Antonio Raphael Mengs: 'Carlos III, rey de España y de las Indias', 1765. Copenhague, Statens Museum for Kunst; depositado en Patrimonio Nacional, Colecciones Reales, Madrid, Galería de las Colecciones Reales

Antonio Raphael Mengs: 'Carlos III, rey de España y de las Indias', 1765. Copenhague, Statens Museum for Kunst; depositado en Patrimonio Nacional, Colecciones Reales, Madrid, Galería de las Colecciones Reales

Arte

El Prado salda su deuda con Antonio Raphael Mengs, pintor de cámara de Carlos III y retratista de la nobleza

El museo presenta una amplia exposición de uno de los artistas que trabajó en la decoración del Palacio Real de Madrid.

Más información: Crítica de la exposición de Juan Muñoz en Madrid: esculturas que miran los cuadros del Museo del Prado

Publicada

Es Antonio Raphael Mengs (1728-1779) uno de esos artistas cuya importancia en la historia del arte ha sido completamente anulada por la evolución del gusto. Pocos pintores ejercieron tanta influencia en el desarrollo de aquella y son, sin embargo, tan poco recordados.

Antonio Raphael Mengs (1728-1779)

Museo del Prado. Madrid. Comisario: Andrés Úbeda y Javier Jordán de Urríes. Patrocinio: Fundación BBVA. Hasta el 1 de marzo

Creo que, más allá de los vaivenes de la fama, es porque su pintura representa todo aquello contra lo que se alzó el arte moderno. Es decir, que llevamos casi dos siglos educándonos visualmente en lo opuesto a la pintura de Mengs, en la falta de reglas, la novedad, la subjetividad y la desmesura.

Elogiemos por tanto al Museo del Prado, que se empeña en hacer una exposición nada a la moda, ni siquiera a la moda de ir en contra de la moda, impulsando un proyecto de investigación y revalorización. La muestra es pertinente por las razones históricas mencionadas, pero también porque Mengs dejó en nuestro país un enorme legado, pues aquí residió intermitentemente desde 1760 hasta su muerte, como pintor de cámara del rey y como activo retratista de la nobleza.

Pero repasemos la historia para mejor comprender su aportación. A principios del siglo XVIII el barroco daba síntomas de agotamiento. También se apagaba la duradera influencia de Rafael, continuada a través de Annibale Carracci, Domenichino, Albani… Es en ese momento, 1755, cuando un pintor sajón y un erudito prusiano se encuentran en Roma y, de su mutuo entusiasmo por la antigüedad grecorromana y su admiración por la pintura de los viejos maestros –el mencionado Rafael, pero también Correggio y Tiziano–, deducen una propuesta revolucionaria.

Lo es literalmente, porque es una vuelta al pasado. Al considerar el arte griego y sobre todo la escultura, el logro más elevado, los artistas del presente solo pueden ser sus imitadores. Su propuesta se llamó neoclasicismo, un estilo acorde con las tesis racionalistas de la Ilustración y en cuyo seno surgirían luego artistas tan notables como Antonio Canova y Jacques Luis David.

Vista de la exposición. Foto: Museo del Prado

Vista de la exposición. Foto: Museo del Prado

Mengs nació en una pequeña localidad cerca de Dresde. Su padre, Ismael Mengs, era pintor y desde el primer momento guió la vida de su hijo en esa dirección. De hecho, le bautizó con los nombres de dos artistas que admiraba, Antoni Allegri da Correggio y Rafael de Urbino. Aún niño, la familia se trasladó a Roma para que pudiera estudiar en el Vaticano y asistir a clases de reputados maestros.

De vuelta a Dresde, un retrato al pastel de un célebre cantante le abrió las puertas de la corte. Allí pintó a Augusto III, rey de Polonia y elector de Sajonia. Tras otra estancia en Roma, obtuvo en 1751 el puesto de primer pintor de corte y el permiso para residir en Roma, donde ejecutaría un gran cuadro destinado a una iglesia de la ciudad sajona.

Antonio Raphael Mengs: 'Isabel Parreño', 1769-71. Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando

Antonio Raphael Mengs: 'Isabel Parreño', 1769-71. Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando

En 1760, sin embargo, fue llamado a España por Carlos III para contribuir a la decoración del Palacio Real de Madrid. Y aquí residió, salvo estancias en Roma, el resto de su vida. Llevó a cabo retratos de la familia real (muchos infantiles) y uno notable de Carlos III de cuerpo entero, por encargo del rey de Dinamarca.

Pintó también a otros personajes de la corte, siendo uno de los más destacados el de Isabel Parreño, Marquesa de Llano, mi improbable antepasada. Mengs realizó numerosas obras religiosas, muchas de ellas de pequeño formato. Cuadros para la devoción privada, que acompañaban al Príncipe de Asturias y al Infante Luis de Borbón en su corte itinerante.

Su propuesta se llamó neoclasicismo, un estilo acorde con las tesis racionalistas de la Ilustración

Entre los de grandes dimensiones destaca el ciclo de La pasión de Cristo, que un Carlos III tempranamente viudo tenía en su dormitorio. Pero su contribución principal fue la pintura mural. Mengs consideraba el fresco superior a la pintura al óleo, dado que su permanencia y durabilidad ofrecía más posibilidades de fama a su autor.

Los frescos del Palacio Real de Madrid y la bóveda del teatro de Aranjuez, pintada completamente al temple, son obras singulares. Pero fue en Roma donde realizó su pintura mural más importante, El Parnaso (1761), una declaración estética y la culminación de su destreza técnica. La disposición de las figuras como en friso, el desinterés por la perspectiva, su composición en grupos y sus colores saturados son la mejor muestra de la propuesta artística del pintor.

Antonio Raphael Mengs: 'Júpiter y Ganímedes', h. 1760. Galleria Nazionale d’Arte Antica, Palazzo Barberini, Roma

Antonio Raphael Mengs: 'Júpiter y Ganímedes', h. 1760. Galleria Nazionale d’Arte Antica, Palazzo Barberini, Roma

Hay un episodio oscuro en su biografía, que enrarece aún más su memoria. Como no podemos sino especular sobre las razones, me remito a los hechos: en 1761 Mengs fabricó un fresco de Júpiter y Ganimedes, y convenientemente manipulado lo hizo pasar por un original griego, de atrevidos desnudos. Winckelmann lo aceptó como tal y lo publicó con toda clase de elogios. Cuando se descubrió la verdad, la reputación del estudioso quedó muy afectada y la amistad entre ambos rota para siempre.

Como dije al principio, el legado de Mengs consiste tanto o más que en su pintura, en el cambio de gusto que introdujo, en pos de una belleza ideal. Fue también un pintor filósofo, que publicó en vida dos ensayos para divulgar sus ideas artísticas. Nuestro país le debía esta gran exposición.