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En plan serie por Enric Albero

'Luther'. Mi querida psicópata

15 marzo, 2019 08:08

Hoy vuelve Luther. O lo que es casi lo mismo, hoy vuelve Idris Elba, con su espalda en cinemascope y sus americanas confeccionadas por los mejores fabricantes de toldos de Saville Row; vuelve ese señor de 1,90 tallado en ébano cuya presencia disuelve cualquier ánimo de conflicto y, quien sabe, quizá también pueda disolver alguna manifestación de pequeño formato. Cuatro años después de la última entrega, el showrunner Neil Cross recupera al detective en una quinta temporada que estrena Netflix y que respeta a pies juntillas los códigos que la serie fijo en su arranque.

Ahí está la fotografía grisácea que John Pardue emplea para retratar un ambiente malsano, de cielos plomizos y días decorados con nubes de lluvia. O una galería de secundarios bien perfilados y mejor interpretados, con el superintendente Martin Shenk (Dermot Crowley) y el mafioso George Cornelius (Patrick Malahide) a la cabeza. Y las dos tramas que se entrecruzan a lo largo de los cuatro capítulos que conforman la temporada: la caza de un psychokiller audaz apoyado/controlado por su mujer terapeuta (atención a la inventiva en los crímenes y al parecido con el Dragón Rojo que aparece en las diferentes adaptaciones de la obra de Thomas Harris) y el regreso -PERDÓN- de Alice Morgan (Ruth Wilson) de entre los muertos. Hemos hablado de Luther -no es culpa mía que la serie lleve su nombre- pero el retorno de esta psicópata entrañable (alguien que despierta miedo y atracción al mismo tiempo) es lo que la mayoría de los seguidores estaba esperando. Ruth Wilson le pone cuerpo a un personaje cínico y apasionado, cuyas necesidades afectivas exceden cualquier clasificación ortodoxa. El fuego de su relación con Luther prende como si lo hubieran avivado con keroseno y la voz para acunar tigres del detective ya no es suficiente ni para frenar a una compañera que no le conviene -que le obliga a pasearse por el lado menos amable de su personalidad- ni para someter a su propia conciencia, víctima de un secuestro exprés que lleva la firma de Eros y Tánatos Asociados.

Aunque Luther siga siendo demasiado listo -fíjense cómo detecta la huida del asesino en una ambulancia en el episodio tercero- el caso se sigue con angustia y con interés no tanto por su resolución como por la insania de los homicidios y el enfermizo romance de la pareja antagonista (¿os había dicho que él es cirujano?). Idris y Ruth lo siguen petando -disculpen mis excesos retóricos- y la introducción de la sargento Catherine Halliday (Wunmi Mosaku) aporta el contrapunto necesario a un John Luther cada vez más desquiciado, incapaz de cerrar todos los frentes que se le abren como si en lugar de un agente de policía fuera un general napoleónico tratando de invadir San Petersburgo. A pesar de sus desajustes, la mayoría causados por lo que parecen superpoderes deductivos del detective, la quinta y esperada entrega de la teleserie de la BBC os dará lo vuestro si os van las tallas grandes (de chaqueta), los asesinos en serie con intereses artísticos y ese clima londinense tan de decorado de previa de funeral o tan de metáfora de la depresión, según uno prefiera el paisajismo o la introspección.

Y ahora vienen las sorpresas.

Jack Irish (1T). El mundo está mal repartido

De la cenicienta Londres a la soleada Melbourne. De un detective corpulento que siempre lleva el sagrario encima, a un abogado no practicante que recibe la comunión -siempre de forma dolorosamente metafórica- más veces de las que le gustaría. De Luther a Jack Irish. De Idris Elba a Guy Pearce (ahora es cuando alguien, en twitter, pondrá: más series de señoros. Chupito).

Si les pongo en antecedentes a propósito de esta serie producida por la televisión pública australiana (ABC1) es porque, el próximo 27 de abril (sí, ya sé que falta más de un mes, pero así se ponen al día) Sundance TV emitirá la segunda temporada y a mí me ha dado por recuperar la primera que, en realidad, tampoco es la primera. Porque Jack Irish, personaje literario creado por Peter Temple, periodista sudafricano afincado en Australia, empezó a frecuentar la televisión en 2012 cuando se adaptaron sus dos primeras novelas (Bad Debts y Black Tide), dirigidas por Jeffrey Walker y protagonizadas ya por Guy Pearce. En 2014, y siempre con el productor Ian Collie al frente y con Walker en la dirección, llegaría el tercer largometraje (Dead Point) y ya en 2016 cambiaría la fórmula. A los guionistas que habían trabajado en las películas anteriores, Andrew Knight y Matt Cameron, se les unieron Andrew Anastasios y Elise McCredie, se cogieron algunas líneas narrativas de la cuarta novela de Temple (White Dog), pero se desarrollaron unas tramas completamente nuevas. Aún así, las pautas ya estaban marcadas en la primera película y el relativo éxito de la serie corrobora que siguen funcionando.

¿Qué es, entonces, lo que mola de Jack Irish? Sus tramas enrevesadas y deslocalizadas: un caso que arranca en el corazón de Australia (en la primera temporada la desaparición de una activista vinculada a una asociación religiosa) tienen repercusiones en Mindanao. Digamos que la serie utiliza los moldes del policíaco para ofrecernos una lectura poco reconfortante de la civilización occidental y del sistema capitalista, y de cómo esta economía de estructura piramidal no duda en poner al servicio de una pequeña élite a una mayoría que o sirve como mano de obra barata o no sirve. Los guionistas no se andan con tibiezas: una organización religiosa como tapadera de una corporación con intereses en Indonesia; el enriquecimiento personal disfrazado de acción humanitaria (los occidentales entregando la llama del progreso a los más necesitados); la fe como activo económico y como arma… De todo eso habla Jack Irish y lo hace siendo fiel a las constantes del género, empleando un humor siempre a caballo entre el cinismo y la ironía, con un magnífico diseño de personajes secundarios (ojo al trío de asiduos al pub Prince of Prussia) y unos diálogos de esos que soñados son maravillosos, pero crees que cuando los escribas no lo serán tanto y menos cuando los digan los actores, pero resulta que sí, que, mira tú por donde, suenan bien, se escuchan con naturalidad, como si no hubieran sido escritos aunque tú y yo sepamos que son eso que algunos críticos llaman “muy literarios”, solo que en realidad no importa, porque no se nota, porque suenan a verdad de conversación de portal, a palabra del dios de las barras de los bares.

A todo esto, añádanle a un desaliñado Guy Pearce cargando con un personaje al que parece que le haya mirado un tuerto (pero un tuerto con muy mala hostia), perseguido por la fatalidad y que, a pesar de su torturada existencia (¿he dicho ya lo de series de señoros en crisis? Faltaba lo de la crisis), siempre encuentra un momento para soltar (o encajar) un chascarrillo (hablamos de alguien que enviudó antes de casarse, inmaduro y con tanta facilidad para encamarse con alguien como dificultad para no percibir las cosas importantes de la vida). Es cierto que todo lo relacionado con las apuestas hípicas -Jack se gana el pan haciendo de cobrador para un respetado apostador- no termina de casar bien con la trama principal (y se perciba como un as en la manga para resolver según que cosas) aunque no desvirtúe el tono general de una serie más que resultona.

Y ahora, cambio de tercio.

Mira lo que has hecho. Berto, al Berto.

Me prometí no escribir ni una línea sobre la segunda temporada de Mira lo que has hecho. Tengo tantos argumentos para no hacerlo que podría utilizar unos cuantos en estas líneas y vender los que me sobran en el rastro o tirarlos al ecoparque. De todas estas justificaciones, la principal es de índole profesional (y perdón por la chapa que viene justo ahora, aquí, ya). Nunca escribo de las cosas que programo. Me explico. El incesante y progresivo debilitamiento del sector periodístico ha provocado que muchos trabajemos como freelance, empresarios de nosotros mismos a disposición de los mejores postores (bueno, de los postores que sean; y recordad, amigos, que el mejor no es el que más os da sino el que os paga). En esta coyuntura, lo habitual es trabajar/colaborar con varios medios y, si entramos ya en el terreno del periodismo cultural, subsección cine/series, el abanico puede abrirse hasta incluir la programación en festivales de cine, centros culturales, museos, etcétera, como una de tus actividades profesionales. Fin de la cita.

El año pasado, en un festival de cuyo nombre no quiero acordarme, y en el que me inicié como programador, decidimos incluir las series de televisión como parte no ya de la oferta del certamen sino de la sección oficial a competición. Aunque algunos nos llamaron ‘chalaos’, aquello no era algo nuevo (San Sebastián ya lo había hecho en sus secciones paralelas) y el tamaño del festival permitía -o casi nos obligaba- a arriesgarnos. Y así junto a películas rompedoras y vanguardistas e inéditas en España, como Let the Summer Never Come Again (Alexandre Koberidze, 2017); al lado de obras de cineastas ampliamente reconocidos como Eric Baudelaire o Rodrigo Moreno; y de operas primas de jóvenes talentos como Ciryl Schaublin o Helena Withmann; figuró la primera temporada de Mira lo que has hecho, escrita por Berto Romero, Enric Pardo y Rafael Barceló y dirigida por Carlos Therón. La serie ganó el premio del público y jamás he escrito un párrafo sobre ella, porque entiendo que existe un conflicto de intereses: en tanto seleccionador de esa serie para competir en un festival en el que trabajo me convierto en parte interesada y no puedo (no debería) utilizar los medios de comunicación a mi alcance para, en el fondo, hacer autobombo (que es lo que estoy haciendo ahora en diferido y lo que, por desgracia, es más que habitual en el mundillo del cine: programadores/críticos que escriben en revistas/webs sobre películas o directores a los que luego apadrinan convirtiendo el ejercicio de la crítica en publirreportaje. Ahora es cuando mi mujer me dice aquello de: “Eso, tú sigue haciendo amigos”). Tampoco alcanzo a entender cómo se puede escribir sobre una película en la que, de una u otra manera, se ha participado, ni como se pueden publicar críticas sobre series en las que uno hace de extra, ni como se entrevista a un director y luego se le pide un selfie. Llámenme pureta o, algo peor, moralista, pero entiendo que todo esto pervierte el oficio. Estas son las mierdas con las que lidio más de lo que me gustaría, pero son mis mierdas, qué le voy a hacer - ya les pido perdón por contárselas.

Todo esto viene porque vi la 2T de Mira lo que has hecho sabiendo que no iba a escribir nada sobre ella. La vi sin libreta. La vi en pareja. La vi sin prisa. La disfruté (a veces pasa esto). Tomé algunas notas viendo el episodio final mientras me decía, “no sé qué coño haces tomando notas, todo el mundo que tenía que escribir sobre esta serie hace semanas que ya ha dicho lo que tenía que decir y, además de que sabes que no debes escribir sobre ella, tú opinión no le importa una mierda a nadie”. Como soy muy obediente, seguí con mis apuntes. Y ahora estoy aquí, escondiéndome en la parte final de un post cuyo encabezado os dice que estáis leyendo sobre un detective negro como una bola de billar número 8 de 120 kilos. Me escondo, huyo entre este laberinto de renglones, porque me cuesta desdoblarme, separar mi faceta de programador de la de crítico cuando me topo con algo interesante, sabiendo al mismo tiempo que no hay que mear en todas las esquinas porque al final terminas manchándote la ética de orín.

A Berto le pasa un poco lo mismo. La 2T de Mira lo que has hecho cuenta su vida de ficción junto a Sandra (Eva Hugarte), que espera gemelos, mientras él rueda una serie sobre su vida; esto es, la primera temporada de Mira lo que has hecho. Es algo así:

Vida real=inspiración?Vida de ficción (serie sobre la vida de ficción)

Todo es metalenguaje al servicio de la reflexión sobre el día a día de un cómico que intenta explicarse a sí mismo: la división entre lo íntimo y la exposición pública, la relación de pareja y el despegue profesional, los desafíos de la maternidad-paternidad en el seno de una familia que será numerosa (ya tienen un niño de dos años y vienen dos más), la trasnochada asignación de roles en un contexto supuestamente moderno… Todo eso visto a través del prisma de la ficción dentro de la ficción, como si ese falseamiento de la realidad fuera el mejor recurso para entenderla.

Lo que Romero, Pardo, Barceló y Javier Ruiz Caldera, que coge el relevo de Therón en la dirección, vienen a decirnos es que la ficción no solo forma parte de la vida, sino que es necesaria para sobrellevarla, de ahí que lo que para algunos pueda ser visto solo como un juego referencial, para otros no es sino una indagación de corte existencial cargada de simbolismos: la casa familiar permanentemente en reformas (la vida parcheada), el juego con los decorados y la impostura de la representación frente a los problemas cotidianos (la brillante secuencia final, igualada por otras como el plano general de Eva, sola, en la sala de espera del hospital), el uso de personajes y situaciones reales para construir una historia inventada y las reacciones que esa reproducción conlleva (la familia viéndose a sí misma en el capítulo piloto de la serie), la introducción de diferentes tipos de comedia (musical incluido) que sirven como repaso histórico y como ampliación del espectro de posibilidades del género (que termina derivando en tragedia), el respeto por la profesión de cómico, la conversión de lo autobiográfico en universal… Y así podríamos seguir y seguir y seguir.

De todos modos, con lo que me quedo es, como apunta el crítico Miguel Ángel Oeste, con “el influjo y la capacidad formadora” que poseen las ficciones en la vida de cualquier persona. Las series, las películas o los libros a los que entregamos nuestro tiempo son, esencialmente, falsas y, sin embargo, esas construcciones están inscritas en la realidad: desde el visionado mismo (ver una serie implica renunciar a estar haciendo otras cosas) a cómo esas ficciones moldean nuestra personalidad y nuestra visión del mundo. Puede que haya gente que crea que esto es una exageración, pero he de confesarles que yo estoy acojonado solo de pensar en ese momento en el que los de Forjado a fuego digan, “ale, ya está, esta es la última espada, ya podemos empezar a conquistar el mundo”.

La 2T de Mira lo que has hecho daría para un análisis mucho más exhaustivo que no leerán en este blog. Como al protagonista de la serie, a veces me cuesta respetar mis propias normas, y en no pocas ocasiones es complicado separar mi labor como crítico de mi curro como programador, pero hay que hacerlo: uno tiene que saber cuando es Berto y cuando es Alberto.

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