Cuando pensábamos que la calle Jorge Juan ya no podía ponerse más interesante, llega un nuevo restaurante a una de las millas de oro del buen comer, Barra y Mantel. Allí, en la misma calle Jorge Juan en la que triunfan propuestas como La Bien Aparecida y Álbora, entre otros, abre sus puertas un nuevo espacio en el que comer, tanto en barra, como en mesa, eso sí, esta vez y lejos de la corriente imperante, con mantel.

Barra y Mantel nace como un local para darse un homenaje redescubriendo los sabores de siempre. Aquí no hay fusiones, ni sabores complicados, sino un arduo trabajo apostando por platos presentes en la memoria gastronómica de todos nosotros. ¿La clave para triunfar? Productos de buena calidad, de temporada y recetas sencillas.

En los fogones de Barra y Mantel

Iván González, valenciano de nacimiento, sabía que su destino estaba en abrir un restaurante en Madrid. Tras varios años de trabajo con negocio propio en Valencia e Ibiza y tras asesorar las propuestas gastronómicas de otros grupos de la capital, decidió que había llegado el momento de enseñar todo lo que sabía hacer con Barra y Mantel.

Su sello se ve en todas partes del restaurante. Desde el diseño e imagen del local, hasta, por supuesto, la selección de proveedores y toda la creación de platos. Para este proyecto se ha unido a un grupo de amigos, pero es él el que ha asumido, tanto la dirección, como el capitaneo de la cocina.

Una carta tradicional y de temporada

Como avanzábamos, en Barra y Mantel se comen platos de siempre. No encontrarás aquí fusiones o platos con demasiadas florituras, sino más bien una colección de platos que apetece probar y compartir.

Al abrir de forma ininterrumpida, el restaurante cuenta con varios momentos de consumo. Empezando por el 'vermuteo' que acompañan con conservas de mejillones en escabeche, berberechos, anchoas de Santoña o sardinas marinadas con pisto, entre otros. También cuentan con una carta más breve para el horario que va desde las 16 a las 20, con una propuesta a base de quesos, conservas, ibéricos o bocatines.

El verdadero disfrute llega con la hora de comidas o cenas. Aquí encontramos una carta dividida en varias secciones como platillos fríos, platillos calientes, platazos, con la cuchara y postres. Para comenzar, no faltan clásicos entrantes como la ensaladilla rusa, una ensalada de tomate, bonito y cebolla tierna, un buen steak tartar o salpicón de pulpo, entre otros. Entre estos platos fríos, también se encuentran tablas de queso de Quesería Cultivo, coppa ibérica de Joselito y otras por unidades de Amélie.

Entre los platos calientes para arrancar, se pueden pedir patatas bravas, croquetas, bocatines de calamares o rabo de toro, así como chipirones rellenos de sobrasada -por su trabajo en las Baleares-, unas excelentes gambas al ajillo que preparan con una salsa americana con un punto picante y ajo o las albóndigas de chuletón, que se elaboran con vaca vieja madurada.

Ente los platos fuertes, se puede disfrutar de unas verdinas con perdiz, sus callos de ternera o los arroces en lata, que dada su procedencia valenciana, domina con buenos fondos. Para prepararlos y servirlos, utilizan las latas creadas por Kiko Moya y sus famosos arroces al cuadrado y suelen tener dos en carta, uno de mar, que en nuestro caso fue de gamba blanca de Huelva y puntos de alioli o de montaña, para los que utilizan verduras y carnes de temporada.

Chuletón de rubia gallega, rabo de toro con puré de patatas, chuletitas de lechazo, merluza en salsa verde, pixin a la bilbaína con patatas a la pobre... Y muchos otros platos de corte clásico que conviene mucho tener en cuenta.

Los postres también son de corte clásico y sirven algunos como torrija de la abuela, tarta fina de manzana o arroz con leche, entre otros.

¿Y de beber? Una buena bodega con más de 100 referencias de vinos españoles, franceses y alemanes y una carta de coctelería clásica.

El único punto de su carta que no nos terminó de convencer, fue la imposibilidad de pedir medias raciones, por lo que la comanda, a no ser que se haga para un grupo de más de dos personas, da menos pie a poder probar más elaboraciones.

Un bistró con alma de taberna

Barra y Mantel nace como un bistró, sí. Pero lo hace con alma de taberna, porque en la parte central del restaurante preside una gran barra en la que, bien tomar algo, bien comer en taburetes. En esta zona también se encuentran mesas altas para comer de manera más informal.

Al fondo del local, se encuentran el comedor propiamente dicho y la mesa del chef, con capacidad para siete comensales, que puede funcionar a modo de privado o para gozar de una experiencia en la que es el chef el que prepara el menú.



Todo ello lo han conseguido en una atmósfera de lo más íntima, que rememora el París de los años 40 y que luce en sus paredes con nombres de oficios de antaño, como libreros o sombrerería, y que alcanza un halo de sofisticación gracias a los tonos tenues empleados, así como por el papel pintado que viste sus paredes.