Exposiciones

Vázquez Díaz, retratos

Los hombres de un siglo

5 julio, 2000 02:00

"Autorretrato" de Vázquez Díaz (1906)

Fundación Cultural Mapfre Vida. General Perón, 40. Madrid. Hasta el 10 de septiembre

En un desfile apasionante, se suceden los protagonistas del mundo literario parisiense, los autores españoles de la generación del 98, los poetas del 27, los políticos, los artistas, los actores...

La vocación del retrato estuvo en Vázquez Díaz desde el principio: el primer cuadro suyo de que hay noticia fue el retrato de un torero, El Litri, que pasó por su pueblo. El retrato fue el género de sus primeros triunfos y se convirtió en una dedicación asidua. En 1910, en París, comenzó una serie de dibujos de escritores para la revista Mundial que dirigía Rubén Darío; después, a su vuelta a España, seguiría enviando retratos a los periódicos de Madrid. Tenía una idea del conjunto de su empeño; ya pensaba en dejar a la posteridad una galería de varones (y algunas, muy pocas, mujeres) ilustres de su época.

En 1957, por iniciativa del Instituto de Cultura Hispánica, se expuso una selección de retratos suyos titulada Hombres de mi tiempo, y sabemos que el pintor proyectaba un libro con el mismo título (que nunca se hizo) que recogiera una antología de sus retratos a lo largo del siglo. Ahora, una investigación inteligente y rigurosa de María Dolores Jiménez-Blanco ha reunido hasta 115 cabezas dibujadas de diversas épocas, muchas de las cuales se exponen por primera vez, y quince retratos al óleo, algunos de los mejores o más conocidos del pintor.
En un desfile apasionante, se suceden los protagonistas del mundo literario parisiense a comienzos del siglo, los autores españoles de la generación del 98, los poetas del 27, los toreros, los actores, los políticos, los artistas, la familia del pintor. La actriz María Guerrero muerta, Pío Baroja con boina y sin boina, los espléndidos bigotes de los hermanos álvarez Quintero, José Antonio Primo de Rivera (y adivinen quién es el propietario de este dibujo). Hay una evolución estilística evidente; desde las cabezas tempranas, con el contorno marcado y las sombras suavemente difuminadas, que evocan a Casas, hasta las aristas del poscubismo y el art deco; desde el naturalismo académico hasta la caricatura. Pero hay también variaciones estilísticas que no se explican por el desarrollo cronológico, porque se dan simultáneamente.

El retrato es teatro. El retratista dispone un attrezzo y un decorado para enmarcar a su héroe; Vázquez Díaz lo hace abiertamente en sus retratos pintados. Al entrar en la exposición, nos sorprende un sensacional Rubén Darío vestido de monje zurbaranesco, luego encontramos al poeta Adriano del Valle travestido de romano y al Duque de Alba, haciendo de su propio antepasado (posa delante de una armadura, y su impecable traje gris cobra la rigidez y el brillo metálico de una coraza). O sale Juan Belmonte disfrazado de torero. Sumido en la penumbra, Indalecio Prieto parece un conspirador más que un ministro de Hacienda. Todo esto puede hacerse en los retratos pintados; pero en los dibujos de cabezas, el pintor tiene que prescindir del traje y el escenario, y entonces el estilo adquiere un papel vital para apoyar la interpretación. Por ejemplo, en el retrato dibujado de Rodin, el escultor se convierte en una de sus esculturas de superficie erosionada y rasgos borrosos. Adriano del Valle, Mi amigo Adriano, es un pastiche de los retratos neoclásicos picassianos de Stravinsky, Satie... Ramón Gómez de la Serna aparece como una esquemática caricatura moderna. Cada estilo es una máscara que oculta y revela al mismo tiempo. Entre los grandes aciertos de esta exposición está el presentarnos a veces dos versiones de una sola persona; por ejemplo, un García Lorca demasiado saludable y otro francamente melancólico.

Lo increíble, en todo caso, es que Vázquez Díaz lograra fijar tantas veces el rostro de un hombre en la memoria pública, erigir tantas efigies definitivas, tantos monumentos. Y no es sólo que hayamos visto algunas de estas cabezas en los manuales escolares. Vázquez Díaz no era un dibujante de una facilidad excesiva; sus dibujos a veces parecen muy corregidos, muy trabajados. Pero poseía una formidable capacidad de síntesis, el don de acuñar el perfil de cada uno y darle un aire anticipado de estatua. Rubén evocador, Unamuno severo, Juan Ramón ferviente y melancólico, cada uno tel qu"en lui même, enfin, l"eternité le change.

A los diez años, Daniel Vázquez Díaz (Aldea de Riotinto, Huelva, 1882-Madrid, 1969) viaja a Sevilla con su padre y descubre la colección del Museo de Bellas Artes (Zurbarán, El Greco). En 1897 comienza los estudios de comercio mientras acude a clases nocturnas de dibujo en el Ateneo. En 1903 se traslada a Madrid, donde realiza copias del Museo del Prado. En 1906, camino de París, presenta su primera individual en San Sebastián.

En la capital francesa vive la gestación del cubismo. Discípulo de Bourdelle, conoce a Picasso y Braque. A

su regreso a España, en 1918, se instala en Madrid, donde reside hasta su muerte, alternando la pintura con la labor docente en la cátedra de pintura mural de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. En 1927 comienza sus pinturas murales, aunque posteriormente se dedicará al retrato, las naturalezas muertas y el paisaje. Obtiene numerosos galardones y, en 1949, es elegido académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.