Lampedusa

Lampedusa

A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Lampedusa y la tristeza literaria

10 abril, 2019 07:42

Lampedusa murió en un hospital de Roma antes de ver publicada su novela El Gatopardo. Dicen que fue de cáncer, porque fumaba todo el tiempo que leía, y leía todo el tiempo, pero a mí me da la impresión de que murió de una enfermedad peor: la tristeza literaria, esa melancolía perpetua que no se quita nunca y lleva a la muerte a los escritores fracasados o que se creen ya inundados definitivamente por el fracaso. He pensado mucho (he leído tres veces El Gatopardo, y he prologado una de sus ediciones en español) en Lampedusa, un hombre con una vida por entero entregada al estudio y la escritura literaria. Un hombre bastante solitario. Tal vez un hombre triste de genética y de respiración. Pero, digámoslo de una vez: sus contemporáneos, el poder cultural, social y político, lo despreciaron a él y despreciaron su obra. Sobre todo Elio Vittorini, el chamán rojo del mundo de la edición en aquella temporada.

Fue un milagro rocambolesco el destino finalmente glorioso de El Gatopardo. Despreciada por los grandes editores del momento, la novela fue a parar a manos de Elena Croce, que entonces ejercía de agente literaria, y se perdió al final entre brumas y maledicencias. Entre esa mala fe ganó el rumor de la mala gente que vino a decir y a extender por los circuitos intelectuales de Roma, Milán y Nápoles que El Gatopardo no era obra del Príncipe sino de su madre. El horror. Hasta que Giorgio Bassani la leyó y eligió publicarla en una colección que le había encargado Feltrinelli. Al publicarse la novela, tras la muerte de Lampedusa, el equívoco y los ataques contra el novelista no cesaron. Entonces, apareció en Roma Louis Aragon, "papa" laico del comunismo francés que, con sus declaraciones favorables a la lectura de la novela, acabó de una vez con todas las malas críticas y los rechazos a Lampedusa y comenzó la gloria literaria de El Gatopardo.

No voy a contar nada de la película porque todo el mundo (cree) haber visto y entendido la obra de Visconti, pero sí quiero contar mi experiencia con esta novela grandiosa,

En el año 2002 recorrí Sicilia durante un mes, de arriba a abajo y de norte a sur, buscando el fantasma de Lampedusa y El Gatopardo. Hice por dos veces la ruta de Lampedusa, estuve dos días en Santa Margherita de Belice, vi con mis ojos y recorrí con mis pies, lleno de ilusión, lo que queda de Donnafugata, el palacio inventado (pero real) por Lampedusa. Recé el Padrenuestro una tarde de gran calor en la Iglesia de Parma, me allegué a Augusta, ante la angustia de mi chófer siciliano (que decía que en esa playa no había nada, sino piedras y soledad), para encontrarme con la sirena del cuento de Lasmpedusa. Recorrí varias veces las calles de Palermo, siguiendo las huellas del Príncipe, visité su "palacio" arruinado, desde cuya ventana el Príncipe di Salina reflexiona sobre su vida en las últimas páginas de la novela. Conocí a los libreros de Flacovio y Feltrinelli, librerías en las que Lampedusa pasaba largas horas buscando sus libros preferidos, y en Taormina adquirí una edición fantástica de El Gatopardo. En fin, me enamoré de Sicilia y de El Gatopardo y escribí una novela que, en el fondo, era un homenaje intelectual al Príncipe de Lampedusa y a su gran novela. Esa novela se titula Casi todas las mujeres, y su escritura me dio muchas satisfacciones. Es una novela puramente literaria, pero algunos críticos, anclados en su maledicencia absurda, no lo vieron así. Allá ellos. Mi novela sigue en pie y algunos de esos críticos ya han desaparecido de la faz del mundo. Así es la vida siempre.

Ningún escritor puede ser considerado gran novelista si no ha escrito una gran novela. Sucede que El Gatopardo es una grandísima novela, por lo que resulta que Lampedusa es un gran novelista. Esa es la venganza poética de la literatura: nadie se acuerda hoy de quienes denigraron a Lampedusa por su novela; nadie se acuerda de los editores que rechazaron el texto; nadie se acuerda de los críticos que dijeron que esa novela había repatriado de nuevo la novela italiana más de un siglo. Imbéciles (y lo digo con benevolencia).

Ahora Anagrama acaba de publicar una nueva y espléndida (y gozosa de lectura) edición de El Gatopardo. Ahí están Feltrinelli (Carlo) y el Lampedusa que queda en pie (mi amigo Gioacchino Lanza Tomasi de Lampedusa, a quien tengo prometida una visita a Palermo) manejando ese texto hasta convertirlo definitivamente en perfectos; hasta darle la máxima gloria de la literatura. La injusticia literaria que se cometió con la novela de Lampedusa por parte de los chamanes de siempre, malvados ideológicos, sectarios literarios, falsos intelectuales sin ética y, por tanto, sin estética, no hizo otra cosa de reafirmar los valores de eternidad de El Gatopardo, que aquí está de nuevo, otra vez, como siempre, cabalgando sobre la historia de la literatura, impertérrita, invulnerable, genial, gran venganza del tiempo sobre la mediocridad.

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