Henri Matisse, Figura decorativa sobre fondo ornamental, invierno de 1925-1926. © Succession H. Matisse/ VEGAP/ 2025. Fotografía: © Centre Pompidou, MNAM-CCI/Philippe Migeat/Dist. Grand Palais

Henri Matisse, Figura decorativa sobre fondo ornamental, invierno de 1925-1926. © Succession H. Matisse/ VEGAP/ 2025. Fotografía: © Centre Pompidou, MNAM-CCI/Philippe Migeat/Dist. Grand Palais

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Arte

Matisse aterriza en CaixaForum: diez obras para descubrir la exposición sobre el maestro del color

La muestra, abierta entre el 29 de octubre y el 22 de febrero de 2026, reúne cerca de 50 obras del pintor francés junto a piezas de artistas influenciados por su legado.

Más información: Después de Pollock, ¿quién teme a Warhol? El Museo Thyssen enfrenta a estos dos titanes de la pintura

María Cantó
Publicada
Actualizada

Henri Matisse regresa a Madrid con una gran exposición en CaixaForum que reúne obras clave de todas sus etapas y dialoga con otros grandes nombres del arte del siglo XX, así como con autores contemporáneos que le rinden homenaje.

Gracias a la colaboración entre el Centre Pompidou y la Fundación "la Caixa", la muestra permite recorrer el legado de Matisse a través de 46 piezas suyas y 49 de otros artistas, ofreciendo un recorrido por cien años de vanguardia y creación.

Recorremos algunas de las piezas más destacadas de la muestra.

Lujo, calma y voluptuosidad

Henri Matisse, 1904

Lujo, calma y voluptuosidad, otoño-invierno de 1904. © Succession H. Matisse/ VEGAP/ 2025.

Lujo, calma y voluptuosidad, otoño-invierno de 1904. © Succession H. Matisse/ VEGAP/ 2025.

En 1904, después de pasar un verano en Saint-Tropez cerca de Paul Signac, Matisse empieza a pintar con mucha más luz y color.

Al volver a París, realiza un paisaje idealizado en el que prueba técnicas del neoimpresionismo, como dividir el trazo y usar colores intensos, aunque no sigue ese estilo al pie de la letra.

El cuadro incluye figuras humanas (bañistas, una mujer y un niño) que representan posturas y temas que retomará más adelante.

El título hace referencia a un verso de Baudelaire y la obra marca un momento crucial en la trayectoria de Matisse, poco antes de surgir el fauvismo.

El sueño

Henri Matisse, mayo de 1935

El sueño, mayo de 1935. © Succession H. Matisse/ VEGAP/ 2025.

El sueño, mayo de 1935. © Succession H. Matisse/ VEGAP/ 2025.

Para Matisse, observar a la modelo era fundamental en su proceso creativo. Decía, incluso, que él no mandaba en la pose, sino que dependía de ella.

En este cuadro, la actitud espontánea y relajada de Lydia Delektórskaya llamó especialmente su atención, pues para él reflejaba su verdadera esencia al no estar forzada.

La figura ocupa el lienzo con plenitud emocional y visual, capturando al espectador tanto por su luminoso centro como por el movimiento de las formas.

Además, esta obra recuerda el papel importante que tuvo Delektórskaya en la vida del artista.

Primero fue su ayudante y colaboradora, y a partir de El sueño se convirtió en su modelo favorita, permaneciendo junto a él hasta su muerte en 1954.

Figura decorativa sobre fondo ornamental

Henri Matisse, invierno de 1925-1926

Henri Matisse, Figura decorativa sobre fondo ornamental, invierno de 1925-1926. © Succession H. Matisse/ VEGAP/ 2025.

Henri Matisse, Figura decorativa sobre fondo ornamental, invierno de 1925-1926. © Succession H. Matisse/ VEGAP/ 2025.

Este cuadro, más imponente que las habituales odaliscas que Matisse realizaba en Niza, refleja un momento de crisis y cambio en su estilo.

Mientras la mayoría de la crítica consideraba que él había dejado de experimentar y se había volcado en una pintura placentera, Matisse en realidad vuelve a repensar el equilibrio entre expresión y decoración, reinterpretando ese principio de una manera diferente.

Aquí consigue una armonía nueva entre el fondo y la figura, jugando con el contraste entre la presencia sólida de la modelo y el exceso de detalles decorativos.

Meyer Schapiro, en contra de las opiniones predominantes de la época, valoró su apuesta por una decoración intensa, apreciando en ello una verdadera “violencia decorativa” que aportaba energía y ruptura al cuadro.

Marguerite con gato negro

Henri Matisse, principios de 1910

Marguerite con gato negro, principios de 1910. © Succession H. Matisse/ VEGAP/ 2025.

Marguerite con gato negro, principios de 1910. © Succession H. Matisse/ VEGAP/ 2025.

A lo largo de los años, Matisse pintó numerosos retratos de su hija Marguerite. En 1910, ella se convierte en una presencia esencial en el trabajo del artista, aportando su cercanía y profundo conocimiento a las etapas más audaces de su pintura.

Por entonces, Matisse descubre los mosaicos de Rávena, que influirán en su arte con la fuerza y los valores estéticos de los iconos bizantinos.

El retrato de Marguerite a los dieciséis años muestra esas influencias. La frontalidad y el carácter decorativo propios del arte bizantino sirven para expresar una emoción casi sagrada que el pintor proyecta sobre su hija.

Puerta-ventana en Collioure

Henri Matisse, septiembre-octubre de 1914

Puerta-ventana en Collioure, septiembre-octubre de 1914. © Succession H. Matisse/ VEGAP/ 2025.

Puerta-ventana en Collioure, septiembre-octubre de 1914. © Succession H. Matisse/ VEGAP/ 2025.

Matisse pintó esta obra en Collioure, pero la dejó sin terminar al regresar a París en octubre de 1914. El gran espacio negro del centro tapa una primera escena de un balcón abierto, cargado de significados.

Ya se perciba la ventana como abierta o cerrada, lo importante es cómo el cuadro, realizado en plena guerra, se convierte en una reflexión sobre la ventana como símbolo de la mirada en la tradición occidental y su sentido en ese difícil momento histórico.

Curiosamente, el negro en la pintura logra tanto unir como dividir la composición. Louis Aragon la consideraba "la más misteriosa de todas las obras jamás pintadas".

Oculta al público hasta los años sesenta, esta pieza cautivó a muchos artistas de la época que la vieron como una huella inesperada del acercamiento de Matisse hacia la abstracción.

Interior con pecera

Henri Matisse, primavera de 1914

Interior con pecera, primavera de 1914. © Succession H. Matisse/ VEGAP/ 2025. Fotografía: © Centre Pompidou, MNAM-CCI/Philippe Migeat/Dist. GrandPalaisRmn

Interior con pecera, primavera de 1914. © Succession H. Matisse/ VEGAP/ 2025. Fotografía: © Centre Pompidou, MNAM-CCI/Philippe Migeat/Dist. GrandPalaisRmn

En diciembre de 1913, Matisse se mudó a un apartamento en el Quai Saint-Michel, en París, justo debajo de su antiguo taller. Allí pintó Interior con pecera, una obra donde reflexiona intensamente sobre el espacio.

Recupera la vista al Sena y el tema de la ventana y el estudio, haciendo que en esta pintura el estudio se abra al exterior hasta casi fundirse con él gracias a un azul dominante, que a la vez crea un ambiente de recogimiento.

La pecera, situada en el centro del cuadro y que le recuerda sus viajes a Marruecos, refuerza esa ambigüedad espacial al ser parte del entorno pero funcionar también como un mundo propio dentro de la escena.

No allí-aquí

Barnett Newman, 1962

Barnett Newman, No allí-aquí], 1962. © The Barnett Newman Foundation, New York/ VEGAP, Barcelona, 2025. Fotografía: © Centre Pompidou, MNAM-CCI/Audrey Laurans/Dist. GrandPalaisRmn

Barnett Newman, No allí-aquí], 1962. © The Barnett Newman Foundation, New York/ VEGAP, Barcelona, 2025. Fotografía: © Centre Pompidou, MNAM-CCI/Audrey Laurans/Dist. GrandPalaisRmn

Aunque Barnett Newman rara vez citó a Matisse como influencia directa, es uno de los artistas abstractos estadounidenses que mejor asimiló la idea matissiana de que la pintura surge de la interacción con su propia superficie, especialmente la planitud del lienzo, más que de una perspectiva tradicional.

Desde 1948, Newman introduce sus famosas bandas verticales, los zips, que modifican la estructura espacial de sus cuadros.

Se cree que la audacia compositiva de Bañistas junto al río (1909-1917), vista por Newman en Chicago, pudo haber inspirado este giro en su obra.

Además, el énfasis en la verticalidad de No allí-aquí crea un diálogo muy potente con Puerta-ventana en Collioure, incluso antes de que la obra de Matisse fuera presentada públicamente en 1966.

Mujer tocando el laúd

August Macke, 1910

August Macke, Lautenspielerin [Mujer tocando el laúd], 1910. Centre Pompidou, París. Musée national d’art moderne / Centre de création industrielle

August Macke, Lautenspielerin [Mujer tocando el laúd], 1910. Centre Pompidou, París. Musée national d’art moderne / Centre de création industrielle

En 1910, August Macke entabló amistad con Franz Marc y Vassily Kandinsky y pronto se sumó al innovador grupo Der Blaue Reiter (El jinete azul).

La obra Mujer tocando el laúd se exhibió en la primera exposición del grupo, celebrada en la galería Thannhauser de Múnich, y más tarde pasó a la colección de Kandinsky.

Macke, como otros miembros del grupo, se inspiró en la pintura sobre vidrio bávara, pero también empezó a prestar atención a la obra de Matisse, que por esos años llegaba a Alemania.

En el cuadro, el bodegón del primer plano muestra la influencia de Cézanne, mientras el motivo de las flores evoca la Naturaleza muerta con asfódelos de Matisse, pieza adquirida por Karl Ernst Osthaus en 1907 y que Macke pudo haber visto en el Museo Folkwang.

El tratamiento del fondo, dividido en colores planos, recuerda la estética de los retratos de Matisse, como en el caso de Marguerite con gato negro.

Proa negra

Anna-Eva Bergman, 1976

Proa negra, 1976. © Anna-Eva Bergman / VEGAP, Barcelona, 2025. Fotografía: © Centre Pompidou, MNAM-CCI/Adam Rzepka/Dist. GrandPalaisRmn

Proa negra, 1976. © Anna-Eva Bergman / VEGAP, Barcelona, 2025. Fotografía: © Centre Pompidou, MNAM-CCI/Adam Rzepka/Dist. GrandPalaisRmn

Después de una pausa de diez años, la artista noruega Anna-Eva Bergman volvió a pintar en 1947, adoptando un estilo visual caracterizado por formas simbólicas muy depuradas, que destaca sobre coloridos fondos planos.

En la obra, una proa domina el lienzo, un motivo con mucho peso en la cultura vikinga, asociada tanto a los viajes marítimos como a los ritos funerarios de los jefes.

Curiosamente, hay cierto paralelismo entre este recurso y el trabajo de Matisse, que en 1950 creó con papel recortado y gouache negro el diseño de las casullas fúnebres encargadas para la capilla de Vence.

Pintura de formas indefinidas

Daniel Buren, mayo de 1966

Daniel Buren, Pintura de formas indefinidas, mayo de 1966. © DB, VEGAP, Barcelona, 2025. Fotografía: © Centre Pompidou, MNAM-CCI/Audrey Laurans/Dist. GrandPalaisRmn

Daniel Buren, Pintura de formas indefinidas, mayo de 1966. © DB, VEGAP, Barcelona, 2025. Fotografía: © Centre Pompidou, MNAM-CCI/Audrey Laurans/Dist. GrandPalaisRmn

Daniel Buren estudió durante tres años en el taller de pintura y decoración de la École des Métiers d’Art entre 1957 y 1960, y pasó brevemente por la Escuela de Bellas Artes de París.

Desde muy pronto, la idea de lo decorativo y su falta de reconocimiento se convierte en el eje de su trabajo. En 1961 asiste a una retrospectiva de los papeles recortados de Matisse que le influye notablemente, y en 1964 adopta la técnica del papel rasgado.

Un año después utiliza en el hotel Grapetree Bay de Sainte-Croix, en el Caribe, un tejido con bandas verticales blancas y de colores que luego reutiliza como base para sus obras de 1965 y 1966.

Sus célebres rayas, de 8,7 cm de ancho, se convierten en motivo central de sus composiciones.

En Pintura de formas indefinidas, Buren dispone franjas rojas verticales parcialmente cubiertas de blanco, explorando así los límites entre pintura, decoración y neutralidad, y planteando preguntas sobre el origen y sentido de la propia obra.