Un fotograma de 'Titanic' (1997) en el momento del hundimiento.

Un fotograma de 'Titanic' (1997) en el momento del hundimiento.

A la intemperie

El fin del mundo y los músicos del Titanic

Algunos optimistas bien informados tenemos la cercana sensación de que todo está al caer, que todo lo que parecía sólido se está desmoronando.

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En todo el planeta Tierra hay un fétido olor a podrido. Es el hedor profundo de la inminencia que no cesa de soplar como un siroco caliente y apestoso.

La inminencia: algo terrible y definitivo está a punto de ocurrir. Puede que dentro de un minuto o dentro de un mes. O tal vez dentro de un año, pero todos nuestros instintos animales están ahora pendientes de esa inminencia de la que desconocemos su dimensión y su tenacidad.

Los medios informativos llaman incertidumbre a la inminencia, con un sonido triste de trompeta, y tratan de restar importancia al creciente e imparable malestar de las masas.

Canetti y otros profetas del siglo XX avisaron y advirtieron de esta cercanía de la inminencia sin ponerle fecha ni estación. Dijeron sólo que eso que llamamos incertidumbre no es otra cosa que la llegada de un caos masivo que colapsaría el mundo entero.

Algunos optimistas bien informados tenemos la cercana sensación de que todo está al caer, que todo lo que parecía sólido, como escribió hace un tiempo Muñoz Molina, se está desmoronando como un merengue putrefacto y venenoso del que nadie quiere probar bocado.

Nadie quiere perder su libertad ni su vida, pero la inminencia, como la luz del sol, asoma todos los días, y algunos optimistas nos pasamos la noche de insomnio en insomnio, de cigarro en cigarro, del humo a la música de nuestros mejores años, sin salir de un pegajoso desasosiego que se parece cada más a la pesadilla que nunca padecimos.

¿Es otra vez el fin del mundo, la época de las guerras, ese momento en que caemos en la cuenta de que el jinete negro del Apocalipsis que genera la cabalgata satánica de los otros tres asesinos es precisamente el jinete de la guerra?

La sensación de la paradoja es total: avanzamos hacia atrás sin que el tiempo deje de andar hacia delante

Distópicos, los escritores y todos los creadores de arte y pensamiento observan con malsana curiosidad la llegada del Gran Fraude: la lamentable inteligencia artificial. Mientras a toda hora caen sobre el planeta toneladas de nitroglicerina encendida, los locos que manejan el mundo y los dineros se entretienen en francachelas y juergas en las que vitorean sus glorias con tragos interminables y trogloditas.

Algunos se preguntan si estamos olvidando a toda velocidad 1933 y que, una vez en ese camino, perdidos y sin horizonte de esperanza, cabalgaremos todos hacia el final, un suicidio colectivo de miles de millones de personas que corren a encerrarse en los campos de su propio exterminio.

La sensación de la paradoja es total: avanzamos hacia atrás sin que el tiempo deje de andar hacia delante. Ya no sabemos si somos músicos del Titanic y seguimos tocando nuestros instrumentos musicales en pleno hundimiento, o somos parte del pasaje de lujo que con sus mejores trajes de diversión asisten encantados de conocerse a la inminencia de su final.

Como siempre, se trata del lugar desde donde veamos las cosas que parecen estar sucediendo en altamar, pero lo congruente, desde cualquier punto que lo veamos, es que hemos llegado ya a regocijarnos en el soporte de nuestra propia ignorancia; que el hormiguero que ya somos en el mundo entero, sometido a pandemias reales y a mentiras constantes, camina entre risas de bacanal hacia aquel destino que figura en los libros sagrados en los que hace tiempo que dejamos de creer.

Optimistas y pesimistas ya estamos en el mismo barco, el Titanic que se hunde; malos y buenos nos bañamos en el agua del mismo río, compartimos las risas y las peleas, las fiestas y la ignominia de la ignorancia a la que rendimos pleitesía como si fuera el definitivo Becerro de Oro.

Mientras tanto, mañana será otro día igual a este en el que escribo a media noche, en medio del insomnio, con pensamientos de suicidio, con ganas de sueño y de que llegue de nuevo el sol, en la misma inminencia que nos lleva a cada uno de nosotros a pensar que el mundo está loco y que los únicos cuerdos que quedamos sobre él son los que piensan como nosotros.

Nunca estuvimos más informados que ahora y jamás estuvimos más confusos que hoy; esta es otra paradoja. Cabrera Infante, en su infinita sabiduría para la broma y el juego de palabras la llamó "parajoda". Tengo esa sensación creciente del optimista bien informado: estamos llegando a ese lugar donde la Gran Parajoda baila con la Ignorancia.

Mientras el Titanic se hunde en el fondo de los tiempos, los músicos del gran crucero de la vida siguen tocando las notas de la inminencia como si nada estuviera ocurriendo. Pero mañana será otro día, jueves, y el resto de los días que nos queden por vivir también serán inminentes, musicales, llenos de festivales y jolgorios interminables, hasta la derrota siempre.