Una escena de la serie. Foto: Courtesy of Netflix

Una escena de la serie. Foto: Courtesy of Netflix

En plan serie

'La bestia en mí', el inquietante cara a cara entre Claire Danes y Matthew Rhys

Mejor dirigida que escrita, la serie narra la relación entre un magnate inmobiliario acusado de asesinar a su mujer y una escritora dispuesta a contar su historia.

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El escritor Gabe Rotter, el productor ejecutivo Howard Gordon y el director Antonio Campos forman el trío creativo que ha dado vida a La bestia en mí (2025), la nueva producción estadounidense de Netflix estrenada esta misma semana.

Podemos convenir que las tres figuras comparten idéntica responsabilidad en el desempeño autoral, si bien su influencia sobre el resultado final es desigual.

Gabe Rotter, cuya carrera como guionista de televisión está estrechamente vinculada a Expediente X (1993-2018) y, más en concreto, a la figura del showrunner Chris Carter, publicó dos novelas (Duck Duck Wally y The Human Bobb) en las que el elemento criminal servía para reactivar las vidas de sus dos protagonistas, un 'negro' que escribía las canciones de un famosísimo rapero y un tipo que pasa de tenerlo todo a vivir en una tienda de campaña instalada frente al mar.

La bestia en mí comparte algunos elementos con sus anteriores trabajos literarios, si bien el tono sombrío de esta miniserie de 8 episodios carece de las inclinaciones humorísticas de sus dos novelas.

Aggie Wiggs (Claire Danes) es una escritora de éxito que no pasa por su mejor momento. El tema del individuo con talento desarbolado por las circunstancias es recurrente en la obra de Rotter. En este caso, Aggie sufre un bloqueo creativo relacionado con la muerte de su hijo en un accidente de tráfico y la posterior ruptura con su pareja Shelley (Natalie Morales), una pintora cuya carrera artística no termina de despegar.

Recluida en una enorme casa en Oyster Bay a la que no le vendrían mal unas reformas, la escritora trata de levantar un proyecto sobre la relación a contracorriente entre los jueces del Tribunal Supremo Antonin Scalia y Ruth Bader Ginsburg, pero lo cierto es que es incapaz de pasar del primer párrafo, así que no le queda otra que aplazar eternamente la entrega de los capítulos a su paciente editora pese a haber cobrado un suculento adelanto.

Nótese que la amistad entre la magistrada progresista y el juez conservador puede verse como el reflejo ideológico de la proposición dramática que articula la serie.

Todo cambiará cuando el magnate inmobiliario Nile Jarvis (Matthew Rhys), cuya mujer desapareció en extrañas circunstancias y al que la opinión pública acusa de haber asesinado, se instale en la mansión contigua con su nueva esposa Nina (Brittany Snow). Jarvis es un tipo locuaz, agresivo y convincente que no acepta un no por respuesta.

El encuentro entre ambos, forzado por el deseo del constructor por pavimentar un sendero en el bosque que circunda la urbanización para poder correr sin tener que vadear obstáculos naturales, hará que Aggie encuentre una oscura motivación para salir de su bloqueo: escribir un libro sobre su nuevo vecino.

En ese arranque, Rotter parece mirarse en una de las premisas básicas de Stephen King, que ha convertido a los escritores con problemas creativos (o de otra índole) en protagonistas de no pocos de sus relatos.

Esa suerte de non-fiction novel lleva aparejada una investigación complementaria sobre la desaparición de Madison Jarvis (Leila George) de la que Nile se declara inocente; de hecho, el libro que ambos preparan y que incluirá entrevistas con el promotor, pero también con personas de su entorno, quizá le sirva como lavado de cara ante sus conciudadanos.

Un momento de la serie 'La bestia en mí'. Foto: Courtesy of Netflix

Un momento de la serie 'La bestia en mí'. Foto: Courtesy of Netflix

Sobre la lectura de la subtrama política de la serie, consistente en la compra de una concejala que recuerda a Alexandria Ocasio-Cortez para levantar dos torres de edificios en la ciudad, mejor nos abstendremos (todo el mundo tiene un precio, todos los políticos son iguales…).

Las informaciones que Aggie va recogiendo harán que tropiece con el agente del FBI Brian Abbott (David Lyons), un tipo obsesionado con Jarvis, al que lleva años intentando encarcelar sin éxito.

Es, precisamente, toda esa trama secundaria referida a las deambulaciones inquisitivas del federal la que desballesta los guiones de Rotter, escritos en colaboración con Mike Skerrett, Erika Sheffer, Alie Liebegott, C.A. Johnson, Daniel Pearle y el citado Howard Gordon.

Y ese paulatino pero inexorable desmoronamiento no tiene tanto que ver con la monomanía de Abbott y las peripecias que se derivan de ella, la mayoría sin demasiado sentido, sino con el desenlace que los guionistas le dan al personaje, y que nos abstendremos de revelar, que incluye decisiones un tanto absurdas e innecesarias (véase el final del cuarto episodio o el oportuno cruce de mensajes/llamadas del quinto), y que obliga a los guionistas a mejorar la construcción de personajes de orden terciario pasado el ecuador de la serie, como es el caso de su compañera en el bureau Erika Breton (Hettienne Park), que no empieza a tomar entidad hasta mediado el quinto capítulo.

Hay una elongación excesiva del relato, incluido el consabido capítulo flashback (el séptimo) que parece haberse convertido en un requisito indispensable para que se dé luz verde a un proyecto: si la historia no se trocea, si no hacemos que la mente del espectador vaya dando saltos como una rana puesta de éxtasis, no vale.

El citado episodio, que nos revela la verdad de cuanto sucedió entre Nile y su primera esposa —y por lo tanto aniquila cualquier clase de suspense— y el series finale, que incardina la huida desesperada de Aggie, convertida en falso culpable, con flashbacks del accidente con su hijo, son dos claros ejemplos de esta tendencia dominante que parece querer conservar la atención del público cambiándole la hora al reloj narrativo cada quince minutos.

El segundo nombre clave de La bestia en mí es el del productor ejecutivo (y también guionista) Howard Gordon. En este caso, no nos interesa tanto su faceta como showrunner, como una trayectoria previa que incluye éxitos del calibre de 24 (Joel Surnow & Robert Cochran, 2001-2010).

La carrera de Gordon dio un salto cualitativo con la llegada de Homeland (Howard Gordon, Alex Gansa & Gideon Raff, 2011-2020), una serie irregular que se descalabraba en la tercera temporada para luego renacer tras el cambio radical que sus creadores le imprimieron en la quinta, trasladando la acción a Alemania y cambiando a casi todo elenco.

El labio superior de Claire Danes tiembla y nosotros temblamos con ella

De hecho, solo Claire Danes, protagonista indiscutible de la función, y Mandy Patinkin sobrevivieron a la limpia. Recordemos que Danes encarnaba a la agente de la CIA Carrie Mathison, un mujer tan tenaz como inestable psicológicamente (sufría de un trastorno bipolar).

Aquí, Howard Gordon recluta de nuevo a Danes —que también ejerce como productora ejecutiva y que ha de verse, sin duda, como otro pilar creativo fundamental para entender cómo funciona La bestia en mí— para interpretar a Aggie Wiggs en un papel muy similar al de Mathison.

La que fuese coprotagonista de Romeo y Julieta (Baz Luhrmann, 1996) se mueve en un registro que domina a la perfección, encarnando a una escritora traumatizada por la pérdida, pero también perseverante a la hora de alcanzar sus objetivos, ya sea escribir un libro o atosigar al culpable del accidente que causó la muerte a su hijo. El labio superior de Claire Danes tiembla y nosotros temblamos con ella.

Más arriesgada resulta la composición de Matthew Rhys, que aquí se da un paseo por el reverso tenebroso dando vida a un multimillonario retorcido que se aleja de héroes crepusculares (Perry Mason), de espías con debates internos entre su devoción patriótico-ideológica y el futuro de sus hijos (The Americans) y de esos caballeros que dan lustre a period dramas británicos que tan bien se la dan al actor de Cardiff (La muerte llega a Pemberley).

Su Nile Jarvis atrae y da miedo. Te quedarías tomándote con él whiskys de doscientos dólares la copa aun temiendo que quizá, en algún momento, pueda seccionarte la yugular con una Riedel Sommeliers Single Malt.

Gordon ha conseguido reunir un reparto que, pese a los desajustes en el guion (sobre todo en la parte central), hace que la serie se sostenga. Las presencias de Jonathan Banks, Brittany Snow, Natalie Morales o Leila George dan consistencia a lo que, en suma, es un tête à tête titánico entre Danes y Rhys que no decae cuando ellos abandonan la pantalla.

Gordon ha conseguido reunir un reparto que, pese a los desajustes en el guion (sobre todo en la parte central), hace que la serie se sostenga

Hemos dejado para el final al director Antonio Campos, que también ejerce como productor ejecutivo de la serie (hay muchos más, entre ellos Jodie Foster). Campos fue un director interesante ya desde su perturbador debut (Afterschool) y explotó con Christine (2016). Incluso sus obras menos consistentes (Simon Killer, El diablo a todas horas) revelan un peculiar talento para captar los aspectos más turbios de la condición humana.

En el terreno de la ficción seriada siempre supo darle un toque distintivo a los capítulos que le correspondían, más aún si le tocaba fijar el look visual de una serie, como sucedía en la infravalorada The Sinner (Derek Simonds, 2017) y, sobre todo, en esa vuelta de tuerca sobre el true crime que fue la ficcionalización del caso Peterson en The Staircase (Antonio Campos, 2022).

Un fotograma de la serie 'La bestia en mí'. Foto: Courtesy of Netflix

Un fotograma de la serie 'La bestia en mí'. Foto: Courtesy of Netflix

En La bestia en mí logra enrarecer el ambiente desde al arranque, no solo por la certera utilización de los zooms (en sintonía con los sistemas de vigilancia que Jarvis instala en su casa), sino por una planificación de aliento gótico que siempre posee un sentido dramático.

Pondremos algunos ejemplos referidos al primer episodio —así nos ahorramos los spoilers—, pero adelantemos ya que las directoras Tyne Rafaeli y Lila Neugebauer mantienen vivo el estilo que Campos impone en los capítulos 1 y 2 y que reafirma en los dos últimos.

Vayamos a las imágenes. Pensemos en la primera vez que Neil Jarvis entra en casa de Aggie Wiggs. Lo hace por carta. La escritora recibe una misiva de su nuevo vecino —aún no lo hemos visto, el personaje no ha sido presentado— en la que, amén de un cordial saludo, le manda el contrato de usufructo para pavimentar el sendero: solo tiene que firmar, como ya han hecho el resto de vecinos.

La recepción de la carta 'transforma' la casa de Wiggs. Cuando la abre y empieza a leerla, Campos introduce un plano general que desplaza a la autora a la derecha del encuadre, queda enmarcada por la puerta y la escalera que da acceso al piso superior comprime todavía más la composición: la 'entrada' de Jarvis alterará la vida de Aggie —Hitchock hacía algo muy similar en Cordero para cenar (1958), su mítico episodio de la tercera temporada de Alfred Hitchcock Presenta (1955-1962), justo después de que Mary Maloney (Barbara Bel Geddes) asesinase a su marido.

Fijémonos, también, en la presentación de Jarvis, utilizando la barandilla de su mansión como anticipo de su final. La serie se sirve de la arquitectura interior de ambos hogares, el de la escritora y el del magnate, para señalar que ambos son prisioneros de las pulsiones oscuras que los dominan.

Tampoco es casual que Campos recurra a espejos (foto superior) y otras superficies reflectantes para mostrar las dos caras de ambos: Jarvis es un triunfador, también un tipo violento y sin escrúpulos; Aggie una escritora reconocida, también una madre rota con ansias de venganza.

El final del piloto, con la superposición de los rostros de uno y otra, abre el debate sobre si, en esencia, son iguales, si la sed de sangre es el motor de sus vidas. Aggie deberá descubrir si es así, deberá aprender donde está el (su) límite.

En el primer encuentro entre ambos, que tiene lugar en el despacho que Jarvis posee en su casa y al que Aggie accede tras atravesar un oscuro pasillo —como si se internase en el otro lado—, Antonio Campos emplea la maqueta del futuro proyecto que el promotor está desarrollando para encajonar a la escritora, quien por momentos parece prendida en el centro de una tela de araña.

El momento del primer encuentro entre los dos protagonistas en 'La bestia en mí'. Foto: Courtesy of Netflix

El momento del primer encuentro entre los dos protagonistas en 'La bestia en mí'. Foto: Courtesy of Netflix

Durante esa conversación queda patente en todo momento que el constructor domina la situación, mientras que Aggie está a su merced, y eso se percibe no tanto en los diálogos como en el modo de planificar del director de Christine: no elige las mismas angulaciones para uno y otro (contrapicados marcados para él, tomas frontales para ella); en los planos generales sitúa a Jarvis en mitad del encuadre, como si él fuese el garante del equilibrio compositivo, mientras que Aggie Wiggs siempre está desplazada.

Sin embargo, hay un punto en que ese sistema de planificación se altera. Primero Aggie rechaza la idea de pavimentar el sendero que Jarvis ha propuesto a todos los vecinos (vemos un plano general que busca la simetría y los iguala). Acto seguido le ofrece dinero para que acceda, a lo que ella se opone diciéndole que no la conoce de nada. Jarvis se sienta tras su mesa de despacho y le espeta: "Sé que los libros en papel no venden y que no publicas desde que murió tu hijo".

Ahí pasamos de la serie de contrapicados anteriores —Jarvis dominador— a un picado agresivo (él sentado, ella de pie) que se corresponden con un cambio de la situación dramática: Aggie, molesta por la mención de su hijo, se rebela, rechaza de plano la propuesta y se va. Impone su voluntad, hasta entonces menoscabada, y eso hace que la puesta en escena se vea modificada.

Para entendernos, La bestia en mí es una serie que está mejor dirigida que escrita. Denle las gracias a Antonio Campos y no le pierdan el rastro.