Estamos a las puertas del verano, pero todavía queda tiempo para disfrutar de algunos destinos antes de que llegue las multitudes. Y uno de esos paraísos cercanos que se disfrutan todavía más, es Formentera.

Solo accesible por el mar, siempre fue clave. Los griegos la llamaron Ophiusa, los romanos Frumentaria, o isla del trigo, ya que era de las pocas cosas que se podía cultivar en sus tierras áridas. Sea como fuere, hay pocos lugares como este entre nuestra geografía. 

La más pequeña de las Pitiusas puede prometer paz, calma, tranquilidad, naturaleza en estado puro, un azul que se grabará a fuego en tus retinas y una escena gastronómica de lo más apetecible.

No hay verano en el que no acapare portadas con los precios desorbitados de algunos de sus chiringuitos, pero trampas para turistas a parte, la isla goza de una oferta propia con platos emblemáticos y productos que nos permitirán comernos la isla fuera de temporada y disfrutarla a lo grande. 

Los clásicos nunca fallan

¿Cómo elegir entonces el mejor espacio al viajar a Formentera? Arrancamos en sus clásicos, en aquellos que se han ido consagrando como imprescindibles en la isla y que cada temporada, recogen el testigo para seguir engrandeciendo su gastronomía.

Uno de ellos es Es Caló, el bastión del cocinero Toni Ibáñez. A escasos metros del mar, es el lugar idóneo para disfrutar de la cocina tradicional de Formentera, pero con guiños a la cocina contemporánea, que hacen gala en algunas de sus preparaciones.

Como es el caso de su tostada de sobrasada tibia con queso de cabra y una reducción de higos secos o del tartar de dentón, un pescado muy típico de estas aguas. Estos se unen con opciones clásicas como las paellas, el bullit de peix, la sirvia a la plancha o la inamovible cazuela de langosta con huevos fritos. 

Por sus ventanas se cuela una panorámica difícil de olvidar, un pequeño entrante de mar con su plataforma sobre el agua, donde descansan barquitas a la espera de volver a surcar esas aguas azules. Así es lo que espera en Es Molí de Sal, otro de los restaurantes emblemáticos de la Pitiusa. 

Ubicado en un antiguo molino de la industria salinera de Formentera, este clásico se reafirma año a año. Y lo hace con una propuesta de platos típicos en los que se cuelan los productos endémicos de la zona, como el tomate, que sirve en un tartar con un helado de parmesano o el calamar con verduras y cítricos.

Los platos fuertes aquí son los arroces y pescados. Paella de langosta, bullit de peix, langosta frita con huevo y sobrasada, gambas del Mediterráneo a la sal... Eso sí, los precios aquí son altos, por lo que conviene ir preparado.

El tercero en este podio de restaurantes tradicionales, tenía que ser Can Rafalet, a orillas de mar en el pueblo de Sant Agustí. Aquí no verás estridencias, ni precios locos, solo cocina casera con verdadera pasión por el mar.

Son expertos en arroces, pescados y mariscos. Y para abrir boca lo mejor es hacerlo con una ensalada payesa con peix sec, uno de los ingredientes más típicos de la isla y una frità de pulpo. De segundo, ¿cómo suena una fideuá de pescado y marisco o una langosta de Formentera frita con ajos, patatas y huevos fritos? A plato para no perderse.

Los siguientes prácticamente son clásicos también, aunque sus cocinas son muy diferentes a la que acostumbran los anteriores. Y uno de ellos es Chezz Gerdi, el italiano cuya furgoneta hippie es de lo más fotografiado de la isla, donde ofrecen una carta ecléctica en la que se cuelan desde pastas, hasta sushi y crudos. Pero no conviene alarmarse, porque todo lo hacen rico. Y si hay un plato que destaque, ese es carpaccio de ternera con Idiazábal y pistacho, que según cuentan enamoró al mismísimo Johnny Depp.

El otro es Casbah, ubicado en un hotel rural con encanto, donde la gallega Martina Cacheiro enamora con sus sabores. Esos en los que hay desde unos mejillones en escabeche caseros, hasta un steak tartar de solomillo de vaca gallega, pasando por un tartar de gamba roja de Formentera con ajoblanco de cacahuete o un jarrete de cordero con ñoquis de boniato y espinacas. 

El universo de los grandes chefs en la isla

Además de clásicos, Formentera tiene un buen plantel de grandes espacios de chefs de renombre llegados a la isla desde la Península. Uno de ellos es Carles Abellán. El nombre tras proyectos como Tapas 24 o la nueva asesoría de Bar Manero junto a Carlos Bosch, encontraba en Formentera su refugio. Ese lugar al que siempre que podía se escapaba.

¿Por qué no enriquecer más la oferta de la isla con un restaurante firmado por él mismo? Así nacía CasaNatalia, en la que el chef ejerce en cocina y su mujer, Natalia Juan, en sala. Y lo abrían en el norte de la isla, en la localidad de San Ferrán de Ses Roques. Lo consideran como su restaurante más íntimo y personal y es que consiguen que uno se sienta en casa nada más llegar.

En la carta apuestan por platos que cabalgan entre la cocina catalana, la propia de las islas y los platos de temporada, siempre con producto de calidad y una bodega de más de 600 referencias como acompañamiento. 

Además de referencias al producto puro y duro con ostras, caviar o king crab, la cocina de CasaNatalia es un reflejo de la trayectoria del cocinero. No faltan bocados míticos como la croqueta de pollo rustido, la ensaladilla rusa del Tapas 24 con ventresca de bonito o un corte fino de chuletón de atún rojo con escabeche de tomate.  

¿Más platos redondos? La berenjena con sobrasada de Xesc Reina y una suculenta lasaña de fricandó, son algunas de sus propuestas. Este año además lo completan con Charly's, un espacio de ocio nocturno en el que sonará la mejor música de los 70 a los 90.

El otro gran chef que lleva ya años conquistando la isla es Nandu Jubany. Se confiesa enamorado de las Baleares y es por ello por lo que decidió establecer en ellas varios espacios. Aunque su restaurante en Ibiza ha cerrado, sigue manteniendo los de Formentera y además, son de lo mejorcito que encontrarás en la isla. 

En el propio puerto de La Sabina, está Can Carlitos, un restaurante en el que comer y cenar con vistas privilegiadas a Es Vedrá y el atardecer, que se acompaña con una propuesta de cocina con el sello Jubany, a medio camino entre los platos tradicionales de la isla y la creatividad del chef. Estos se resuelven en unas gambitas de Ses Illes fritas, croquetas caseras, su particular versión de los fish and chips o la paella de langosta de Formentera.

El otro es Es Còdol Foradat, un restaurante de toda la vida en la playa de Migjorn del que el chef catalán tomó el relevo, para posicionarlo como el chiringuito definitivo. Y eso lo consiguió gracias a una carta en la que utiliza producto de primera y recupera la cocina clásica de las islas.

¿La última novedad? Aigua e Aire, un lugar que abre del desayuno hasta la cena, para disfrutar de muchos momentos y hacerlo a la orilla del mar. La propuesta gastronómica es similar a la de los otros espacios, pero esta tiene novedades, una robata japonesa para las noches, donde además de preparar platos a la brasa, contarán con tartares, carpaccios y tiraditos, para acompañar con un cóctel y música en directo. 

Y hay más, porque abren una tienda Jubany, un lugar que dará servicio a barcos y a transeúntes con una dilatada oferta de quesos, ahumados e ibéricos, además de vinos y espumosos, café orgánico en cápsulas y licores. 

Un oasis con vistas al mar rodeado de pino

Formentera es el color aguamarina del mar y el dorado de sus playas de arena fina, pero también el verde los pinos pitiusos y las sabinas. Enmarcado entre las tres, se encuentra el hotel que abrió el año pasado, el perfecto paraíso para quedarse en la isla que se mueve a ritmo tranquilo, que además acaba de reabrir sus puertas esta temporada y afianzan más su propuesta culinaria.

Se llama Teranka Formentera y lo encontrarás al final de un camino sin asfaltar, junto a la playa de Migjorn, una de las playas y zonas más salvajes de la isla, donde el plan es reconectar con lo más auténtico del lugar. 

Este año reabre bajo el paraguas de Luxury Hotel Partners, una compañía familiar especializada en los hoteles de lujo. En su portfolio tienen ya hoteles de ensueño como Maribel, a pie de pista en Sierra Nevada, los hoteles Nobu de Marrakech, Barbuda o Ibiza, entre otros e iconos de la hotelería patria como Marbella Club o Puente Romano. 

El anterior propietario, un amante del arte y coleccionista francés, sentó las bases de lo que sigue siendo Teranka, un hotel que en su nombre ya nos dice mucho. Está formado por dos palabras que significan tierra y ancla y no podían definirlo mejor. Esto se ve en sus 35 habitaciones, donde reina una paleta de colores mediterránea que rápidamente nos hace darnos cuenta de dónde estamos. Una piscina al abrigo de los pinos hace el resto.

La propuesta gastronómica también es para quedarse allí. Cuentan con dos espacios, uno a pie de playa, para comer con los pies en la arena y su rooftop, desde el que divisar el paisaje abrumador que se despliega ante nuestros ojos. Ambos se nutren de lo que les brinda el huerto con el que cuenta Teranka. 

El año pasado su terraza acogía un pop up de Nobu y fruto de esa herencia, hoy la carta se estructura en base a crudos y producto de la zona, como el tartar gamba roja ibicenca con sriracha o el tiradito de hamachi japonés con ponzu.

Tiene otros muchos alicientes. Cabinas de tratamiento en las que ofrecen rituales para fomentar el bienestar de sus huéspedes, una plataforma al aire libre para practicar yoga o meditación y un profundo vínculo con el mundo del arte. Lo han conseguido a través de su propia colección, una exposición de arte contemporáneo compuesta principalmente, por el trabajo de artistas femeninas. 

No nos sobran razones para querer escaparnos a la hermana más salvaje y sosegada de las Baleares. ¿Verdad?