Juan Uslé delante de uno de los lienzos de la exposición. Foto: Rodrigo Mínguez

Juan Uslé delante de uno de los lienzos de la exposición. Foto: Rodrigo Mínguez

Arte

Juan Uslé, pintor: "Soy adicto a este estudio volcánico que llevo siempre en mi cabeza"

El artista, que vive entre un pueblecito de Cantabria y Nueva York, presenta en el Museo Reina Sofía sus últimos veinte años de trabajo.

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Entrevistamos a Juan Uslé (Santander, 1954) durante el montaje de su próxima exposición, una gran retrospectiva en el Museo Reina Sofía donde veremos pintura, dibujo y fotografía.

Nos cuenta que el mar y un trágico evento que vivió en su infancia, marcaron una trayectoria de intenso trabajo, resiliencia y vocación. Así también es su vida de ultramar, que atraviesa por temporadas el océano Atlántico entre Nueva York y Saro, un pueblecito de Cantabria.

La pintura de Uslé navega entre la figuración y la abstracción. Heredero del imaginario de capas, colores y retículas de Luis Gordillo y del informalismo americano, su pintura ha sido reconocida con el nacional de las Artes Plásticas en 2002.

Pregunta.Ese barco en la montaña, el título de la exposición, alude a una imagen que utiliza desde hace años: “un barco naufragado sobre una loma”, con la idea de que “el barco, en la montaña, estaba salvado”. Cuéntenos más.

Respuesta. La pintura que da origen a esta serie nace de un suceso traumático de mi infancia: el naufragio del carguero Elorrio frente a las costas de Langre, en 1960. Pintar esta escena supuso una especie de exorcismo. Situar el barco en la loma era salvarlo simbólicamente, devolverlo al territorio de la casa, como una cura.

»El lugar del suceso, Galizano, estaba a pocos kilómetros de donde vivíamos; Durante semanas el naufragio fue tema de conversación en el bar, en la escuela y en casa. Las imágenes de los periódicos que recordaba eran borrosas y, con el tiempo, se separaron de las que hoy ilustran mi catálogo.

»El naufragio me acompañó en gran parte de mi infancia y alimentó mi toma de conciencia sobre la importancia y el poder de las imágenes impresas. Guardo muchas visiones de la naturaleza y su entorno, de los reflejos plateados de sus aguas al atardecer, sus meandros y sus aves, pero fue esta de “ese barco en la montaña” la que permaneció.

El pintor en el vestíbulo del museo Reina Sofía. Foto: Rodrigo Mínguez

El pintor en el vestíbulo del museo Reina Sofía. Foto: Rodrigo Mínguez

P. ¿Tiene algo que ver con Fitzcarraldo de Werner Herzog?

R. No necesariamente, aunque me gusta Herzog. El esfuerzo imposible de Fitzcarraldo era un ejercicio de aventura con algo de irónica chulería, que, por cierto, salva al final al controversial personaje. Su empeño consistía en comunicar dos ríos, el Ucayali y el Pachitea, superando una montaña.

»Mi metáfora es algo más psicológica y terapéutica, consiste en ubicar el barco, el Elorrio, en un lugar seguro, en la loma donde se ubicaba mi casa cuando el barco naufragó en 1960.

»Ambos elementos, casa y barco, se convirtieron más en concepto que en representación. Fueron elementos recurrentes en mi trabajo desde mis inicios.

“Nada permanece. los cambios de navegación son parte fundamental de nuestra esencia”

P. Sorprende que use imágenes figurativas para ilustrar prácticas abstractas…

R. No sé si se trata de ilustrar, más bien de alumbrar un motivo que subyace y darle veracidad simbólica. Mi factura ha sido abierta, no explícitamente figurativa, salvo en los dibujos, donde sí asoman temas reconocibles. Pero todo es imagen y hay historias detrás. A veces la iconicidad emerge; otras, queda fundida en penumbra. Desconfío de los tópicos, las verdades, los ismos: el arte debería ser caprichoso y libre. Me gusta evocar, sugerir, provocar...

P. ¿Cómo se enfrenta a una retrospectiva de este calibre?

R. Procurando la calma. Me motiva y estimula, pero también me confunde un poco. Voy hacia ella con más ilusión que miedo y asumo la gran responsabilidad del marco.

Retrato del pintor Juan Uslé. Foto: Rodrigo Mínguez

Retrato del pintor Juan Uslé. Foto: Rodrigo Mínguez

P. Cuéntenos qué veremos allí.

R. Una visión de Uslé visto por los ojos y la mente de alguien inteligente 30 años más joven que yo, el comisario Ángel Calvo Ulloa. Veremos un viaje –a vital journey– contado con pinturas, dibujos y fotografías desde finales de los 80 hasta hoy. Una aventura apasionada con y desde la pintura. Una ida y vuelta, para volver a comenzar de nuevo.

P. ¿Qué balance hace de estos veinte años?

R. Hay cosas que cambian, se transforman, y otras, sin embargo, permanecen. Hacer balance sería precipitado para mí. He tenido la fortuna de trabajar años en el estudio, buscando y buscándome, avanzando hacia delante y hacia atrás, con el hambre y la complicidad suficiente, y ahí sigo, con mis sueños como combustible. Mi nave se llama a veces Nautilus y a veces Elorrio, pero su apellido no cambia: compromiso. Nada permanece. Los cambios de navegación son parte fundamental de la búsqueda de nuestra esencia.

“Cuando no pinto me cuesta respirar. No encuentro una explicación racional. Es una pasión, un deseo”

P. ¿Qué le inspira?

R. Muchas cosas. Soy muy vitalista y poroso; por eso procuro alimentar el ritual y revestirme de un caparazón mántrico que me proteja. Me gusta, especialmente, la naturaleza. En Saro veo crecer los árboles y correr el agua del río, y me pasmo, tanto como lo hago en mi encierro, entre esas cuatro paredes, las de mi estudio, que me aíslan y protegen.

P. Sus características pinceladas sincrónicas responden al ritmo de su corazón, ¿Cuánto de biográfico hay en su pintura?

R. ¡Somos uno disfrazado de muchos! He trabajado en familias de obras, rechazando la unidad de estilo. En 1987-88 estaba algo sobreexcitado y me hicieron algún cardiograma. Me gustaron tanto las marcas gráficas del pulso que decidí llevar esas imágenes al estudio. Al observarlas recordé que el primer cuadro de la serie Soñé que revelabas lo había hecho repitiendo pinceladas como marcas en hileras horizontales siguiendo el compás, al ritmo de mi pulso. Así surgió.

Juan Uslé. Manthis, 1998-1999. Colección Museo Helga de Alvear, Cáceres. © Juan Uslé, VEGAP, Madrid, 2025

Juan Uslé. Manthis, 1998-1999. Colección Museo Helga de Alvear, Cáceres. © Juan Uslé, VEGAP, Madrid, 2025

P. Usted ya presentó Open Rooms, una retrospectiva en 2014 en el Palacio de Velázquez. ¿Qué similitudes y diferencias hay entre ambas?

R. Algunas obras que mostramos ahora ya estuvieron en el Palacio, pero diría que no más de un 18 %. Entonces primaba la diferencia por familias sintácticas; ahora, la idea del viaje y la aventura. El recorrido y la presentación de las piezas son muy diferentes, ahora siguen un orden cronológico.

P. ¿Cómo decidió ser pintor?

R. Creo que lo he ido asumiendo lentamente. Me costó aceptar que lo que yo deseaba era pintar. En casa éramos dos hermanos y nuestros padres, –estupendos, muy trabajadores y fantásticos, pero muy humildes– no tenían posibilidades de afrontar los gastos de Bellas Artes.

»Crecí dentro de una burbuja que escondía mi frustración y alimentaba mi deseo en secreto. Fue ya con 17 años, cuando –tras comenzar Magisterio– tuve la suerte de coincidir con un profesor que fue a hablar con mis padres. Supuso un periodo crítico, de toma de decisiones, difícil para mí.

»Fue el pintor y profesor Miguel Massip y su mujer Matilde Mollá quienes me empujaron y ayudaron generosamente en este tránsito. Y mi hermano, Pepe, que siempre estuvo ahí.

“Desconfío de los tópicos y de las verdades: el arte debería ser caprichoso y libre”

P. ¿Por qué se fue a Estados Unidos?

R. España era un país muy diferente a lo que es ahora, y Santander, aunque se engalanaba fino en verano, no era tierra de alientos mayores al arte. Lo cierto es que nos sentíamos como pulpos en un garaje.

»En 1985 el ICA de Boston me incluyó en una serie de exposiciones sobre arte emergente europeo. Mi trabajo comenzaba a destacar internacionalmente.

»Mientras tanto, mis obras viajaban a la Bienal de São Paulo y un joven [hoy famoso comisario] Dan Cameron, que preparaba la exposición El arte y su doble, se mostró interesado en mi obra. Pasé por Nueva York y tuve la sensación de que ya vivía allí. Solicité una beca Fulbright, tuve suerte, y nos fuimos a la aventura.

Juan Uslé. Untitled, 1987. Colección Uslé – Civera. © Juan Uslé, VEGAP, Madrid, 2025

Juan Uslé. Untitled, 1987. Colección Uslé – Civera. © Juan Uslé, VEGAP, Madrid, 2025

P. ¿Qué le diría al Uslé que llega a Nueva York en 1987?

R. No creo mucho en los consejos y, afortunadamente, repetiría lo que hicimos, pero me diría: “No pierdas nunca la ilusión, los creativos manejamos humo y, sobre todo, no tiembles tanto, que el frío pasará en primavera”.

P. ¿Con qué tradición dialoga más: la europea del silencio o la americana del gesto?

R. Soy más del silencio. Adoro el sol, pero me alimentan más la sombra y la penumbra que los espectáculos grandilocuentes. Recuerdo vivamente a mi padre, moviendo una quima frágil de madera quemada sobre un papel de estraza, y la magia del encuentro entre el trazo y su susurro, su roce con la imagen. También me identifico con el gesto silencioso, el gesto oriental.

“Adoro el sol, pero me alimentan más la sombra y la penumbra que los espectáculos grandilocuentes”

P. ¿Hay algo que le disguste del proceso creativo?

R. Nunca me encuentro más a gusto que pintando, con los ojos bien abiertos o cerrados. Reconozco que me cuesta, sobre todo, preparar las telas muy grandes, estar ahí agachado aplicando una y diez capas hasta que la superficie es ya una membrana capaz de memorizar, de recordar cada trazo, cada gesto, cada baile.

P. Elija un momento especial de su trayectoria.

R. La experiencia más fuerte la tuve de niño. Fue en un encuentro casual con unos ojos que me seguían desde un cuadro , en el locutorio de las monjas de Suesa. Era la primera vez que veía un cuadro y me impresionó mucho.

Juan Uslé: 'Mal de so'l, 1994. Colección Uslé-Civera Foto: © Juan Uslé, VEGAP, Madrid, 2025

Juan Uslé: 'Mal de so'l, 1994. Colección Uslé-Civera Foto: © Juan Uslé, VEGAP, Madrid, 2025

P. ¿Qué pintores le han influido?

R. Muchos. Me honra reconocer que siempre aprendo algo cuando me dejo llevar y me desnudo frente a una gran pintura. Rembrandt fue un favorito: sublime y un desastre a la vez, humano y contradictorio. Un día en Ámsterdam, frustrado ante su Ronda de noche, me desplacé por el gentío y quedé absorto frente a La lechera de Vermeer.

P. ¿Qué papel juega el taller en su actividad pictórica?

R. Entro a diario al estudio, habito en él. El estudio es mi mente y mi espacio interior, la fábrica donde mis fantasmas se van construyendo. En él desaparecen las prisas, el tiempo no se mide y todos los días son de fiesta.

Juan Uslé: 'Juan Uslé. Mi-Mon (Miró versus Mondrian), 1992. Foto: Juan Uslé, VEGAP, Madrid, 2025

Juan Uslé: 'Juan Uslé. Mi-Mon (Miró versus Mondrian), 1992. Foto: Juan Uslé, VEGAP, Madrid, 2025

P. ¿Qué papel juega la fotografía en su trabajo?

R. Siempre me gustó hacer fotos. Me encanta mirar y la cámara te permite otras distancias, yo la uso también como tijera para robarle cachos a la vida, a eso que transcurre y cambia, fuera del estudio. Entiendo su práctica como una actividad paralela pero también complementaria, me sirve de alimento y confrontación.

P. ¿Por qué pinta?

R. No sé bien por qué, pero sí sé que cuando no lo hago me cuesta respirar. No encuentro una explicación racional. Es una pasión, un deseo, siempre me sentí muy atraído por la pintura. Guardo un recuerdo muy vivo de aquellos trazos que, con un simple tizón de leña, hacía mi padre sobre un papel de estraza, que me llenaban de magia y emoción, esa transformación del trazo deviniendo en representación.

P. ¿Cómo definiría su pintura y cómo le gustaría que fuera recordada?

R. Como un baile lento en eterno desplazamiento. Me veo como alguien comprometido, buen amante del arte y sobre todo de la pintura. Alguien que encontró sentido a la palabra libertad dedicando su vida a pintar.

P. Cuando no está pintando, ¿qué le gusta hacer?

R. Distraerme, leer, escribir un poco, alimentarme, hablar y sacar basura de mis entrañas. Me interesa el cine, pero voy poco, quizás me he hecho comodón o estoy algo aislado, quizás me cuesta abandonar el taller. Me gustaría dejar de pensar, sobre todo en pintura, pero soy adicto a este estudio volcánico que llevo siempre en mi cabeza.