Albert Finney en 'Bajo el volcán' (1984).

Albert Finney en 'Bajo el volcán' (1984).

A la intemperie

Volver a 'Bajo el volcán': la ruta hacia la muerte trágica

Albert Finney, que encarnó al protagonista de la novela de Malcolm Lowry en la adaptación al cine, no estuvo a la altura del papel. Otros, más trágicos —y de vida más disoluta—, sí lo habrían logrado. 

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En estos días tan convulsos, he vuelto a algunos capítulos de Bajo el volcán de Malcolm Lowry (New Brighton, 1909 - Sussex del Este, 1957), una de mis novelas favoritas. Novela convulsa, también he vuelto a ver —entera— su adaptación al cine. El libro me parece, una vez, insuperable. Hubo un tiempo para la broma: decían, en chanza, que Bajo el volcán era la mejor novela mexicana contemporánea.

No sé si el chiste es válido o no, pero como lector y novelista, es lo que menos me importa. Cosas de escritores. Es cierto que Lowry se situó en el lugar exacto de su criatura —o creatura— literaria, el cónsul Firmin, logrando sin duda una historia convulsa —repito— situada en el Día de Muertos, fecha cumbre de la cultura mexicana, y en la ciudad fantástica de Cuernavaca.

Debo haber hecho, sin beber tanto mezcal, la ruta del dipsómano Firmin un par de veces, cuando era joven irrelevante, inexpugnable y bastante irresponsabe, en cantinas y tabernas de esa mágica e inolvidable ciudad de Cuernavaca, pero nunca pude superar, y mucho menos igualar, el increíble histrionismo del Cónsul. Menos mal.

Esta es la característica fundamental de la personalidad de Firmin: un dipsómano histriónico de la talla de su creador, Malcolm. Por eso, al volver a ver la película, vuelvo a observar que Albert Finney, aunque pone toda su voluntad, no logra, ni de lejos, alcanzar la altura y el temperamento trágico del Firmin de la novela. Y la película se resiente de ello.

Me pregunto si, en ese momento de preparación del filme, no se barajaron otros grandes actores que se acercaran más a la novela y a su protagonista. Pienso ahora, a toro pasado y tras muchos años, en dos actores excepcionales que pudieron haber llevado a cabo la epopeya imposible de alcanzar al Firmin de Lowry. Por ejemplo, Peter O'Toole. Se cuenta que, en un caluroso verano, O 'Toole fue quien cubrió la baja de Richard Burton en el protagonismo de un Macbeth teatral, a la intemperie, celebrado en el Rockefeller Center de Manhattan.

Burton se presentó borracho, como buen dipsómano impertinente, a protagonizar un personaje excepcional para el que se necesitaba que el actor estuviera en plenitud de sus facultades. El público, exigente, le silbó casi desde el primer momento, hasta que Burton montó un escándalo en escena al enfrentarse al público. Cosas de actores, porque Macbeth no es ninguna broma y hay que encararlo en el escenario con una finura y una sabiduría trágica que no permiten excesos de superioridad ni de ninguna otra índole. Hubo que sustituir a Burton inmediatamente y se eligió muy bien, a mi manera de ver y a la del público neoyorkino, a O'Toole. Este se consagró como actor en esa ocasión y la temporada teatral fue un éxito.

Tengo para mí que el inglés habría sido el actor ideal para el Firmin de la película, cuyo guión intentaron inútilmente durante años escribir novelistas y guionistas cinematográficos de la talla de Guillermo Cabrera Infante o Jorge Semprún, entre otros. El histrionismo de O'Toole es mucho más natural que el de Finney, que en muchas de sus secuencias sobreactuó en sus esfuerzos por acercarse al cónsul, además de que ya, y después, O'Toole era un actor mucho mejor y más trágico, y más dipsómano en su viva real que el propio Finney. Su interpretación fílmica habría sido, a mi entender, mucho más artística y verosímil. Digo O'Toole, pero puedo decir otro actor de sus mismas características trágicas: Richard Burton.

O'Toole era un actor mucho mejor y más trágico, y más dipsómano en su viva real que el propio Finney

Burton era ya un gran actor de cine y de teatro a esas alturas, constatado y triunfante en mil batallas difíciles, y vencedor, sin duda, de su guerra profesional por ser uno de los mejores actores del mundo. Cualquiera de los dos habría tocado la imposible luna de Firmin con la mano. El caso es que ya no hay remedio, porque volver a hacer una nueva película de la gran novela de Lowry se me antoja muy difícil en la actualidad, con actores que ya no son lo que eran en esa época dorada de Holliwood. Y tampoco creo que la demanda cinematográfica pueda exigir hoy a los productores una película tan "intelectual" como la novela de Lowry. Incluso me pregunto quién, salvo novelistas, profesores y lectores de novelas empedernidos, leerá Bajo el volcán, que es una novela eterna y fuera de serie.

A estas reflexiones he llegado con calma en estos últimos días convulsos de mi quehacer vital, la literatura y sus alrededores. La relectura de estos capítulos de Bajo el volcán me llevan a una última consideración personal. No hay envidia sana en la literatura: o hay gran admiración o una gran envidia.

He sufrido estos dos sentimientos en estas lides de hoy. Y no me arrepiento. He vuelto a aprender mucho de Lowry, de Firmin, de Cuernavaca y del Día de Muertos mexicano. Una maravilla que vale la pena repetir: la ruta de Firmin buscando su muerte trágica en el ambiente mágico de Cuernavaca.