Óscar Tusquets con Julia de Castro, en el documental 'Dios lo ve'

Óscar Tusquets con Julia de Castro, en el documental 'Dios lo ve'

Arquitectura

Óscar Tusquets, arquitecto: "Los tanatorios me parecen horribles, hay que saber morir con dignidad"

Un documental nos embarca en un viaje por el universo creativo de uno de los últimos sabios de la tribu de la creación integral, 'Dios lo ve'.

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A Óscar Tusquets (Barcelona, 1941), su padre lo disuadió de estudiar Bellas Artes en favor de la carrera de Arquitectura, un oficio que le aseguraba un mínimo de seguridad económica.

Con el tiempo, este creador omnívoro incorporó el diseño industrial, la obra pictórica y literaria al diseño de edificios emblemáticos como la ampliación y remodelación del Palau de la Música de Barcelona, el Auditorio Alfredo Kraus de las Palmas de Gran Canaria, el rediseño de cuatro salas del Museo de Artes Decorativas de París y la estación Toledo de la Metropolitana de Napoli.

Suya, en colaboración con Salvador Dalí, es la sala Mae West de la casa museo del de Figueres; suyas son también, en contubernio con Lluís Clotet, el Belvedere Georgina y la reconversión en la Casa Victoria de un antiguo dammuso en la isla de Pantelleria. Como también muebles y objetos que forman parte del Moma de Nueva York y el George Pompidou de París.

Su apellido delata la relación con el mundo editorial. Respaldó a su hermana en la reflotación y conversión de Lumen, un sello religioso que había montado su tío paterno.

De la mano de su primera esposa, Beatriz de Moura, lanzó Tusquets Editores, cuya festiva puesta de largo marcó el inicio de la llamada gauche divine, un movimiento de intelectuales, profesionales y artistas de izquierda culto, adinerado y contestatario en la Barcelona de los sesenta, integrado por, entre otros, los Nobel de Literatura Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, los arquitectos Carlos Ferrater y Eduardo Bofill, el poeta Carlos Barral, los fotógrafos Oriol Maspons, Colita, Leopoldo Pomés y Ramón Masats.

Un documental embarca ahora al público en un viaje por el universo creativo de uno de los últimos sabios de la tribu de la creación integral, Dios lo ve (Alex Guimerà y Guillem Ventura, 2025), que se presentó durante el pasado Atlantida Film Fest de Mallorca y que, tras un estreno reducido en cines, se puede ver en Filmin a partir del 19 de diciembre.

Por momentos, durante la conversación, Tusquets no contesta a las preguntas que se le formulan o practica el arte de la digresión, pero qué más da. Todas sus respuestas son de sobremesa larga que mira al mar, de generoso y disfrutón veterano que comparte lo vivido, que es mucho y trufado de nombres imprescindibles del pensamiento y la cultura del siglo XX.

Pregunta. Tiene una trayectoria muy ecléctica, pero asegura que si decidió tomar la pluma fue para hacer amigos. ¿No se los brindaba la arquitectura, el diseño y la pintura?

Respuesta. Esa frase la dijo Gabriel García Márquez, pero me la copió. La gente dice que leerme es como ir a cenar conmigo. Así que debo haber ido a cenar con, qué sé yo, 50.000 personas. No está mal.

P. ¿Concibe la arquitectura también para reunir a la gente, que sean espacios donde sea posible entablar una amistad?

R. La gente me preguntaba: “¿Cómo es que has abandonado la arquitectura?”. Y lo que sucedió es que la arquitectura me abandonó a mí. Durante la crisis de 2008, los arquitectos de una cierta edad lo pasamos muy mal.

»Además de que yo tengo una incapacidad absoluta para la especialización: cuando estoy pintando, pienso que debería estar escribiendo, y cuando estoy escribiendo, pienso que debería estar diseñando. Me han divertido demasiadas cosas.

P. Sin embargo, en su penúltimo libro, Vivir no es tan divertido, y envejecer, un coñazo (Anagrama, 2021), se contradice.

R. Con ese título me refería a que también hay que saber morir con dignidad. Llega un momento en que hay tanta gente que lo pasa mal sobreviviendo, que vivir no es tan divertido. Evidentemente, he hecho todos los documentos de la muerte digna: no quiero acabar entubado pasándolo mal en un hospital. Lo tengo bastante decidido y creo que cuando llegue el momento no cambiaré de opinión.

P. Marina Abramovic lo tiene todo pensado para su funeral. ¿Ha llegado también usted a ese punto de detalle?

R. Yo insisto a mis amigos en que nada de tanatorio: me parece horrible, con una arquitectura contemporánea más horrible aún y con muebles de escay. Así que ni en broma. Por descontado, que me incineren.

»Mi padre donó su cuerpo a la ciencia. Vinieron de la universidad, se lo llevaron y no hubo entierro ni funeral. Me gustaría hacer una fiesta, lo que pasa es que Ricardo Bofill me lo copió y se adelantó, porque se ha muerto antes que yo, y montó una fiesta fantástica en su taller. Bailamos como locos.

Óscar Tusquets y el cineasta Albert Serra, en 'Dios lo ve'

Óscar Tusquets y el cineasta Albert Serra, en 'Dios lo ve'

P. Impresionan bastante las secuencias de Vargas Llosa en la película. ¿Celebra los amigos que va dejando atrás, haber tenido la suerte de que formaran parte de su vida?

R. En este momento tengo bastantes amigos de 40 años, más jóvenes que yo. Me he saltado una generación. Yo creo que tus hijos profesionales te tienen que superar y por eso te desprecian, pero tus nietos pueden volver a quererte. Hace dos días era el más joven en las reuniones, pero ahora, soy siempre el mayor. Me parece que de una cosa a otra han pasado un par de años, cuando evidentemente han transcurrido 60.

P. También menciona en el documental al director de escena Bob Wilson, que también nos ha dejado este año.

R. Teníamos muy buen rollo... El proyecto de las estaciones de metro en Nápoles fue un fenómeno rarísimo, porque de pronto quisieron tener el metro más bonito del mundo. Para sacar adelante cada estación era obligatorio trabajar con algún artista de primer nivel, que hubiera estado en la Bienal de Venecia. Yo conocía un poco a Bob Wilson, porque la arquitectura le interesaba muchísimo. Coincidimos en el Palacio de la Música de Barcelona y le propuse trabajar conmigo en mi estación.

»Para poder hablar con los artistas, primero tenía que estar aprobado el proyecto arquitectónico, pero a mí me interesaba trabajar desde el principio con él, porque quería desarrollar una arquitectura coherente con sus ideas. Me replicaron que él trabajaba con la luz, con soniditos. Contesté que fantástico, porque no quería que colgase cuadros en mi estación. Fue una relación maravillosa. Eso sí, bebía como un loco...

P. La presencia del mar es muy importante tanto en la estación de metro Toledo de Nápoles como en el auditorio Alfredo Kraus. ¿Cuánto tiene que ver dónde se nace con el tipo de arquitectura que se practica?

R. Yo nací en Barcelona y mis padres, por suerte, adoraban el mar. Aprendí a nadar a los dos años. Siempre veraneábamos en la costa y teníamos barcos de vela. Así que mi relación con el mar ha sido de un amor y una intensidad tremendas.

»La estación de Nápoles tenía una cosa curiosa, la mitad está por debajo del nivel del mar, y como a mí me gusta hacer una arquitectura figurativa, que explique lo máximo posible, también quise explicar este hecho. Así que hay un momento a media escalera mecánica, en el que en todas las paredes, las placas de piedra se transforman en mosaico de vidrio azul, y da la sensación de que estás dentro del mar. En el pasillo que da acceso a los andenes conseguimos que no hubiera publicidad, sino que en las paredes hubiera una obra de Bob Wilson.

»Entonces, a él se le ocurrió una de estas cosas que se le ocurrían a él: simular la orilla del mar. Él propuso usar 200 televisiones con imágenes que fueran moviéndose un poco. Entonces, un tío de Sicilia -estas cosas que pasan en Italia, de pronto, hay unos técnicos en los sitios más impensados- nos dijo: "Vamos a hacer igual que una de aquellas postales que se mueven cuando las giran, la gente al andar va a ir viendo imágenes diferentes”. En cada panel pusimos siete instantáneas. El resultado es bastante mágico.

P. César Pelli dijo en una entrevista que entre los arquitectos americanos es un error común diseñar edificios apropiados para su país cuando van a otros. ¿Qué importancia ha tenido imbuirse de la cultura del lugar donde desarrollaba su trabajo?

R. Fue uno de los jurados de los Premios Década que yo instauré en Barcelona para premiar a la mejor obra que tuviera 10 años de antigüedad. Es un argentino listo listo. Me acuerdo que en una cena nos explicó que James Stirling, grandísimo arquitecto inglés, estaba desesperado porque en un edificio de Berlín, el constructor quería cambiar las carpinterías de bronce por aluminio. Y entonces, César Pelli le dijo: "Ah, pero ¿tú no tienes una partida de trampa en todos los presupuestos?".

»Y nos explicó que siempre hay que poner una partida que no te importe mucho y sea carísima, por ejemplo, que los huecos del ascensor estén forrados de mármol de Carrara. De modo que cuando te pidan lo de la carpintería, tú tienes que decir, "Ah, no, la carpintería no se puede tocar. Estoy dispuesto a sacrificar el hueco del ascensor, pero la carpintería de ninguna manera”. [Risas]

Tusquets, con Antonio López, en la película.

Tusquets, con Antonio López, en la película.

P. ¿Qué hay de mi pregunta?

R. Sí, respecto a eso, por ejemplo, Nápoles no me era extraño. Solo un español puede entender una capilla con los pelos de Maradona. Un sueco, no. Si bien es verdad que otro artista importante, el sudafricano William Kentridge, hizo una alusión directa en sus dos mosaicos en la estación a ceremonias y cosas napolitanas.

»Lo mío era más abstracto, pero estaba el mar y la idea de que desde 40 metros de profundidad, saliendo del tren, pudieras ver un cráter con luz natural arriba. A veces uno tiene ideas felices, muy pocos momentos.

P. Hablando de ideas felices. ¿Le resultó intimidante el encargo de ampliar el Palau de la Música de Barcelona?

R. Yo creo que fue un riesgo que asumió Félix Millet. Acabó en prisión, pero esto ya es otro asunto. Nosotros habíamos arreglado unos bajos de Lluís Domènech i Montaner muy bonitos en la Casa Thomas, que era una imprenta. Y Millet tuvo la valentía de pedirnos una misión imposible: teníamos que cumplir normas de incendios, de acceso de minusválidos hasta en los baños, aire acondicionado sin que se viera ni un tubo en la sala. Todos los técnicos habían dicho que no era factible. Pero lo hicimos posible.

P. Dedicó nada menos que tres décadas a ese proyecto. ¿Cuál fue la cronología de los hechos para lograr la autorización del obispado para derribar la iglesia del convento de San Francisco de Paula?

R. Llegamos a un acuerdo con el obispado. Se trataba de una iglesia que se había quemado durante la Guerra Civil y habían empezado a reconstruirla con un proyecto monumentalista, pero se quedó a medio hacer porque no hubo dinero para seguir. Conseguimos que nos cedieran una parte y pudimos hacer otro acceso, un edificio pequeño para los artistas. En aquel momento Pasqual Maragall era alcalde de Barcelona y nos dijo, "Ay, teníais que haber sido más valientes y haber conseguido que la iglesia se fuera".

»Una década más tarde llegamos al acuerdo de llevar la parroquia a Diagonal Mar, que era un nuevo barrio de Barcelona que no tenía iglesia. Yo le pregunté al cura si no iría al infierno, pero me aseguró que no. Fue una maravilla, porque hicimos una placita para ver la fachada lateral, que siempre había estado oculta. Es de las mejores cosas que he hecho. Estoy seguro.