Image: Bienal Contour, el medio es la justicia

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Arte internacional

Bienal Contour, el medio es la justicia

2 mayo, 2017 02:00

Una imagen de la Plaza del mercado de Malinas

La octava edición de la bienal belga reflexiona sobre la justicia y logra dibujar con precisión los frágiles contornos legales de nuestro tiempo.

Contour es un proyecto de carácter bienal que se celebra en la localidad belga de Malinas, a medio camino entre Bruselas y Amberes. Creado en 2003 con la vocación de dar voz a las diferentes tendencias artísticas contemporáneas en el ámbito del videoarte, amplió su campo en la cuarta edición (2009) para cubrir todos los lenguajes ligados a la imagen en movimiento, esto es, incluyendo el cine y la instalación. En sus ocho ediciones, la bienal ha enraizado siempre con fuerza en la ciudad, explorando la singularidad de su historia y de sus instituciones. En el siglo XIV, Carlos el Temerario creó el Gran Consejo de Malinas, la primera gran estructura judicial de los Países Bajos. En algunas de las sedes de esta bienal, como la Casa de Aldermen, se produjo una intensa actividad en la organización de los estamentos legales del territorio.

El Palacio de Margarita de Austria, que fue en el primer tercio del s. XVI gobernadora de los Países Bajos, es hoy el tribunal de primera instancia de la ciudad tras haber sido, durante casi dos siglos, el Alto Tribunal de la región. El Palacio es un edificio descomunal, uno de los primeros diseños renacentistas del norte de Europa, y tiene un extraordinario patio ajardinado. Margarita fue también una célebre connoisseur muy implicada en el impulso de las artes y la música. Amante de la música polifónica, atrajo a muchos de los primeros espadas europeos del género. Por aquí anduvo, nos cuentan, el conocido Petrus Alamire, que fue uno de los copistas favoritos de Margarita, un tipo de una destreza poco común en el campo de la transcripción musical. Siempre envuelto en un raro halo de opacidad, fue un personaje singular, pues además de ser un consumado calígrafo fue un espía que nadó entre las aguas de diferentes cortes europeas, sorteando con habilidad las corrientes de la ley.

En torno a estas ideas de justicia y de tradición musical tan arraigadas en la ciudad gravita esta octava edición de la Bienal Contour, cuya dirección artística firma la comisaria india Natasha Ginwala bajo el título Poliphonic Worlds: Justice as a Medium. Antes de avanzar en detalles constatemos que este proyecto de escala media y muy llevadera, con obras en su mayoría de nueva producción de veinticinco artistas distribuidas en seis sedes, está formidablemente armado. Cuando la justicia es hoy sistemáticamente puesta en cuestión, cuando el poder trata de debilitar su fortaleza institucional en su propio interés, esta exposición logra dibujar con precisión, desde la polifonía que conforman las diferentes voces y contextos geográficos aquí reunidos, los frágiles contornos legales de nuestro tiempo. Buena parte del proyecto gira en torno a los vericuetos y fallas del lenguaje con el que se construyen las diferentes legislaciones, una dialéctica, la jurídica, que lejos de ser inapelable se encuentra llena de fracturas. Los periódicos nos enseñan cómo el ejercicio de la ley no es tanto el luchar por que ésta sea cumplida como, más bien, el de deslizarse por sus fallas para que el lenguaje permanezca siempre en un estado de indeterminación e ineficiencia.

Ana Torfs: Anatomy, 2006

Arrancamos nuestro recorrido en The Garage, donde, en la planta baja, dos artistas, Ana Torfs y el ubicuo Trevor Paglen marcan la temperatura del proyecto. La primera, nacida en Bélgica en 1963, presenta un vídeo sobre el caso del asesinato de Karl Liebnecht y Rosa Luxemburgo. La artista reúne a 25 actores que narran las últimas horas de vida de los creadores del Partido Comunista Alemán a partir de los testimonios guardados en los archivos del Ejercito Federal. Aflora aquí la idea de "interpretación", la más común de las argucias a la hora de buscar las grietas de la leyes para moldear el discurso al gusto de uno. Los testimonios de los archivos originales en alemán son traducidos al inglés y después interpretados por veinticinco actores y actrices que demuestran cómo la verdad pierde fuelle a medida que se expone a su análisis y que el tratamiento del lenguaje se torna en un enfangado campo de juegos malabares. La obra de Paglen forma parte de un proyecto en curso iniciado en 2001, una suerte de glosario de palabras clave con las que los servicios de inteligencia estadounidenses denominan sus turbias investigaciones secretas. Lejos de producir significado y de clarificar el lenguaje, la terminología que presenta Paglen alerta sobre su propia opacidad.

Caminamos durante tres minutos (las distancias entre las sedes son cortas y el paseo muy agradable) atravesando la plaza de la Catedral de San Romualdo hasta llegar a la Casa Alderman. Se da una llamativa paradoja en este edificio, pues además de haber sido escenario de la redacción de multitud de leyes fue, durante mucho tiempo, una de las prisiones de la ciudad. En la planta baja puede verse un trabajo de la canadiense Judy Raul (1962), una artista que ha jugado un papel asesor importante en la Bienal. Titulada The Book of Glass, 2017, es una gran instalación en la que una cámara "lee" un libro cuyas páginas son pasadas por un rudimentario motor. Vemos grabaciones en diferentes pantallas esparcidas por toda la sala. En ellas vemos vistas de la ciudad, detalles de la arquitectura e imágenes de nosotros mismos que se alternan con las imágenes del libro. Raul nos habla de la objetividad de la evidencia, del valor de las pruebas, y lo hace a través de un fuerte dispositivo tecnológico como preguntándose si será la justicia en un futuro más justa, rápida y precisa cuando sea la tecnología quien sustituya a la endeble razón humana.

Trevor Paglen: Detalle de Code names (en curso desde 2001)

En la Casa Alderman, Natasha Ginwala ha dispuesto una "sala de pruebas" con documentos y manuscritos de artistas que trazan una línea entre las primeras incursiones en el campo de la legislación que aquí se dieron hasta los protocolos actuales de la Corte Penal Internacional de La Haya, herederos del brío inicial de la justicia alumbrada en Malinas. Aquí encontramos también piezas creadas por Petrus Alamire, ese agente doble y consumado calígrafo. Junto a sus maravillosos manuscritos se encuentran otros que representan la barbarie con la que los belgas tomaron el control de Congo. Está bien montada esta sala, uno de los núcleos de la bienal, en la que se abrazan sus iconografías vertebrales.

Volvemos a caminar por la ciudad hasta llegar al citado Palacio de Margarita, una de las sedes más potentes de la Bienal, aunque sólo acoja el trabajo de dos artistas. En el patio ajardinado podemos ver el trabajo de Lawrence Abu Hamdan, otro artista que acumula participaciones en exposiciones importantes. Debo admitir que esperaba en esta bienal la presencia del artista jordano y residente en Beirut pues su obra se encuentra en el centro mismo de la temática que aborda el proyecto de Ginwala. Pues bien, su participación, una de sus conocidas piezas de audio, es realmente deslumbrante. El sonido sale de altavoces con forma de piedra situados junto a plantas distribuidas en tres localizaciones distintas. Déjenme contarles la historia que en él se narra, pues es realmente interesante. Dice Abu Hamdan que es habitual ver en el los Montes de Chouf de Líbano, metros y metros de cinta de cassette rodeando los árboles para evitar que los pájaros dañen el fruto. Uno de estos árboles llamó la atención por su cinta, más fina que el resto, como si fuera de un mini casette y no de una casette convencional. Una rara curiosidad le llevó a tratar de recuperar el sonido ahí guardado y, al lograrlo, comprobó que se trataba de la voz de un hombre llamado Wissam que leía fragmentos de un libro sobre la Taqiyya. La Taqiyya es un concepto arraigado en el ámbito judicial islámico sobre el que Abu Hamdan viene trabajando desde los comienzos de su aún corta trayectoria. Se trata del derecho a mentir, por el cual las declaraciones juradas se sitúan en un estado liminar, entre la legalidad y la ilegalidad, que las torna muy difícilmente recusables. Funciona, por tanto, extraordinariamente bien la pieza en los jardines del Tribunal de primera instancia de la ciudad.

En una sala del interior del palacio, un no menos interesante vídeo de Eric Baudelaire -Also Known as Jihadi, 2017- narra el viaje de un chaval de Francia a Siria, su paulatino proceso de radicalización y su experiencia como yihadista. Baudelaire ha acudido a archivos secretos del gobierno francés para construir una narrativa que se toma la forma de una conversación, como si simulara un interrogatorio. Dice el artista francés que se trata de una película para que tratemos de "no entender lo que se nos quiere dar a entender". Me gusta esta afirmación para describir el ambiente general de esta estupenda exposición, en el que la ley, perversamente emponzoñada, enturbia mucho más que clarifica.

@Javier_Hontoria