Retrato del periodista y político español Mariano José de Larra (José Gutiérrez de la Vega, 1835-1836). Foto: Museo del Romanticismo

Retrato del periodista y político español Mariano José de Larra (José Gutiérrez de la Vega, 1835-1836). Foto: Museo del Romanticismo

A la intemperie

Lo cierto es que no somos un país serio, señorías

Una nación llena de patriotas de toda índole en lugar de ciudadanos civilizados no es más que una gran chapuza a la que entran ganas de renunciar.

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Mariano José de Larra sigue tronando desde hace muchísimos años desde el fondo de su tumba, pero nunca le hemos hecho caso. Todo sigue igual o muy parecido: "Vuelva usted mañana, señoría". Esa es la prédica, la cueva de la chapuza, nuestro mayor logro como país a lo largo de los siglos, porque es la chapuza lo que corre por las venas del pueblo, sus caciques y sus "benefactores".

Lo cierto es que fuimos un país inmenso que dejó de serlo de la peor manera porque ni siquiera fuimos capaces de darnos cuenta de que lo éramos y despilfarramos incluso hasta el final del imperio. Siempre plus ultra, perseguimos una, grande y libre sometidos al improperio histórico de dictaduras y patrioterías, sin salir nunca de la chapuza.

Por algo inventamos la picaresca y el triunfo del Lazarillo, mientras Goya nos retrataba tal como somos: siempre a garrotazos los unos contra los otros. Y los terceros, al exilio o al silencio. Claro que también inventamos a Don Juan y al Quijote, el hombre del amor insaciable y el hombre de los sueños venideros que nunca se cumplirán.

Hubo, al final del siglo XX, una generación que quiso tomarse el país en serio y llegaron —llegamos— para cambiarlo todo, pero poco a poco el gatopardo que llevamos dentro se adaptó a la chapuza para que casi todo siguiera igual, desde la educación y la cultura hasta la misma gobernación.

Nuestra sociedad, el pueblo y todos los demás, le echan la culpa de que no somos un país serio solamente a la clase política, olvidándose de que los políticos son el resultado de nosotros mismos, y que si no nos administran bien la cosa pública es porque son como nuestra sociedad, producto exacto de la chapuza.

Eso es lo cierto, señorías, no somos un país serio ni lo hemos sido jamás. Fuimos importantes en el mundo de la creación cultural por un tiempo, un siglo de oro y algo más, pero Larra tenía razón, "vuelva usted mañana… y no se preocupe".

Los antifranquistas nos volvimos locos con la ruptura democrática creyendo que la república vendría el próximo viernes de cada semana en el futuro más imperfecto e impostor que han conocido los siglos.

La llamada "tercera España" se desmerenga entre el silencio, la decepción perpetua, el exilio y el ostracismo

Todavía hay quien piensa que todos nuestros males están en la monarquía, que aquí, en este país tan poco serio, todavía se ha matado poco y hay que seguir haciéndolo a ver si salimos de la chapuza.

Los monárquicos de siempre casi ya ni existen, pero siguen pensando que España es de ellos y solo de ellos, y que lo que ahora es una monarquía institucional es una chapuza política que nos ha llevado al desastre.

La izquierda en este reino de Taifas, como en todos lados, no duda, sigue creyendo que nunca se equivoca y que todos los que no piensan y hacen como ellos son fascistas.

Las derechas, ¿para qué hablar de las derechas? Creen que todos los que no creen en lo que creen ellos y hacen como ellos son comunistas o están a punto de caer en las redes del mismísimo Belcebú, y esto no es serio, señorías, es una chapuza de verdad, desde hace siglos.

Manejamos los conceptos sin saber qué son los conceptos y afirmamos que tenemos ideas cuando lo que tenemos es ideología, que no es lo mismo sino diferente y todo lo contrario: las ideas dudan y las ideologías no, ni siquiera cuando mienten.

Recuerden los versos del argentino decepcionado de todo, el poeta Mario Trejo: "De dos cosas ha de librarse el hombre nuevo,/ de la derecha cuando es diestra/ y de la izquierda cuando es siniestra". Y, entre derechas diestras e izquierdas siniestras, una diminuta serenidad esperanzada, la llamada "tercera España" (la de Ortega y la de Ayala, entre otros "cardenales ateos"), se desmerenga entre el silencio, la decepción perpetua, el exilio y el ostracismo.

Por eso, señorías, estamos convencidos de que no somos un país serio, sino una anomalía planetaria, excepcional, un caso único de sociedad que vive bailando y masticando con delectación su ignorancia, su incapacidad como país hasta la victoria siempre.

Larra y tantos otros ilustrados tenían razón. ¿Dónde hemos nacido y qué pecado hemos cometido para sentirnos tan gloriosos cuando no somos casi nada? Permítanme, señorías, recordar el episodio de Estanislao Figueras, aquel prócer que desde la presidencia de La Gloriosa se cansó tanto del país de las chapuzas que acabó fugándose de todo. "¡Estoy hasta los cojones de todos nosotros!", exclamó para que se enterara entero el país de las chapuzas. Dicho lo cual, cogió su coche y se autoexilió en París hasta más ver.

Tal vez tengamos nosotros que preguntarnos lo mismo que el poeta Huidobro se preguntó con respecto a su país: "¿Por qué no le vendemos Chile a los norteamericanos y nos compramos algo más chiquito cerca de París?".

Eso es, señorías, porque un país lleno de patriotas de toda índole en lugar de ciudadanos civilizados y libres no es más que el resultado de una gran chapuza, eso es lo cierto, señorías. Dicho y escrito lo cual, me voy a París un rato, a ver si me encuentro con Estanislao Figueras en algún bistró y echamos unas parrafadas sobre la eternidad de España.