Diego Velázquez: 'Felipe IV a caballo' (antes y después de la restauración), 1635. Foto: Museo Nacional del Prado

Diego Velázquez: 'Felipe IV a caballo' (antes y después de la restauración), 1635. Foto: Museo Nacional del Prado

Arte

Anatomía de un retrato ecuestre: así vuelve a brillar el de Felipe IV en el Prado tras su restauración

El Museo del Prado y la Fundación Iberdrola presentan la restauración de Felipe IV, a caballo, de Velázquez. Un ejemplo extraordinario de retrato ecuestre barroco

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M. Marco
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Esta pintura formó parte del emblemático programa del Salón de Reinos del Buen Retiro, concebido para escenificar la continuidad dinástica y el poder político mediante imágenes de soberanos y victorias militares.

Miguel Falomir, director del museo, subrayó que la restauración “permite comprobar la absoluta maestría de Velázquez y su deuda con Tiziano”. La obra ya se exhibe en la sala 12 del edificio Villanueva, devolviendo al público la claridad compositiva y el pulso pictórico que el tiempo había velado.

Allí dialogaba con los retratos ecuestres de Isabel de Borbón —restaurado recientemente—, del príncipe Baltasar Carlos, de Felipe III y de Margarita de Austria, en un dispositivo visual que combinaba la dramaturgia del caballo en movimiento con el discurso de la monarquía triunfante.

Diego Velázquez (Sevilla, 1599-Madrid, 1660) levanta aquí un perfil sereno del rey: Felipe IV cabalga un corcel en corveta, vestido con armadura, banda y bengala, sobre un paisaje abierto. No hay teatralidad excesiva: la grandeza se cifra en la economía del gesto, en la luz que limpia la silueta contra el horizonte.

Como recuerda la documentación del Prado, el lienzo —único de la serie con “declaración de autoría”, al reservar un espacio en blanco para la firma— mira de frente a la tradición veneciana y, en particular, al Carlos V en Mühlberg de Tiziano, retratos magníficos que transmiten sosiego.

Diego Velázquez: 'Felipe IV a caballo (después de la restauración)' ,1635. Foto: Museo Nacional del Prado

Diego Velázquez: 'Felipe IV a caballo (después de la restauración)' ,1635. Foto: Museo Nacional del Prado

Ese equilibrio entre contención y presencia aflora con nitidez tras la intervención, dirigida por María Álvarez Garcillán y realizada durante cuatro meses. El equipo ha abordado un problema histórico nada menor: las bandas laterales que el propio Velázquez añadió para ajustar el formato a la arquitectura del Salón de Reinos, cuya esquina inferior izquierda llegó a solaparse con una puertezuela de acceso.

En su día, ese fragmento se recortó y pegó a la puerta; posteriormente, ya en el Palacio Nuevo, un reentelado cosió de nuevo la pieza al lienzo. La restauración actual ha eliminado la sutura y los estuques que camuflaban la operación, fijando la película pictórica en zonas vulnerables para que la huella de esa historia material interfiera lo menos posible en la experiencia estética.

Detalle de Diego Velázquez: 'Felipe IV a caballo' (antes y después de la restauración), 1635. Foto: Ruben Vique

Detalle de Diego Velázquez: 'Felipe IV a caballo' (antes y después de la restauración), 1635. Foto: Ruben Vique

A la dimensión estructural se suma la cromática. La limpieza ha reducido el barniz oxidado que amarilleaba los colores y se han retirado repintes que ocultaban pasajes originales. El resultado, en palabras del propio Prado, es una obra “equilibrada, armónica y fiel al espíritu original”.

La reaparición del color verdadero no solo ilumina la figura del rey; reordena el espacio. El paisaje gana profundidad y aire; el caballo, relieve; la armadura, densidad de metales templados. Y, con ello, la idea misma del retrato ecuestre se reinstala: no es una estampa de bravura, sino una teoría del gobierno pintada —una forma de decir que el poder, para ser legítimo, debe sostenerse en la mesura y en el tiempo, no en el golpe de efecto.

La deuda con Tiziano es evidente: el sevillano absorbe la lección veneciana del tono y del paisaje como argumento, y la metaboliza en una modernidad sobria, casi silenciosa.

Este proyecto se inserta en un proceso más amplio de restauración y acondicionamiento del conjunto de retratos ecuestres velazqueños, impulsado por la Fundación Iberdrola España como “miembro protector” del Programa de Restauraciones del Prado.

En febrero se devolvió a sala La reina Isabel de Borbón, a caballo, y ahora el monarca recobra su sitio, consolidando la lectura de la serie y su arquitectura simbólica. La Fundación destaca que estas intervenciones devuelven a las obras su “esplendor”, permitiendo que hoy se vean “como solo pudo verlas Velázquez y su entorno más cercano”.

Diego Velázquez: 'Felipe IV a caballo (antes de la restauración)' ,1635. Foto: Museo Nacional del Prado

Diego Velázquez: 'Felipe IV a caballo (antes de la restauración)' ,1635. Foto: Museo Nacional del Prado

Conviene insistir en lo historiográfico: el programa del Salón de Reinos no fue un collage de lienzos, sino un sistema iconográfico integral. Los retratos ecuestres ocupaban los testeros, mientras las doce batallas y los Diez Trabajos de Hércules de Zurbarán articulaban virtudes y victorias, bajo los escudos de los 24 reinos de la Monarquía.

La restauración de Felipe IV, a caballo corrige, en parte, las distorsiones acumuladas por desplazamientos y adaptaciones, y restituye la legibilidad del conjunto que Velázquez, Zurbarán y Maíno imaginaron para un espacio —el Buen Retiro— que fue tanto teatro del poder como laboratorio de pintura.