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El Cultural

Marta Sanz

“La cultura, incluso la ínfima, nunca es inofensiva”

8 mayo, 2013 02:00

Marta Sanz

Presenta esta tarde en Madrid su nueva novela: Daniela Astor y la caja negra

Marta Sanz cambia del negro al rosa. Pero no del todo. Porque si sus dos últimas novelas, Black black black (2010) y Un buen detective no se casa jamás (2012) eran noir sui géneris protagonizado por el verborreico detective homosexual Arturo Zarco, la última, Daniela Astor y la caja negra (Anagrama, 2013), arroja una mirada a la cultura popular de la Transición. La que mira es una niña, Catalina, que juega a ser la espléndida actriz "Daniela Astor", pero también la mujer en la que se ha convertido décadas después que disecciona aquellos años en el guión de un falso documental sobre las actrices del destape. Un mundo donde las mujeres "eran una combinación de un nombre y un apellido: Susana Estrada, Blanca Estrada, Rocío Dúrcal, Mónica Rándall, Silvia Tortosa". Pero entre lo rosa destiñe lo negro del drama.

Pregunta.- Hace un año nos contó que andaba "con cuidado" por la página 120 de una novela inacabada que ha resultado ser Daniela Astor. "Como si fabricara relojes", explicaba. ¿Y cómo ve hoy el reloj terminado? ¿Se atrasa, se adelanta, da la hora en punto...?
Respuesta.- Por una de esas casualidades de la vida que no son tan raras porque tienen que ver con cómo se relaciona la literatura con su contexto, con las cosas que pasan alrededor, con Daniela Astor y la caja negra hemos dado en la hora en punto. El pasado del que se habla en este libro se proyecta en el presente. La narración, en su ir hacia adelante y hacia atrás, plantea una vivencia incómoda del tiempo, la biografía y la historia, casi como la del conejo de Alicia en el país de las maravillas. Si me permite retomar su metáfora relojera, me gusta mucho que me haya recordado eso de que yo hace un año andaba "con cuidado": hacía bien porque los materiales con los que trabajo en Daniela Astor y la caja negra podrían ser los componentes de una bomba de relojería.

P.- Parafraseando a Isaac Rosa, parece que ha escrito "otra maldita novela de la Transición". Y sin embargo, la mirada de una niña/mujer resulta inédita. ¿El punto de vista fue obvio desde el principio?
R.- Tengo la impresión de que lo que hace de esta historia lo que es y no otra cosa precisamente es el punto de vista. Un punto de vista que es el de uno de los personajes, Catalina, pero en dos momentos diferentes de su existencia -la casi pubertad y la casi menopausia- y a través de dos soportes narrativos diferenciados que también afectan al contenido de la narración: el relato de una infancia en primera persona y el lenguaje audiovisual de un falso documental sobre las actrices del destape. Me parecía interesante presentar una misma realidad a partir de diferentes filtros: la edad y el género dentro del que se produce un discurso. Tanto las peculiaridades del punto de vista -edad, sexo, clase social, experiencia...- como los moldes retóricos determinan los significados y las posibles interpretaciones de la realidad. Me interesaba experimentar con ese efecto literario que es, a la vez, poliédrico y onanista porque, al fin y al cabo, es Cata la que lleva permanentemente las riendas de la narración. Esa perspectiva, además de algunos aspectos temáticos de la novela, de su tratamiento antinostálgico y de su implicación con el presente, creo que peculiarizan Daniela Astor y la caja negra dentro de un supuesto género llamado "novela de la Transición". Por otro lado, en la voz de Catalina se funden dos cualidades que a menudo son reconocibles en mi prosa: la violencia y la ternura, así como un sentido del humor que juega con la toma de distancia y la proximidad máxima. Todo eso ya despuntaba en mi novela autobiográfica, La lección de anatomía.

P.- A propósito de las páginas del falso documental, las "cajas negras" ¿Dan esas "cajas negras" el contrapunto analítico y adulto a la novela?
R.- Yo creo que el contrapunto analítico y adulto está también dentro de la voz de esa niña narradora que, en realidad, es una mujer de cincuenta años. Bette Davis con tirabuzones y trajecito blanco en ¿Qué fue de Baby Jane? Tal vez, las cajas son un modo de que lo que se cuenta dentro de la novela resuene en el espacio colectivo superando los límites de las cuatro paredes, de intimidad, del jardincito acotado de la infancia.

P.- Sonia, la madre sufrida y poco sofisticada a la que nada se agradece debiéndola tanto parece el arquetipo de todas nuestras madres ¿Quiere pagar su novela esa deuda?
R.- No estoy muy segura de eso. Sonia es una mujer que en ciertos aspectos se aleja del arquetipo de las actrices del destape, pero en otros se acerca inevitablemente a ellas. Al fin y al cabo, todas, aunque diferentes, son mujeres y comparten el peso de una historia cultural y de un lenguaje que nos ha desfavorecido, olvidado o situado en desventaja. En cierta medida, yo creo que esta novela quiere pagar una deuda con un tipo de feminismo que no es el antónimo del machismo, con un feminismo que no entiende sólo la condición femenina en función de la maternidad, que no convierte la biología en teología: en esta novela aparecen mujeres a las se les ha pasado el arroz de la procreación, mujeres a las que aún no les ha llegado el momento, mujeres estériles y mujeres que no quieren ser madres y son mujeres. Mujeres completas o, al menos tan completas o cojitrancas como lo pueda ser un hombre sin hijos. El feminismo nada acomplejado de Daniela Astor tampoco propone a las mujeres que rentabilicen su "capital erótico" como sugiere Catherine Hakim. El feminismo de esta novela tampoco se vincula con la corrección política ni con la mojigatarería en el uso del lenguaje porque a mí me parece que una literatura que aspire a intervenir en la realidad, a transgredir las frases hechas, a cuestionar "lo normal", puede ser lo que se quiera menos políticamente correcta.

P.- Susana Estrada, María José Cantudo, Amparo Muñoz... Y al fondo el destape y el cine de fantaterror que no queda claro si funcionó como liberación sexual o como mercantilización de la líbido y el cuerpo. ¿O tal vez ambos?
R.- Uno de los temas principales de Daniela Astor y la caja negra es cómo se relaciona la realidad con sus representaciones. Cómo las bellas imágenes de las actrices del destape influyeron en lo que muchas niñas y muy distintas aspirábamos a ser en ese momento. Cómo la cultura, incluso la tergiversada, la ajena o la de género ínfimo, nunca es ornamental ni inofensiva, sino que forma parte de nosotros e incide en la construcción de nuestra identidad mucho más que unas supuestas esencias masculinas o femeninas. El género en este libro es, sobre todo, una construcción, no una determinación biológica. En el caso de los iconos del destape, el desnudo femenino fue un modo de liberación y, a la vez, como usted mismo señala, un mecanismo de objetualización y mecantilización del cuerpo de la mujer. No por casualidad muchas acabaron siendo eso que se denomina, con una expresión horrible, "un juguete roto". Habría que preguntarse si se rompieron solas o si alguien las rompió o si era inevitable que se rompieran. Habría que preguntarse quién les quitó la ropa a las mujeres en la década de los setenta y con qué fines: esta es una novela escrita desde el espacio conflictivo e incómodo de muchas preguntas que ni yo ni su narradora principal, Catalina, nos sabemos responder.

P.- "Hoy Marilyn no se habría casado con Arthur Miller". Que la fascinación por lo intelectual se haya desvanecido, ¿es una pérdida o un signo de normalidad?
R.- A mí que la fascinación por lo intelectual se pierda, mientras crece el regodeo en la exhibición de la ignorancia y se utiliza el argumento demagógico de que todas las opiniones valen lo mismo, me parece aterrador. Lo que no me parece nada aterrador, sino un síntoma de una salud social que aún no hemos conseguido alcanzar, es que esa fascinación intelectual ya no emane sólo de figuras masculinas y las mujeres también puedan ser intelectualmente seductoras.

P.- No adelantemos la trama pero en el corazón de la novela late una advertencia sobre cómo los derechos se ganan y también se pierden...
R.- Se trata de no volver a tropezar de nuevo en la misma piedra y, sobre todo, de no permitir que la crisis se utilice como excusa para justificar recortes de derechos: laborales, salariales, sanitarios, al aborto... Daniela Astor, a su modo, es una novela de la crisis. Un ejemplo de cómo cada escritor tiene probablemente su novela de la crisis y de que la crisis es un asunto que se puede abordar desde muchos ángulos, no solo desde los previsibles.

P.- La próxima vez que le pregunte por lo que está escribiendo ¿qué noticias me dará? ¿la tercera del gran Zarco quizás?
R.- Le diré que seguimos sin noticias de Dios. Y sin noticias de Gurb. Y que la noticia cada vez más inusitada va a ser la posibilidad de que una escritora como yo pueda seguir escribiendo y publicando las novelas que de verdad quiere escribir. En todo caso, creo que Zarco tiene una novela pendiente: se la debo a la voz de su ex-mujer, Paula Quiñones. Aunque también le confieso que tengo la impresión de que lo negro es cada vez más rosa y lo rosa cada vez más negro... Y esto último nos devuelve al mundo de Daniela Astor y la caja negra: una caja que esconde un misterio, pero sobre todo un artefacto donde se conserva la memoria de un accidente.

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