'Homenaje a mi madre', 1971 © Isabel Quintanilla, VEGAP, Madrid, 2024

'Homenaje a mi madre', 1971 © Isabel Quintanilla, VEGAP, Madrid, 2024

Arte

El Thyssen redescubre a Isabel Quintanilla, la pintora realista que retrataba la vida secreta de las cosas

El museo madrileño reúne los silenciosos bodegones y paisajes de la artista, una crónica de la modernización de los hogares españoles.

27 febrero, 2024 01:51

Entre los siglos XV y XIX la pintura se dedicó a crear imágenes verosímiles que daban cuenta de un relato. Verosímiles, que no verdaderas, porque quienes pintaron centauros o muchachas llevando sus pechos en una bandeja nunca habían visto ni lo uno ni lo otro (pero de haberlo visto, habría sido así). En todo caso, el propósito de contar historias y hacerlo bellamente colapsó hacia 1860, para dejar paso a objetivos completamente distintos: reflejar el mundo interior del autor o la autora y experimentar con el lenguaje pictórico.

El realismo íntimo de Isabel Quintanilla

Museo Thyssen-Bornemisza. Madrid. Comisaria: Leticia de Cos. Hasta el 2 de junio

Estos rasgos caracterizan el arte moderno y por eso la abstracción se convirtió en su estilo por excelencia. Por lo tanto, el realismo dentro del arte moderno es una anomalía, lo que se comprueba repasando los escasísimos nombres de pintores realistas que ocupan puestos destacados en su historia.

En el caso del arte español las cosas no son exactamente así: el arte de vanguardia llegó tarde y se fue pronto. Nuestra asombrosa nómina de genios modernos (Picasso, Julio González, Juan Gris, Joan Miró y Salvador Dalí) realizó su obra puntualmente fuera de España. Mientras Picasso inventaba el cubismo en París, en la península triunfaban Julio Romero de Torres, Zuloaga y Sorolla. Luego la guerra incivil sepultó los brotes vanguardistas, que también los hubo, hasta la década de 1950. Y cuando el arte español empezaba a poner su reloj en hora con las corrientes internacionales de la abstracción informalista o geométrica, aparece como supremo anacronismo el grupo que se ha dado en llamar Realistas de Madrid.

Participó en la Documenta de Kassel de 1977 y en numerosas colectivas internacionales

Esta es una peculiaridad. Otra, que lo integren casi tantas mujeres como hombres. La tercera, que sus nombres estén entretejidos por la amistad y el parentesco. Isabel Quintanilla (1938-2017), a quien está dedicada esta muestra, casada con el escultor Francisco López Hernández (1932-2017). Su hermano, Julio López Hernández (1930-2018), también escultor, casado con la pintora Esperanza Parada (1928-2011).

Quintanilla fue compañera de curso en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, y desde entonces amiga, de María Moreno (1933-2020), esposa del pintor Antonio López (1936), el único superviviente del grupo. Esperanza Parada inició su amistad con Amalia Avia (1930-2011), esposa del pintor Lucio Muñoz, también cuando se formaban como pintoras (en su caso, al margen de la Academia).

'La lamparilla', 1956. © Isabel Quintanilla, VEGAP, Madrid, 2024

'La lamparilla', 1956. © Isabel Quintanilla, VEGAP, Madrid, 2024

Sin duda, esta densa trama de afectos les ayudó a perseverar en sus caminos artísticos, desde sus inicios y hasta el final al margen de las modas. Pero lo cierto es que el siglo XXI se ha producido una revisión valorativa de su aportación (la gran exposición del grupo, también en el Museo Thyssen, en 2016) y especialmente la de las pintoras, como prueba la exposición del año pasado dedicada a Amalia Avia en Alcalá 31 o esta de hoy.

Algunos datos de su biografía nos permitirán interpretar mejor sus cuadros. Isabel Quintanilla nació en el barrio madrileño de Pacífico en 1938. Su padre, militar republicano, fue condenado a prisión al acabar la guerra y falleció en 1941 por las penosas condiciones del presidio. Su madre sacó adelante a sus dos hijas en interminables jornadas de costura.

[La gran entrevista a Antonio López: "Otros se obsesionan con la muerte, yo por el dinero"]

Isabel se licenció en Bellas Artes en 1959 y se casó con Francisco López al año siguiente. Con motivo de la beca obtenida por este en la Academia de Roma, se trasladaron a esa ciudad. Isabel celebrará su primera exposición individual en Caltanissetta (Sicilia). Viajará a Madrid para dar a luz a Francesco, su único hijo. El matrimonio regresó a España en 1965 e Isabel retomó su trabajo como profesora de dibujo en un colegio.

Realiza luego sendas exposiciones en las galerías Edurne y Egam y, a raíz de la última, conoció en 1970 a Ernest Wuthenow, socio fundador de la galería Juana Mordó. Gracias a él celebrará sus primeras exposiciones en Alemania, con éxito de ventas y crítica, lo que le abrirá el camino a su proyección internacional. Estará presente en la Documenta de Kassel de 1977 y en numerosas exposiciones colectivas en Europa y Estados Unidos (a veces con sus compañeros madrileños) dedicadas a la pintura realista.

'Jardín', 1966 © Isabel Quintanilla, VEGAP, Madrid, 2024

'Jardín', 1966 © Isabel Quintanilla, VEGAP, Madrid, 2024

En 1987 obtuvo el Premio de Arte de la Ciudad de Darmstadt, que Antonio López había recibido en 1974. En enero de 2017 falleció Francisco López. Isabel antes de que terminara el año.

En esta exposición se han reunido 90 de sus cuadros, muchos no expuestos en España, pues proceden de colecciones alemanas. Está su cuadro más antiguo, La lamparilla (1956), y Bodegón Siena (2017), que entregó a su galerista madrileño, Leandro Navarro, poco antes de fallecer. Ahí están sus temas de siempre: lo que le rodea en un corto radio y cuya trivialidad es perseguida como rasgo de personalidad artística. Podríamos datar muchos de sus cuadros gracias a la vajilla, el mobiliario o los productos de limpieza que aparecen.

Podríamos datar muchos de sus cuadros gracias a la vajilla o el mobiliario que aparece

Evidentemente, no es una pintora pop, pero su crónica de la modernización de los hogares españoles resulta muy convincente. Tan quietas y silenciosas como los bodegones son sus habitaciones. Guardan, aún más que ellos, el halo de una ausencia reciente: una mesita con un teléfono y una agenda abierta, una habitación nocturna con una luz encendida…

Entre todos los cuadros de esta exposición solo en uno hay una persona (su marido, escribiendo). Incluso en el titulado Homenaje a mi madre (1971) lo que vemos es una fatigada máquina de coser de pedal. Pero es que estamos también en las cosas.

[Retrato al natural de los últimos realistas]

Podríamos hablar de actualización del bodegón, lo que cuadraría muy bien con una frase que la pintora repetía: “Hacer algo nuevo con el lenguaje de siempre”. En efecto, las conexiones de su pintura con la tradición son elocuentes: las naturalezas muertas del español Meléndez, pero también los interiores de Menzel, Hoogstraten o Kersting.

La pintora da unos pasos más y pinta el patio, la calle. Y muy excepcionalmente, algún paisaje especialmente querido. Como dijo también: “Hemos reflejado lo que somos, cómo vivimos, lo que hemos tenido más cerca, lo que más conocemos”. Pero esa intimidad tan suya resulta ser también la nuestra y vemos en sus cuadros lo que guarda nuestra propia memoria. Nosotros, también, estamos en esas cosas.