Herbert James Draper: 'Ulises y las sirenas' (1910), cuadro que representa uno de los pasajes más conocidos de la 'Odisea'.

Herbert James Draper: 'Ulises y las sirenas' (1910), cuadro que representa uno de los pasajes más conocidos de la 'Odisea'.

A la intemperie

Mis cinco libros de cabecera

Estos son los títulos que tengo siempre a mano y releo constantemente, como si me fueran necesarios para respirar.

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Cada maestrillo tiene sus librillos y cada maestrazo tiene sus libracos. Maestrillo o maestrazo, cada escritor tiene sus libros de cabecera, o en la misma cabecera de la cama o a mano, desde la cama misma.

Esos libros son un vademécum literario del que el escritor nunca se deshace y que son referencias literarias que lo hacen como persona, en su carácter, actitudes y gustos, y como escritor, en sus preferencias fundamentales y en su manera de entender, ser y estar en la vida y en el mundo.

Hace poco fui preguntado en un acto público, no muy multitudinario, desde luego, por mis libros de cabecera y empecé por decir que, entre ellos, entre los que releo constantemente, no estaba el Quijote, aunque lo había leído desde hace muchos años.

Añadí después los títulos que tengo a mano a toda hora del día, siempre a la vista, escriba o no, como si me fueran necesarios para respirar.

Empecé por citar el mayor de todos, el más grande: la Odisea de Homero. La he leído en griego homérico desde que tengo 19 años por disciplina académica en mis años de estudios universitarios y seguí leyéndola, a veces en su lengua original y otras en español, en buenas traducciones de maestros clásicos, hasta ahora mismo.

Es para mí, como el Moby Dick de Melville, otro de mis “necesarios” de cabecera, una novela sobre la vida y los deseos insaciables del ser humano, mitad comedia y siempre tragedia.

La vida reflejada en la escritura literaria como si fuera una guerra constante en la que no caben descansos ni descuidos; la vida como batalla, como duelo continuo, la vida como pasión ansiosa de victoria o pervivencia, la vida como resistencia frente a cualquier obstáculo. Todo eso es El arte de la guerra, del general y pensador chino Sun Tzu.

Familiar cercano de los dos libros citados antes, El arte de la guerra es un título que más que sobre la guerra es de filosofía; filosofía y talento inteligente para estar siempre de frente en la vida y sus avatares. Es una biblia para entender la vida, la respiración, la libertad, el mundo.

En el fondo, toda la vida es guerra para Sun Tzu, que aplica la reflexión básica y profunda para la supervivencia dentro de una especie cuya mayor incógnita es precisamente el origen de la vida, su origen mismo hasta llegar a la cúpula de la naturaleza de la Tierra, gracias precisamente a su insustituible instinto guerrero, bélico y peleón, como un mono selvático y criminal con ansias de su propio liderazgo, su gloria y su fracaso, su vida y su muerte, al mismo tiempo.

Mi cuatro libro de cabecera es el insuperable El diccionario del diablo, de Ambrose Bierce, un aventurero norteamericano que se perdió en la guerra revolucionaria de México a la que se incorporó voluntariamente y en la que desapareció para siempre. Claro que nos dejó sus escritos de hombre profundamente escéptico con el ser humano, un escritor lleno de humor ácido y amigo pasional de encontrarle a las cosas y a las palabras el sentido secreto de su existencia.

En el fondo, los cuatro escritores que he citado hasta ahora son parientes reflexivos y filosóficos, más allá de que cada uno viviera los avatares de su tiempo, de su época y de su existencia con querencias pasionales que se enlazan por encima de los siglos y las costumbres.

El quinto libro que le cité a quien me preguntó sobre mis libros de cabecera fue la única novela del escritor siciliano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, El gatopardo, una lección de historia y vida aplicada al instante de la unificación de Italia, en 1860, y que tiene lugar en Sicilia en el momento de la invasión de las fuerzas garibaldinas.

Me cupo hace unos años prologar una de las múltiples ediciones de El gatopardo en lengua española. Desde el instante en que la leí por primera vez, no he dejado nunca de releer esa genial, fantástica y real historia literaria, mitad Stendhal, mitad Balzac, escrita por un viejo y decadente príncipe siciliano que nunca vio su gran novela publicada ni pudo gozar del aplauso perenne que lectores y cinéfilos, académicos y profanos, escritores y simples lectores, le vienen dedicando desde su primera edición, un par de años después de la muerte de su autor.

“Estos son mis principios, si no les gustan tengo otros” es una verdad “marxista” que podría aplicar en estos momentos, tras la confesión de mis cinco libros de cabecera, de modo que si nos les gustan estos cinco títulos tengo otros que quizá tampoco les gustarían.

Sobre todo esto, y sobre todo lo demás, el Coronel Lawrence diría, exaltado en medio de la confusión de los jeques árabes, que no hay nada escrito, sino que todo en la vida está siempre por escribir, incluso para quienes creen que el destino de cada uno de nosotros está escrito mucho antes de nacer.