Image: Sebastián Díaz Morales, el desierto en tiempo real

Image: Sebastián Díaz Morales, el desierto en tiempo real

Arte

Sebastián Díaz Morales, el desierto en tiempo real

Sebastián Díaz Morales

14 mayo, 2010 02:00

El camino entre dos puntos, 2010

Pepe Cobo & Cía. José Marañón, 7. Madrid. Hasta mediados de julio. De 10.000 a 100.000 E.


Sebastián Díaz Morales (1975) nació en Comodoro Rivadavia, capital petrolífera de la Patagonia -el Golfo de San Jorge, en el que se enclava, produce diariamente un millón de barriles- e importante puerto. El entorno, antes terreno propicio para la ganadería ovina, es desértico, sembrado de pozos de petróleo y aerogeneradores. El artista, tal es la presencia de este paisaje en su obra, parece no haberse despegado nunca de allí, aunque viva desde hace tiempo en Ámsterdam. En su obra videográfica tiene estatus de protagonista absoluto y los pocos seres humanos que lo habitan tienen casi como único objetivo observarlo. Mientras se observan a ellos mismos, de una manera introspectiva. Díaz Morales ha manifestado que quiere hacer del desierto patagónico un mito, un imaginario compartido. Hasta que los aviones acortaron las distancias, Patagonia fue un lugar "inexistente", pues muy pocos la conocían. En la obra de Díaz Morales ya no es inexistente pero sí irreal. Es un territorio mental. (Así lo hace pensar su irrupción en la anterior y brillante videoinstalación Ring (2007), como visión cuando se cierran los ojos).

Pepe Cobo presenta, además de una vídeo-escultura relacionada, el primer largometraje del artista, El camino entre dos puntos -se proyecta sólo martes y jueves a las 20.30h-, y una obra más antigua que pudo verse en la Fundación Joan Miró en 2006: El hombre con la bolsa. Ambos tienen una misma estructura: un hombre atraviesa el desierto en un recorrido circular. En El hombre..., una ilustración literal de la expresión "tropezar siempre con la misma piedra", ese periplo constituye sólo una parte del desplazamiento, atravesando la ciudad de Comodoro. En El camino..., se trata en realidad de un trayecto lineal narrado de manera que se nos muestra el final al principio de la película; la circularidad es temporal. También la propia obra de Morales es circular: regresa siempre a las mismas localizaciones, que aparecen también en El visitante enigmático (2003) y Paralelo 46 (1998). Son construcciones abandonadas en medio de la nada, de nuevo metáforas de un lugar interior.

Morales introduce sutilmente rasgos experimentales pero su estilo se basa sobre todo en una temporalidad contemplativa, que nos permite seguir a los personajes -la cámara va a menudo por detrás-, o mirarles cuando miran, casi en tiempo real. Es una apuesta arriesgada por su parte, pues los 39 minutos de El hombre... no pasan volando y los 80 de El camino... se hacen eternos. No he podido verla, pero estoy segura de que la versión de esta última en dos canales, de 18 minutos, exhibida el año pasado en otros lugares, es mucho más llevadera y, además, más rica en la experiencia visual por el diálogo entre las dos pantallas. En cualquier caso, ésta se sostiene sobre un punteo poético, enigmático, con algunas imágenes memorables. Aunque, en lo formal, lo más interesante de la exposición sea el experimento de rodar las escenas de El hombre con la bolsa con dos cámaras en paralelo que producen una línea de ruptura central en la que se pierden fragmentos de cuerpo y de paisaje.