Entrada principal a la Bienal de Venecia intervenida por el colectivo makhu. Foto: Matteo de Mayda / Cortesía Bienal de Venecia

Entrada principal a la Bienal de Venecia intervenida por el colectivo makhu. Foto: Matteo de Mayda / Cortesía Bienal de Venecia

Arte

La Bienal de Venecia: colonialismo al revés en una exposición decepcionante, dispersa y abigarrada

Destacan las piezas premiadas con el León de Oro, como la potente sala de Nil Yalter o el colectivo neozelandés de mujeres artesanas maoríes Mataaho.

11 mayo, 2024 02:20

Cada dos años, Venecia congrega al sistema del arte global para proponer líneas de trabajo que guiarán las programaciones de museos y centros de arte contemporáneo. Para muchos artistas, supone el salto al reconocimiento internacional.

Desde la exposición Les Magiciens de la Terre, celebrada en París en 1989, que inicia la exigencia de superar el eurocentrismo, el desarrollo de la teoría poscolonial no ha dejado de estar presente en la Biennale, al tiempo que los pabellones nacionales se han ido multiplicando fuera de los Giardini. Este año son 87 países.

El lema propuesto por el brasileño Adriano Pedrosa, el primer comisario latinoamericano en esta 60 edición, Stranieri Ovunque (Extranjeros en todas partes), el nombre de un colectivo turinés que luchó contra el racismo y la xenofobia en Italia a principios de la década de 2000, retomado en 2005 por otro colectivo, el francés Claire Fontaine, auguraba una exposición netamente política desde el Cono Sur.

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Por supuesto, la política se respira en esta Bienal. Por segundo año consecutivo, Rusia no participa y ha legado su pabellón a Bolivia, mientras Ucrania protagoniza varias propuestas, quizás la más incisiva en el pabellón de la vecina y amenazada Polonia, el país que ha recibido más refugiados y donde se nos propone que susurremos distintos sones de alarma.

También hay protestas por el genocidio en Palestina, cuyo inexistente pabellón se reduce a un panfleto a la entrada. La comisaria y la artista del pabellón de Israel, vacío y custodiado por militares, han decidido no abrir hasta que cese el conflicto en Gaza y se libere a los rehenes secuestrados por Hamás. En una declaración afirman: “El arte puede esperar, pero las mujeres, los niños y la gente que vive en el infierno no pueden”.

Vista de la instalación de Nil Yarter. Foto: Matteo de Mayda / Cortesía Bienal de Venecia

Vista de la instalación de Nil Yarter. Foto: Matteo de Mayda / Cortesía Bienal de Venecia

Justo al lado, los visitantes, por vergüenza ajena, no saben si pararse o hacer que ni ven ni oyen ante la aparatosa performance de indios engalanados delante del pabellón de Estados Unidos protagonizado por primera vez por un artista nativo norteamericano, Jeffrey Gibson, cuando se han vuelto a restringir los derechos sobre sus tierras, prácticamente en extinción.

En conjunto, casi lo menos político de esta Bienal es la exposición de Pedrosa, que amaga y luego se desvía. El comisario promete al inicio del Pabellón Central, con la gran sala de la potente Nil Yalter, León de Oro por su trayectoria, y su colectiva sobre abstracción enraizada en culturas autóctonas.

El confuso conjunto queda emborronado por completo, en un montaje absolutamente fallido

También destaca el Archivo de la Desobediencia, un proyecto de Marco Scotini que desde 2005 desarrolla un archivo de vídeo centrado en las relaciones entre prácticas artísticas y activismo; tras la fastuosa instalación inspirada en las esteras Maorí, tejida con correas reflectantes de camiones, del Colectivo Mataaho, el primero en recibir el León de Oro.

Estas aportaciones valiosas dan paso a la decepción, hasta que el confuso conjunto queda emborronado por completo, en un montaje absolutamente fallido. Volviendo a revisar sus objetivos, el comisario dice apostar por una versión parapolítica de lo extranjero, como extraño, queer, outsider, folk o popular e indígena.

Pacita Abad: 'Filipinas in Hong Kong', 1995. Foto: Marco Zorzanello / Cortesía Bienal de Venecia

Pacita Abad: 'Filipinas in Hong Kong', 1995. Foto: Marco Zorzanello / Cortesía Bienal de Venecia

Un despliegue excesivo en el que, para empezar, las equivalencias no son evidentes, ni seguramente deseables. Resulta naíf la débil pretensión de epatar, presentando algunas pocas piezas que podríamos adquirir en mercadillos caribeños, sin llegar a plantear realmente la polémica cuestión de arte frente a creatividad.

Y, pese al admirable formato monumental, quedan anecdóticas las series de las artistas Madge Gill y Aloïse, las más conocidas en el denominado arte outsider, que ha tenido un enorme enriquecimiento en las últimas décadas.

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A la postre, lo queer mirado desde el Sur Global es la aportación más distintiva, pero, salvo en el último tramo de la Corderie, queda solapada bajo la dominante que lo desfigura todo: la obsesión por incluir artistas que nunca antes habían estado en la Biennale, casi todos solo con una única pieza y no especialmente escogida, lo que no beneficia su valoración, sino todo lo contrario.

En total más del 60% de los 332 artistas participantes ya fallecieron o no están en activo. Por cierto, la artista argentina La Chola Poblete (Mendoza, 1989) recibió una mención de honor por su imaginario queer plasmado en pinturas acompañadas por piezas performativas realizadas por varios colectivos.

Vista del Pabellón de Singapur. Foto: Andrea Avezzú / Cortesía Bienal de Venecia

Vista del Pabellón de Singapur. Foto: Andrea Avezzú / Cortesía Bienal de Venecia

La mezcolanza de estilos y los pequeños formatos embarran aún más esta muestra con demasiados objetivos, pensada por el director del Museo deArte Contemporáneo de São Paulo de cara a su integración en el canon museístico y en el circuito de subastas más que con el fin de ofrecer una prospección del presente y del futuro del arte contemporáneo.

Entre los pabellones nacionales que se apuntaron al poscolonialismo, destacan los que llevan ediciones trabajándolo: la premiada Australia, Holanda, Reino Unido, Francia y, por primera vez, España. Sobre crisis climática no se pierdan Singapur, ni los feminismos en Benin ni tampoco la super instalación de Amanal Aldowayan en Arabia Saudí.