus personajes sobreviven a toda clase de peripecias, pero sus almas quedan marcadas por el sufrimiento. Rebeca, Sospecha, Extraños en un tren, Yo, confieso o El caso Paradine evitan o minimizan los finales amargos, pero sabemos que esos desenlaces son imposiciones de las productoras.

El incendio de la Manderley expresa ese desgarro que se escamotea al espectador. Las cenizas que suceden a las llamas apenas se diferencian de ese polvo del que habla Quevedo, pero sin el triunfo póstumo del amor que salva de la desolación.

Hitchcock fue un mago del suspense, sí, pero también un cronista del desengaño. Hombre infeliz y atormentado, volcó en su cine ese sentimiento de fracaso que suele acompañar a todos los que viven con la certeza de habitar un cosmos desordenado, caótico y absurdo.