Mario Vargas Llosa. Foto: Penguin Random House

Mario Vargas Llosa. Foto: Penguin Random House

A la intemperie

Vargas Llosa y los fantasmas de la novela francesa del XIX

Flaubert es uno de esos fantasmas que Vargas Llosa persiguió y trató de dibujar en sus novelas. Quería escribirlas con su método y sus leyes.

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Después de décadas de lecturas sigo pensando que a un novelista sólo se le conoce bien leyendo sus novelas a fondo. Ahí, en la escritura narrativa están todos los elementos añadidos que el subconsciente del escritor va depositando en la novela, elementos de los que no había ni huella ni sombra alguna en el momento de iniciar esa aventura novelesca que significa siempre escribir una novela.

Es de sobra conocida la atracción intelectual y literaria de Vargas Llosa por los tres grandes novelistas franceses del XIX, que parte de su gran afición por la literatura francesa en general, lo que lo llevó a ingresar en los últimos años de su vida en la Academia Francesa. Movido por esa devoción, Vargas Llosa escribió dos ensayos dedicados a dos de los tres novelistas franceses del XIX, Victor Hugo y Gustave Flaubert.

Uno de ellos, La orgía perpetua, descubre muchos de los demonios literarios de Vargas Llosa y nos muestra la adscripción del novelista peruano a las teorías y métodos de escritura de Flaubert, su preferido entre los tres. Flaubert es uno de esos fantasmas que Vargas Llosa persiguió y trató de dibujar en sus novelas: quería, lo quiso toda la vida, escribir las novelas como lo hacía Flaubert, con su método y con sus leyes y sus procedimientos narrativos.

Tengo para mí que nunca consiguió, salvo en el método de trabajo, atrapar en sus escritos narrativos al fantasma de Flaubert. Todo lo contrario, en algunas ocasiones. Flaubert, que acabó confesando en juicio público que Madame Bovary era él mismo, exigía que en la novela no apareciera ni la más mínima huella del escritor, del narrador omnisciente que debía mantener su ausencia en todo aquello que narrara.

Por el contrario, el flaubertiano Vargas Llosa aparece una y otra vez disfrazado de personaje autobiográfico en sus novelas, y sobre todo en sus grandes novelas. Intentaba, pues, Flaubert, y se le aparecía el fantasma de Balzac, porque en las novelas de Vargas Llosa el autor resulta más Balzac que Flaubert; el escritor peruano se olvida muchas veces de la búsqueda de "la palabra exacta" para que cobre más dimensión real el cuidado del cuadro narrado, como en Balzac, que es tan buen historiador como novelista, según afirmaba Lampedusa, el autor siciliano de El Gatopardo.

¿Y Victor Hugo? Hugo representaba para Vargas Llosa la ética social y literaria, a tal punto que es precisamente esa ética la que redunda en estética en las novelas de Vargas Llosa.

Es intelectualmente curioso que Balzac no fuera uno de los novelistas preferidos de Vargas, o por lo menos no exhibió tanto su nombre y su fantasma y su obra con la misma dimensión que les otorgó a Flaubert y a Victor Hugo y a Los miserables, cuya sombra aparece una y otra vez en La guerra del fin del mundo, además de en otras muchas de sus novelas no tan ambiciosas.

¿Por qué Balzac no? Sigue siendo curioso que el fantasma preferido y perseguido por Vargas Llosa fuera Flaubert y el resultado de su trabajo literario estuviera más cerca del fantasma y de la literatura de Balzac. Sucede que las novelas de Vargas Llosa, en muchas ocasiones, proceden de episodios que el novelista vivió o leyó y que causaron una impresión que penetró en su instinto de escritor y se instalaron, como un fantasma, a molestar los sueños del novelista hasta que fueran escritos.

Por las novelas de Vargas Llosa hemos conocido el Perú y América Latina mejor que si hubiéramos leído los libros de los historiadores peruanos

De Vargas Llosa se ha llegado a decir lo mismo que se ha dicho de Balzac por parte de Lampedusa y otros escritores de la época. De Balzac llegaron a decir que se aprendía más de Francia y su historia leyendo sus novelas que leyendo a Michelet, el historiador francés por antonomasia; por las novelas de Vargas Llosa hemos conocido el Perú y América Latina más y mejor que si hubiéramos leído los libros de historia de los historiadores peruanos.

Esta idea que tuve desde hace mucho tiempo, que Mario buscaba a Flaubert pero el resultado era Balzac, no le gustaba mucho al novelista peruano. Las dos veces que hablamos de ella trataba de restarle importancia y volver al inicio, al método flaubertiano, con el que sí cumplía, aunque por otros lados podría sacrificar la palabra perfecta si la verosimilitud del episodio narrado se lo imponía.

En cuanto al inconsciente del escritor pululando en sus novelas sin que lo hubiera previsto el mismo escritor, es un hecho que la sombra narrativa que está detrás del poeta en La ciudad y los perros es la del joven cadete Vargas Llosa. De igual manera, el Zavalita de Conversación en La Catedral es el fantasma del Vargas Llosa ejerciendo en su primer periodismo.

Ocurre otro tanto en La tía Julia y el escribidor: el fantasma del escritor es tan evidente que termina por ser narrador y personaje a la misma vez. Siempre le dije que no era malo equivocarse de fantasmas y demonios literarios, sino que lo verdaderamente malo era estar sin estar en ellos, como esencias o perfumes que rebajarían la acción del relato. Felizmente para él y sus noticias, nunca me hizo caso en este asunto concreto.