Funeral del periodista Anas Al Sharif y otros cuatro colegas de Al Jazeera asesinados por Israel, este lunes 11 de agosto. Foto: Reuters/Dawoud Abu Alkas.

Funeral del periodista Anas Al Sharif y otros cuatro colegas de Al Jazeera asesinados por Israel, este lunes 11 de agosto. Foto: Reuters/Dawoud Abu Alkas.

Entreclásicos

En defensa de la Ilustración: la razón empática contra la razón instrumental

El siglo XXI y sus limpiezas étnicas en Gaza, Cisjordania y Ucrania son muestras de cómo el fascismo se ha aprovechado del significado de los valores ilustrados.

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¿Es cierto que el sueño de la razón engendra monstruos? Depende de qué significado le atribuyamos al término razón. En su Dialéctica de la Ilustración, Max Horkheimer y T. W. Adorno señalaron que la racionalidad occidental surge con Odiseo, el primer mito de una tradición que exalta la técnica como la invención humana gracias a la cual sometemos a la naturaleza y nos apropiamos de sus recursos.

Durante siglos, Dios sirvió de justificación a ese propósito, pero también como freno. Ser los "reyes de la creación" no inhibía nuestras obligaciones hacia nuestros semejantes. La interpretación cartesiana del ser como el conjunto de entes existentes —la verdad no es un absoluto, sino un hecho empírico contrastable— propició la muerte de Dios anunciada por Nietzsche, un evento que se consideró liberador pero que a la larga tuvo un efecto catastrófico.

Si Dios no existe, no hay nada sagrado, salvo las implacables leyes de la naturaleza, origen y sostén de la vida. Todo lo que atente contra ellas, constituye un crimen. Odiseo regresa a Ítaca porque observa y respeta las leyes de la Naturaleza, según las cuales solo los más fuertes e ingeniosos sobreviven.

Su excelencia le otorga el derecho a exterminar a sus rivales. Eliminarlos no es mera crueldad, sino una manera de garantizar la continuidad de su linaje o, si se prefiere, de sus genes. No es casual que esta forma de razonar desemboque en Auschwitz. El genocidio es la inevitable culminación de la interpretación de la razón como una forma de poder y dominio.

La necesaria crítica a la razón instrumental ha conducido a veces a conclusiones extravagantes, como que la Ilustración preparó la rampa de Auschwitz. Nadie sensato puede sostener que las ideas de Voltaire, Diderot o Rousseau contribuyeron a la aparición del nazismo. Adorno y Horkheimer apuntaban algo más profundo e inequívocamente cierto: si la razón adopta una perspectiva exclusivamente instrumental, produce un efecto deshumanizador.

La mujer palestina Nozha Awad huye con sus trillizos del hospital Al Shifa de Gaza tras un ataque israelí. Foto: Reuters/Ramadan Abed

La mujer palestina Nozha Awad huye con sus trillizos del hospital Al Shifa de Gaza tras un ataque israelí. Foto: Reuters/Ramadan Abed

Sin embargo, la razón instrumental no es la esencia de la razón, sino una deplorable desviación. O, más exactamente, un triunfo del cerebro reptiliano sobre el neocórtex. El cerebro más primitivo, que heredamos de los reptiles, sigue influyendo en nuestra conducta. Su objetivo primordial es la supervivencia y sus pulsiones son básicas y sencillas: comer, luchar, huir y reproducirse.

Para satisfacer estas demandas, compite ferozmente por el alimento, se apropia de territorios que aportan recursos y seguridad, elimina a sus rivales y hace todo lo posible para perpetuar sus genes.

El fascismo representa el triunfo del cerebro reptiliano. Es más fácil responsabilizar al otro, al extranjero, de todos los infortunios.

Los primeros clanes de homínidos solo obedecían a estos impulsos, emociones poderosas y automáticas localizadas en el hipotálamo. No obstante, la evolución del ser humano gestó un nuevo cerebro o neocórtex, donde se desarrolló la capacidad de reflexionar e inhibir los impulsos primarios. El neocórtex implica otra forma de razonar. Ya no se trata tan solo de sobrevivir, sino de aprender a convivir.

El otro deja de percibirse como un adversario y aparecen poco a poco los sentimientos de compasión, solidaridad, empatía y altruismo. Gracias al neocórtex, ya no nos conformamos con garantizar nuestra supervivencia. Además, experimentamos la necesidad de hallar un sentido a la vida. De ahí que surjan nuevas actividades, como el arte, la música, la literatura, la religión y la filosofía.

La sociobiología atribuyó los impulsos altruistas al instinto de perpetuar nuestros genes, pero lo cierto es que no nos limitamos a proteger a nuestra progenie o a nuestro clan. Si observamos que cualquier persona se halla en peligro, reaccionamos de inmediato, intentando ayudarla. No hacerlo ya no es simplemente inmoral, sino antinatural. Si alguien no se conmueve con el sufrimiento de los niños exterminados en Auschwitz, Hiroshima o Gaza, nos escandalizamos y repudiamos su insensibilidad.

Nuestra evolución como especie nos ha transformado en seres empáticos, pero los instintos más agresivos del hipotálamo persisten. En situaciones de peligro, incertidumbre o frustración, esos instintos se disparan, causando estragos. El colonialismo, la guerra y el imperialismo son la expresión más devastadora de esta regresión.

Francisco Pizarro y otros conquistadores españoles perpetraron horribles matanzas para huir de la pobreza y adquirir riquezas. Francia y Reino Unido saquearon África y Asia para apoderarse de sus recursos. Los pioneros ingleses exterminaron a los pueblos nativos de América del Norte para arrebatarles sus tierras.

La Alemania nazi intentó colonizar el este de Europa y Japón utilizó la fuerza para controlar el Pacífico. No fue una agresión gratuita, sino una estrategia para liberarse de la escasez y la sobrepoblación.

Las guerras de hoy pueden explicarse en los mismos términos, pero dado que el neocórtex protesta contra los abusos, las ideologías apelan al cerebro primitivo para justificar sus depredaciones y ahogar el pensamiento crítico. Ese nuevo fascismo que se propaga por el mundo y que ya ha logrado instalarse en Estados Unidos con Donald Trump, muestra que la razón no es la causa de las peores iniquidades, sino un obstáculo que se procura destruir movilizando las pulsiones más primitivas.

Los trabajadores menos cualificados de la Unión Europea y Estados Unidos, principales víctimas de la globalización, escuchan hipnotizados a los demagogos que responsabilizan a los inmigrantes del deterioro de sus condiciones laborales y sociales.

La regla de oro elaborada por el neocórtex: "Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti". O si se prefiere, "ama al prójimo como a ti mismo"

Decepcionados con las elites socialdemócratas, que aplicaron durante décadas las recetas del neoliberalismo, conceden un incomprensible crédito a multimillonarios y aventureros que se presentan como defensores de las clases populares, pese a que sus programas políticos incluyen la reducción del gasto público y la limitación o destrucción de derechos y libertades.

El fascismo representa el triunfo del cerebro reptiliano. Es más fácil responsabilizar al otro, al extranjero, de todos los infortunios que reconocer las injusticias estructurales de una civilización donde unos pocos acumulan la mayoría de los recursos a costa de empobrecer al resto.

Rousseau no se equivocaba al afirmar que la semilla de la guerra se plantó cuando un individuo trazó una raya y se atribuyó la posesión de unos metros de tierra. Las rayas son hoy fronteras. Las clases populares sucumben al discurso que atribuye todos los males a los inmigrantes porque activa los impulsos básicos del hipotálamo y no exige realizar los esfuerzos que acontecen en el neocórtex. Pensar siempre es más difícil que actuar por instinto. 

El nuevo fascismo, que está provocando tragedias como el genocidio de Gaza, la invasión de Ucrania o el exilio de miles de estadounidenses que huyen del autoritarismo de Trump, solo puede ser desarmado por medio de la razón. No de la razón instrumental, sino de la razón empática, compasiva que puso fin al tribalismo y creó lazos entre los pueblos.

La razón engendra monstruos cuando se pone al servicio del instinto, pero se convierte en fuente de paz y prosperidad al escuchar la regla de oro elaborada por el neocórtex: "Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti". O si se prefiere, "ama al prójimo como a ti mismo".

El cerebro reptiliano lleva a Auschwitz, Hiroshima o Gaza. En cambio, el neocórtex lucha por materializar la vieja utopía kantiana de la paz perpetua. Espero que nuestra especie se deje guiar por la razón empática y no protagonice una nueva caída en las redes del instinto, como sucedió con el nazismo.

El hecho de que la crueldad haya comenzado a normalizarse con deportaciones masivas en Estados Unidos, grandes colonias penitenciarias en El Salvador y limpiezas étnicas en Gaza, Cisjordania y Ucrania no invita al optimismo.