Como ya demostramos en otro artículo desmitificando las falsas creencias que circulan alrededor de los blancos, el mundo del vino está lleno de teorías populares con muy poco fundamento. Hacemos repaso de esos mitos cotidianos que afectan de lleno al vino tinto, para seguir disfrutándolo sin dogmas limitantes ni rituales absurdos. Porque como dijo Plinio el Viejo, “en el vino está la verdad”.

1. El tinto es solo para la carne

En Cocinillas lo hemos demostrado muchas veces. El vino blanco funciona con la carne, y el vino tinto con el pescado. Todo depende del estilo de vinificación y de la elaboración del plato. Lo importante aquí es elegir el vino adecuadamente. En líneas generales, los tintos con crianza combinan mejor con recetas potentes, como guisos o carnes, pero los pescados grasos admiten perfectamente un vino tinto más ligero. La mejor manera de armonizar vino y comida es analizar los ingredientes y combinar los sabores. Y, lo más importante, atreverse a experimentar.

2. Cuanta más barrica, más calidad

Cuántas veces hemos oído eso de “uy, qué ligero, este tinto es normalucho”. Error. La calidad de un vino no se mide por el tiempo que pase en contacto con la madera. Es más, las tendencias están cambiando y los gustos del consumidor están yendo hacia una menor presencia de la barrica en la copa, hacia la elegancia de la ligereza, hacia el ‘menos es más’.

La barrica no habla de la calidad de un vino.

El Master of Wine Andreas Kubach decía hace unos días durante la presentación de Bideona, la nueva línea de vinos de Viñedo Singular de Península Vinicultores en la Rioja Alavesa, que “no hace falta la crianza en madera para subir peldaños de calidad”. La barrica es un elemento fundamental en el proceso de elaboración de un tinto. Bien usada estabiliza, equilibra, limpia y evoluciona los aromas, pero no define su excelencia.

3. El vino tinto mejora con el tiempo

Pues depende. Este es uno de los mitos del vino más extendidos, sin embargo, no todos están hechos para la guarda. Muchos vinos, la mayoría de los que consumimos habitualmente, están elaborados para beberse jóvenes. Son vinos del año, de cosechero. Y otros, los de largas crianzas, están pensados para conservarse en botella por más tiempo.

Partimos de la base de que todos los vinos que salen al mercado están para beber. Pero también es cierto que cada uno tiene un momento óptimo de consumo. Pasado ese punto álgido, el tiempo solo les ayudará a perder cualidades organolépticas. Por eso es importante informarse del tipo de uva, la añada y la crianza, para poder determinar si guardamos (por cuánto tiempo y en qué condiciones de temperatura y humedad) o abrimos esa botella.

No todos los vinos mejoran con el tiempo.

4. Hay que servirlo a temperatura ambiente

¿Cuál es la temperatura ambiente? ¿Si hay 32 grados en la calle lo servimos a esa temperatura? Obviamente, no. Porque no es lo mismo estar en Cádiz que en Asturias. Esto es sentido común. Se habla (mal) de temperatura ambiente, cuando lo que se quiere decir es temperatura óptima. Para un vino tinto con crianza, esa ‘temperatura ambiente’ ideal debería ser de 15-16 grados; un poco más baja, entre 12-14 grados para los jóvenes.

5. El tinto se decanta siempre

Otra falsa creencia asimilada. No, no todos los tintos se decantan. De hecho, muy pocos lo necesitan. La principal razón por la que se realiza esta ceremonia es para eliminar posibles sedimentos de vinos muy viejos. También se puede decantar un vino para oxigenarlo si al abrir la botella percibimos olores desagradables, siempre teniendo en cuenta el riesgo de desastre. El vino podría estar en un momento delicado debido a su edad y ‘fallecer’ con el estrés del decantado.

Los decantadores son bonitos, pero no tan útiles.

Si el vino presenta estos aromas al abrirlo, puede que necesite oxigenarse, y para ello unos minutos en la copa deberían ser suficientes. También puede funcionar abrir la botella un rato antes de degustarlo, y dejar que se airee y oxigene tranquilamente.

6. Si tiene rosca, es malo

Seguimos a vueltas con la rosca. Esto no es más una cuestión de percepción que tiene que ver con la tradición y las costumbres. Para los vinos del año, la rosca asegura con la misma fiabilidad que el corcho que el líquido se mantendrá en buen estado, sin evolucionar, y, además, estará libre de contaminaciones. Recordemos que hay una mínima posibilidad de TCA (enfermedad del corcho) en botellas tapadas con corcho natural.

El tapón de rosca no determina la calidad.

Conscientes de ello, muchas bodegas (sobre todo bodegas del Nuevo Mundo) venden vinos de extraordinaria relación calidad-precio tapados con rosca y con corchos sintéticos. O con chapa, como los pét-nats. Porque no se busca una micro oxigenación para que el vino siga evolucionando, y estos sistemas cumplen perfectamente su función de evitar que el líquido se derrame. El vino cerrado con rosca no es peor. Si acaso, más joven.

7. La acidez es el demonio

Además de ser una afirmación ridícula, es completamente al revés. Un buen vino, tinto o blanco, debe tener acidez. Una acidez controlada, se entiende. La acidez es lo que ayuda al vino a equilibrarse y mantenerse vivo con el paso del tiempo. Si careciera de ella, además, nos costaría maridarlo con las comidas, pues su sabor se quedaría totalmente plano incluso con un trozo de pan, perdido en el paladar.

La acidez mejora el maridaje.

8. Ante la duda, el más caro

No necesariamente. Pensar que el precio determina la calidad de un vino y dejarse guiar exclusivamente por el supuesto de que cuanto más caro, mejor será, es un ‘cuñadismo’ de manual. Para disfrutar de una copa de buen vino no hay ni que ser un gran experto ni que dejarse la paga extra. Existen los vinos de lujo, pero son otra historia.

Lo mejor del vino es la variedad, de estilos, de regiones y también de precios. Dejarse asesorar por un sumiller o un profesional especializado es la mejor opción para que no nos la den con queso y no sufrir la frustración del novato, habiéndonos gastado un pastizal por un vino que, después, no nos entusiasma como esperábamos. En la actualidad, se vende muy poco vino ‘malo’, la calidad está presente hasta en los vinos de menor precio, con lo que el riesgo no es tan elevado. Incluso supermercados y grandes superficies se han puesto las pilas mejorando su oferta de vinos de ‘marca blanca’.

El vino más caro no es siempre el mejor.

9. El vino tinto es para el invierno

Entonces el blanco es para el verano y el rosado, ¿para el entretiempo? El vino no es una colección de moda, su consumo no entiende de estaciones. Aunque ante las altas temperaturas el cuerpo nos pida bebidas frías y sea más común encontrar esa sensación en blancos y rosados (sobre todo si tenemos a mano una hielera), también existen tintos para combatir el calor. Y servirlos unos grados por debajo de lo recomendado no es pecado. Al igual que un vino blanco con crianza se puede disfrutar hasta si nieva, un tinto joven, fresco y amable, puede ser perfecto durante una ola de calor. 

10. No lo metas en la nevera

El vino se estropea rápidamente una vez abierto, pero eso no quiere decir que no tengamos margen de actuación. Los tintos, sobre todo si tienen crianza, pueden mantenerse abiertos durante una semana. Irán perdiendo aroma, sabor y calidad con el paso de los días, pero podremos seguir disfrutándolos.

El vino abierto puede guardarse en el frigorífico.

El frío, la humedad y la oscuridad serán nuestros aliados a la hora de ralentizar la degradación del vino. Y a falta de una cava, la nevera nos ayudará a alargar la vida del vino abierto. Eso sí, conviene volver a cerrar la botella para evitar que siga entrando el oxígeno (mejor si es con un tapón de vacío) y colocarla en posición vertical para que el aire solo esté en contacto con la superficie del líquido. De esta manera, el vino evolucionará más lento y se conservará mejor.

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