Image: La piel fina de Raoul de Keyser

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Arte internacional

La piel fina de Raoul de Keyser

12 octubre, 2018 02:00

Vista de la exposición

No encontró límites en los bordes de sus pinturas, sobre las que volvía una y otra vez. Figurativo, abstracto, el museo S.M.A.K. de Gante dedica a Raoul de Keyser Oeuvre, un recorrido por su trayectoria que reúne hasta el 27 de enero más de cien pinturas en su inmenso espacio central.

Si les digo que Raoul de Keyser nació, vivió y murió en el mismo pueblecito del oeste de Bélgica y que toda su obra fue pintada entre las cuatro paredes de su modesto estudio, probablemente piensen que se trata de uno de esos huraños indomables, algo que parecería corroborar el conjunto de su trayectoria, tan circular, tan propensa a revisarse, a mirar lo ya hecho. Lo cierto es que no fue así. Trabajó durante años en una consultoría y fue un apasionado futbolero, como demuestran sus crónicas en diferentes periódicos. Cuentan que tenía un buen sentido del humor, o al menos, esa retranca tan común entre los artistas de estas latitudes. Siempre que me detengo ante la obra de artistas belgas miro hacia los lados pensando que su autor puede estar ahí, tratando de disimular media sonrisa al ver cómo reacciono ante ella. Comparten esa cualidad tan cáustica, casi desafiante, un buen número de artistas como Koenraad Dedobbeleer, Harald Thys y Jos de Gruyten, a quienes pronto veremos en Venecia, o Jef Geys, por no remontarnos hasta Broodthaers o hasta Magritte. La vemos incluso en pintores abstractos como De Keyser, y mientras escribo esto me doy cuenta de que, al situarlo en el ámbito de la abstracción, ya me ha metido el primer gol.

Nacido en 1930 en Deinze, Raoul de Keyser frecuentó a mediados de los sesenta a los jóvenes de la facción belga de la Nueva Figuración, o Niewue Visie, un grupo que afloró, con diferentes intensidades, en toda la Europa de posguerra y para quienes figuración y abstracción eran prácticas dúctiles abiertas al mestizaje. De Keyser lo entendió pronto, y empezó a pintar primeros planos de motivos cotidianos, como ventanas, sus marcos o incluso sus picaportes, a los que tanto se acercaba que se tornaban irreconocibles. Es curioso que eligiera este motivo, la ventana, ligada a una tradición de siglos en torno a la visualidad en la pintura. No le importaba tanto el exterior que desde ellas se divisaba como esa idea de umbral, lo que separaba lo de dentro de lo de fuera. Es rara esta pintura inicial. Tiene una fuerte impronta del arte pop, entonces en auge, pero también de la pintura de campos de color, a la que la cultura popular había contribuido a derrocar. Para complicar las cosas, el artista empezó a pintar también los bordes de los cuadros, y este interés por salirse del plano convirtió los cuadros en cajas. Algunas de ellas yacen en la primera sala de esta exposición junto a otros cuadros que representan esas mismas cajas en raras perspectivas, como un ejercicio elíptico que tenía mucho de juego y experimentación formal. Como era de esperar, si el nuevo arte no debía distinguir entre lo figurativo y lo abstracto, tampoco habría de encontrar límites entre el plano y el objeto.

A De Keyser le llamó la atención cómo se pintaban las líneas blancas sobre el césped de los campos de fútbol. Le sirvieron como fuente para ahondar en esa brecha -o, mejor, en el encuentro- entre abstracción y figuración, pero aquella se iría imponiendo sobre esta, centrándose en un quehacer autorreflexivo. No abandonó del todo cuánto de real podía observar en su pequeño estudio, pues, sirviéndose de la cámara, acudía a motivos como las verjas o las instalaciones deportivas que veía desde su casa. Al pintar esas imágenes, aplicaba en ellas una suerte de zoom, abstrayéndolas. Luego las recortaba, giraba, invertía, como buscando nuevos posibles encuadres que rectificaran lo captado inicialmente. Fueron imponiéndose poco a poco las investigaciones en torno a lo puramente pictórico. Le interesaba cuánto podía dar de sí la pincelada, cuánto podía contar -evocar- mediante leves veladuras o con breves brochazos con mayor carga matérica, cuál sería la incidencia de la luz en función del ritmo del pincel, la relación entre la pintura y el plano... Hay una serie magnífica titulada Teegedraads, de 1978, en el que cuatro monocromos grises se diferencian por una breve franja de distinto color en su parte superior. Por eso, y por el excepcional elenco de pinceladas de un mismo gris que, en sus direcciones divergentes, revelan mundos antagónicos e inagotables.

Oever (2005) y, a la derecha, To Walk (2012)

Martin Germann, comisario jefe del S.M.A.K. y responsable de esta muestra, tenía un reto complicado en el inmenso espacio central del edificio, pues De Keyser no hizo formatos grandes. La solución es audaz y acertada, pues, de la mano del arquitecto que en su día rehabilitó el estudio de De Keyser, ha creado una gran tramoya que ha dejado sin pintar sobre la que se disponen, en muy lograda cadencia, varios de los cuadros más emblemáticos de pintor. Es soberbia esta sala. Precede a otras con obras también magníficas, que son, creo, las que mejor definen al pintor en su época ya madura, aquellas que delatan una pintura membranosa, que habita no se sabe si dentro o fuera del plano, pues tiene éste una piel fina de la que no se deduce si retiene un aire tibio y plácido -es cálida su gama cromática- o si más bien tiende a exhalarlo.

Volvía tras sus pasos el pintor continuamente, contenido en cada cuadro todo su universo. Germann ha llamado la exposición Ouvre, "obra", como enfatizando que cada cuadro en sí mismo reúne el conjunto total de su singular sensibilidad. Se tiende a hablar despectivamente de quien pinta el mismo cuadro toda su vida, pero en la obra de Raoul de Keyser, en sus infatigables idas y venidas, es capaz de concitar, en un mismo cuadro, registros tan contradictorios como fascinadores, ya fuera de regreso a su campo de fútbol, o al pino araucano de su jardín, que le acompañó toda su vida y que le guiaría hacía insólitas soluciones expresivas.

@Javier_Hontoria