Fotograma del documental 'The Pilgrimage of Gilbert and George'.

Fotograma del documental 'The Pilgrimage of Gilbert and George'.

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Gilbert & George, una obra de arte que camina por el East End de Londres

El documental 'The Pilgrimage of Gilbert and George' traza el trayecto vital y creativo de uno de los dúos artísticos más singulares del último siglo.

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Era 1967 cuando dos jóvenes aspirantes a artistas se conocieron en la célebre Saint Martin’s School of Art de Londres. La conexión entre ellos fue inmediata y enseguida supieron cuál sería su lema: arte para todos.

Han pasado más de cinco décadas desde que abandonaron la escuela y comenzaron sus paseos rituales por las calles de Londres, y el documental The Pilgrimage of Gilbert and George, estrenado recientemente en la plataforma CaixaForum+, traza el trayecto vital y creativo de uno de los dúos artísticos más singulares del último siglo.

"La gente siempre pregunta cómo dos personas pueden ser un solo artista y cómo lo decidimos. Siempre decimos que nunca lo decidimos, sino que nos pasó así. Es una incógnita para nosotros todavía hoy", reflexionan Gilbert Proesch (San Martín de Tor, Italia, 1943) y George Passmore (Plymouth, Inglaterra, 1942) en el documental dirigido por Mike Christie.

La cinta sigue sigilosamente a esta pareja creativa y sentimental a través de sus calles, sus obsesiones y su arte. Un arte provocador, incomprendido muchas veces, que comenzó con su propia conversión en esculturas vivientes.

Desde joven Gilbert quiso ser artista. Nacido en las Dolomitas, primero se trasladó a Austria, luego a Alemania, pero sintiendo que todo seguía siendo insuficiente se estableció en Londres, donde conoció a George, un joven de Plymouth cuya familia se trasladó a Totnes tras el bombardeo de la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial.

Si bien siempre había mostrado interés por el arte, se convenció de que aquel era el camino que quería explorar cuando compró un libro de cartas de Van Gogh.

En Saint Martin’s hicieron un curso rápido de escultura pero, creyendo que el informalismo carecía de profundidad intelectual, lo rechazaron al darse cuenta de que lo que se creaba en la escuela no tendría sentido en la calle.

La escuela los expulsó y sin un penique en la cartera recalaron en el East End de Londres, concretamente en Fournier Street, un barrio marginal que ahora se ha convertido en una de las zonas más vibrantes de la ciudad. Instalados allí, comenzaron su peregrinaje por la vida y el arte.

El documental, como su práctica, parte de un gesto mínimo: el paseo. Y ese paseo les ha llevado a recorrer las calles de su barrio, buscando la inspiración en unos pocos metros que inspeccionan minuciosamente.

"Nuestro arte no pretende mirar fuera, sino mirar dentro de uno mismo. El mundo está dentro de ti y no fuera. El exterior se mantendrá siempre más o menos igual, pero la mente está llena de contradicciones y de complejidad porque somos humanos", aseguran.

Vida y arte: dos cosas indivisibles

Desde hace décadas, su vida es parte de su trabajo y está siempre frente al espectador, sin complejos, desde que en 1968 decidieron convertirse ellos mismos en obra de arte.

Un ejemplo temprano es The Singing Sculpture (1969), en la que con la cara pintada de bronce y vestidos de traje clásico, se movían mecánicamente al ritmo de la canción Underneath the Arches.

Sin embargo, tras sus primeras performances, su trabajo evolucionó hacia grandes dibujos a carboncillo, que también abandonaron porque creían que el mensaje no terminaba de calar.

Fue entonces cuando dieron con su lenguaje definitivo: fotomontajes monumentales en los que abordan, sin concesiones, temas como la religión, la sexualidad, la raza, la moralidad y la muerte.

Todas sus imágenes están pensadas para incomodar, para que el espectador no pueda apartar la mirada. Como la serie The Dirty Words, compuesta por varias piezas de gran formato repletas de insultos como queer o wanker.

En su momento, algunos creyeron que estaban siendo infantiles y, sin embargo, al mostrarlas todas juntas en la Serpentine Gallery el éxito fue inmediato. "Esto demuestra lo que siempre hemos creído, que las imágenes son siempre iguales y el mundo cambia para acomodarlas", confiesan.

Observadores, inquietos y pacientes, el objetivo de Gilbert & George se ha mantenido fiel a sus ideales: "Intentamos hacer un arte que se pueda sacar a la calle, no para personas especializadas sino para cada taxista, para cada drogodependiente", apuntan.

Autodidactas, sus imágenes empezaron siendo en blanco y negro —porque los negativos eran así— y tardaron cuatro años en incorporar el rojo, relacionado con la ira, el amor, la sangre, el peligro. En 1980 añadieron más colores, cada uno con su propio significado para enviar mensajes al espectador.

Observar como punto de partida

Siempre pendientes de lo que ocurre en su entorno, el sida se llevó por delante a algunos de sus amigos, motivo por el que decidieron hacer una exposición benéfica cuya recaudación se donó a una asociación de la lucha contra la enfermedad.

Durante una década, entre 1975 y 1985, Gilbert & George abordaron la muerte en varias de sus series pero cuando ellos mismos empezaron “a estar cerca de la muerte” lo dejaron. Poco a poco su trabajo empezó a ser reconocido y conocido también el extranjero.

En 1990, este dúo artístico llevó su obra a Moscú —el cónsul británico quiso parar la exposición— y tras el éxito recibido, viajaron a China, donde los espectadores les recibieron con tal euforia que la policía tuvo que intervenir.

Los artistas siempre han buscado cierto reconocimiento sin querer formar parte del establishment y en 2005 representaron al Reino Unido en la Bienal de Venecia.

Convertidos en figuras clave del arte contemporáneo, en 2023 los artistas abrieron su propia galería -The Gilbert and George Centre, en Spitafields, donde celebran exposiciones dedicadas a su obra. 

El documental, que incluye entrevistas con los artistas y algunos amigos cercanos, se completa con imágenes de archivo que permiten conocer una trayectoria basada en la observación.

La cámara les sigue mientras ellos revisan sus archivos y preparan exposiciones. Su casa de Fournier Street sigue siendo el espacio donde crean todas estas imágenes en las que la vida y el arte se confunden.

Alejados del resto de artistas, nunca han hecho colaboraciones y siempre han rechazado las jerarquías del sistema artístico.

"Nuestra primera ambición era ganar y ser queridos y probablemente es todavía así. Aún nos sentimos separados de la vida normal", concluye esta pareja artística mientras los vemos caminar por la ciudad, vestidos con sus trajes gemelos, en uno de esos paseos que no solo es hábito sino una forma de documentar la transformación del mundo y registrar la belleza que reside en el ordinario, en lo olvidado.