Filippo Tincolini: 'Spaceman', 2023. Foto: Ayuntamiento de Pietrasanta

Filippo Tincolini: 'Spaceman', 2023. Foto: Ayuntamiento de Pietrasanta

Arte

La fascinante historia del pueblo con más galerías del mundo donde está enterrado Botero

Pietrasanta, en el corazón de la Toscana, encierra uno de los ecosistemas artísticos más deslumbrantes en tan solo kilómetro y medio. Miguel Ángel, Botero o Louise Bourgeois produjeron en sus talleres muchas de sus piezas.

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¿Cómo es posible que un pequeño pueblo de la Toscana albergue la mayor densidad galerística del mundo? Las cifras son extraordinarias: una galería cada 40 metros en 1.600 metros de casco histórico. Allá donde mire, el paseante encuentra una escultura, una galería o un taller. Pietrasanta rezuma arte.

Este ecosistema bien engrasado no es casual. Su proximidad a Carrara —cuyas canteras de mármol blanco abastecen a Europa desde la época romana— ha sido decisiva. Ese mármol (el antiguo marmor Lunense) se empleó en obras imperiales como la Columna de Trajano y, ya en época de Adriano, en la reconstrucción del Panteón (el de Agripa).

Pietrasanta se asienta a los pies de los Alpes Apuanos y dialoga con las canteras de Carrara/Seravezza (Monte Altissimo). Miguel Ángel inspeccionó estos mármoles en 1517 para la  fachada de San Lorenzo —encargo del papa León X en 1518, quien insistió en el uso de este mármol en concreto— y promovió la primera traza de la “vía del mármol” hacia la costa, abriendo un corredor cuando no existía aún un camino seguro.

En 1517 el artista sube al Altissimo. Fascinado escribe que ha hallado “el mármol de sus sueños”: de grano compacto, homogéneo, cristalino, “como azúcar”. (La tradición local añade que tardó años en elegir bloques para sus obras canónicas, como La Piedad o Moisés).

Cuando el primer bloque llegó a Florencia en 1521, el proyecto de la fachada ya se había abandonado, pero quedó el precedente logístico: la ruta que hoy se conoce como via di Michelangelo.

El yacimiento de Carrara en la actualidad. Foto: M.M.

El yacimiento de Carrara en la actualidad. Foto: M.M.

No era sólo un camino: era un sistema completo de extracción, arrastre y embarque que inauguró el corredor Versilia–Florencia. La ruta se completó bajo Cosme I de Médici y en 1569 se documenta el primer bloque que alcanza el valle por ese itinerario.

Imagínese caminos escarpados que ascienden a cotas cercanas a los 1.000 metros y la dificultad de mover bloques de 15 a 30 toneladas. Aquella empresa atrajo a miles de trabajadores y, con ellos, una constelación de talleres: primero de talla (mármol y granito) y, más tarde, fundiciones de diversos metales.

Montaje de una escultura de Botero en Piazza del Duomo. Foto: Erio Forli / Ayuntamiento de Pietrasanta

Montaje de una escultura de Botero en Piazza del Duomo. Foto: Erio Forli / Ayuntamiento de Pietrasanta

Desde entonces, artistas de todo el mundo han permanecido aquí en largas estancias para trabajar con los mejores artesanos: Henry Moore, Isamu Noguchi, Joan Miró, Igor Mitoraj, Niki de Saint Phalle, el propio Botero

No es casualidad: en Pietrasanta operan fundiciones y talleres de altísima especialización —de la Fonderia Artistica Mariani a la Fonderia Artistica Versiliese— que han traducido diseños en bronce y mármol para medio planeta. Se habla de medio centenar largo de instalaciones entre talleres y fundiciones en la zona.

Henry Moore posando con su pieza 'Figura reclinada', 1957. Foto: Studio Sem

Henry Moore posando con su pieza 'Figura reclinada', 1957. Foto: Studio Sem

Henry Moore: un catalizador moderno

Moore fue el primer escultor de fama internacional en asentarse en el área. Llega en 1957 para realizar la Figura reclinada destinada a la sede de la UNESCO (París). Su presencia actuó como reclamo para otros artistas y ayudó a inclinar la balanza hacia el mármol como material de gran escala en la escultura contemporánea.

Louise Bourgeois: un viraje biomórfico

Entre 1967 y 1972, Louise Bourgeois viaja de forma regular a Pietrasanta/Carrara para trabajar el mármol y supone una etapa decisiva en su lenguaje, un viraje material y simbólico. Allí cristaliza una nuevo vocabulario biomórfico —bultos, óvalos corpóreos— que dialoga con lo corporal y lo afectivo y que combina con ecos de los draperíos de Bernini vistos en Roma. No sólo produce: convive con otros artistas, en un entorno íntimo y fértil donde es fácil intercambiar ideas y técnica.

Louise Bourgeois trabajando el mármol en Pietrasanta. Foto: Fundación Easton

Louise Bourgeois trabajando el mármol en Pietrasanta. Foto: Fundación Easton

Bourgueois además de trabajar en sus nuevas piezas estableció vínculos con otros artistas. Se sabe que se relacionó alli con Alina Szapocznikow -a quien, por cierto, terminó acusando de plagio-, Szapocznikow, Isamu Noguchi y el escultor inglés Henry Moore, cuyo estudio alquiló cuando él se fue.

En cartas a su esposo Robert Goldwater, describió estas interacciones como muy inspiradoras. Al mismo tiempo, también era consciente de que sus colegas podrían inspirarse en su trabajo y expresó un miedo casi neurótico a ser copiada, ya que para ella la creación de formas nuevas era indispensable para encajar en la contemporaneidad.

Fernando Botero, 'La Porta dell’Inferno', 1993. Foto: M.M.

Fernando Botero, 'La Porta dell’Inferno', 1993. Foto: M.M.

Botero y Pietrasanta: una historia de amor

El colombiano Fernando Botero (Medellín, Colombia, 1932-Montecarlo, Mónaco, 2023) compra una casa en 1983, al pie de la Rocca, y abre un estudio cerca de la Piazza del Duomo. Le atraen la tranquilidad y, sobre todo, la red de fundiciones y talleres que permite producir escultura monumental de forma impecable.

Su casa aún se reconoce por un gallo de bronce en el tejado que todos lo vecinos respetaban. Trabaja con las fundiciones más importantes como Mariani y talleres de escultura y modelado (Del Chiaro, Versiliese, entre otras). Esa exigente producción artesanal explica la escala y la calidad de sus bronces toscanos.

Fernando Botero en su estudio de Pietrasanta. Foto: Fernando Botero Foundation

Fernando Botero en su estudio de Pietrasanta. Foto: Fernando Botero Foundation

Amaba vivir en contacto con la gente de Pietrasanta, no iba sólo a trabajar. Se le podía ver durante los veranos cenando en sus trattorias y charlando animadamente con los lugareños. Una presencia constante que acabó por convertirlo en Ciudadano de honor en 2001.

Dan fe de esta relación sus donaciones desinteresadas: el bronce Il Guerriero (1992), de 3,8 m, en Piazza Matteotti, hoy emblema de la ciudad; y los dos frescos de la Chiesa della Misericordia: La Porta del Paradiso y La Porta dell’Inferno (1993). En 2023, por deseo propio, fue enterrado en Pietrasanta, junto a su esposa, la escultora Sophia Vari.

Las sepulturas de Sophia Vari y Fernando Botero en Pietrasanta. Foto: M.M.

Las sepulturas de Sophia Vari y Fernando Botero en Pietrasanta. Foto: M.M.

Igor Mitoraj: mármoles rotos en una casa adoptiva

Poco conocido para el gran público, Mitoraj es un escultor polaco de una técnica apabullante que devolvió al mármol el fulgor de su esencia grecolatina.

Igor Mitoraj (Oderan (actual Alemania),1944 - París, 2014) reintrodujo el figurativismo clásico en clave contemporánea: torsos y cabezas fragmentados, rotos, cubiertos con vendas, grietas y pátinas que convierten el mito en una reflexión sobre el tiempo.

Polaco y formado en Cracovia (con Kantor) y París, tras un primer viaje a Carrara en 1979, se instala con estudio en Pietrasanta en 1983 (sin abandonar el bronce). Allí deja su huella pública: el Centauro (1994), donado a la ciudad y emplazado junto al Duomo; la Annunciazione (2013) en Sant’Agostino. 

El heredero de Mitoraj, Jean-Paul Sabatié, donó al Estado italiano 69 obras (valoradas en 7,57 M €) en 2017 que formarán el sustrato del nuevo Museo Mitoraj, emplazado en el mercado cubierto, y cuya inauguración se prevee para los próximos meses.

Mausoleo de Igor Mitoraj en el cementerio de Pietrasanta. Foto: M.M.

Mausoleo de Igor Mitoraj en el cementerio de Pietrasanta. Foto: M.M.

Escultura como forma de vida

La ciudad alberga, además, el Museo dei Bozzetti, que documenta ese legado con más de 700 maquetas de 350 artistas que han trabajado allí; y, además tiene un Parque internacional de escultura contemporánea con decenas de piezas monumentales repartidas por plazas y calles.

En Pietrasanta la escultura no es un capítulo del pasado, sino un presente en constante renovación. Nada de esto es azaroso: talleres, fundiciones junto a una comunidad que entiende y protege técnicas escultóricas ancestrales.

La escuela de arte local, el Istituto di Istruzione Superiore Don Lazzeri–Stagi (Liceo Artistico “Stagio Stagi”), una de las más reputadas de la región, sigue graduando canteros, fundidores y artistas que vienen de todo el mundo para aprender a trabajar el mármol como hacía Miguel Ángel, con el cincel y la maza.

Pietrasanta ha sabido convertir la técnica y sus recursos naturales en cultura, preservando y potenciando a todos los agentes implicados en los procesos artísticos. La presencia de tantas galerías solo es la consecuencia de un sistema bien engrasado, cuidado durante siglos con devoción.