La diputada del PP Cayetana Álvarez de Toledo se dirige al ministro de Justicia, Félix Bolaños en la sesión de control.
De la elevación del tono a la autenticidad
No es ningún secreto que en España damos cobijo a una caterva de personajes misteriosos que en ninguna parte del mundo civilizado hubieran podido obtener el más mínimo rédito profesional o éxito personal si hubiese dependido de su mérito o capacidad.
Este conjunto de seres de dudoso ánimo son los venidos a llamarse casta política, personas que para medrar dentro del partido han hecho gala de rimbombantes rodilleras y afilados cuchillos, deseosos de cuanta genuflexión sea necesaria realizar, como tantas puñaladas traperas necesiten proporcional a sus propios compañeros o quien suponga un obstáculo para subir peldaños y medrar en la organización.
Ante este cúmulo de gentes sin mayor mérito, no podemos sino plantearnos si merecen que les otorguemos mandato alguno para gobernarnos. Hemos de preguntarnos sobre a quiénes les estamos brindando poderes, si son aptos para tan alto encargo y si tienen capacidad para llevarlo a cabo, porque son estos mismos los que tras los oportunos procesos electorales van a dirigirnos y guiarnos por los derroteros que estimen más oportunos.
No hay peor cosa que darle poder a un tonto, porque aunque cuando tome consciencia del poder que ostenta, creerá que lo posee porque se lo merece y porque es justa retribución a una valía que en realidad le es ajena.
Parece que en esta clase sólo hay un listo y el resto de asistentes a la función, que se dividen básicamente en dos grupos, o son fieles adoradores del amado líder y parásitos fuertemente adheridos; o son una masa opositora que carece de la fuerza, el carisma y a autenticidad para emerger de una espera de turno eterna cubierta por un halo pusilánime.
Esta configuración maniqueísta del teatro político ha sido perfectamente diseñada por las fuerzas de la izquierda abanderadas por el PSOE, de la misma manera que en todos los ámbitos sociales, culturales y hasta incluso en la dimensión particular del individuo sin olvidar la problemática estructural de la gestión pública de los bienes preferentes elementales como son la educación, la sanidad o la vivienda.
Las fuerzas políticas de oposición al actual gobierno de Pedro Sánchez tienen la culpa de que continúe a la cabeza del ejecutivo en España, pero en particular la tiene el señor Feijóo, que no tuvo la capacidad de formar gobierno aun habiendo obtenido el mayor número de votos en las últimas elecciones generales celebradas en el 2024.
Además de esto, se añaden varios puntos más que resultan verdaderamente sorprendentes como son la tibieza con la que se ejecuta la acción de la oposición donde la sangre que nos corre por las venas debiera impedir la impavidez o la equidistancia, y que si una mínima parte de todo lo acontecido en el seno del PSOE se produjeran en partidos de la derecha, la izquierda haría viruta y escarnio público con ellos.
Todos echamos de menos a la audaz y perspicaz Cayetana Álvarez de Toledo dando látigo a diestro y siniestro mientras ostentó la portavocía del PP en el parlamento, pero claro no duró, era demasiado dura o incisiva para los parámetros moderados del Partido Popular. Era demasiado auténtica. Error, porque con su silencio se perdió autenticidad en el mensaje.
Sin embargo, hay que reconocer que el único partido que alza la voz es Vox, pero el que, debido a su debilitamiento y fuga de talento político de los últimos tiempos, ha visto mermada su capacidad opositora condenado a una suerte de ostracismo político de minoría no silenciosa a la que no hay que tener mucho en cuenta. De lo cual es principal responsable el PP, quien paradójicamente no parece darse cuenta de que es su aliado natural y necesario. Inverosímil.
Entretanto, Pedro Sánchez se harta de reír de propios y ajenos. Tal vez no sea para menos a la vista de la tibieza, pusilanimidad e incapacidad de mantenerle el pulso por parte de los partidos opositores quienes hacen gala de una sobreactuada debilidad. Tengo que romper una lanza en favor de la línea de acción política de la señora Ayuso, revelada único azote efectivo del PSOE.
Es perentoria la necesidad de elevar el tono, ¿quién les ha dicho que hay que expresarse o emplear ese tono leve, suave y hasta condescendiente, en toda intervención en reproche del gobierno, preguntas o interpelaciones?
Las cosas hay que decirlas con la vehemencia necesaria, correspondiente y acorde a la gravedad de la demanda que se emite. Den ustedes un mínimo atisbo de autenticidad cuando se pronuncian sobre los tremendos escándalos de corrupción que asolan la política; usen un tono proporcional a la gravedad de los ataques al Estado de Derecho y a la democracia tal y como lo haría un ciudadano cualquiera.
Elevar el tono no es una sugerencia señores diputados de la oposición, es un mandato del pueblo, y si no lo tienen claro pueden pedir lecciones, donde la primera será sobre la autenticidad del orador y la necesidad de creer en lo que se dice, no limitarse a la lectura interpretativa de discursos que un tercero ha preparado.