José Luis Ábalos y Yolanda Díaz.
Los cómplices de la banda del Peugeot
En el polvoriento territorio político conocido como "el Viejo Oeste Monclovita", el forajido mayor, Pedro Sánchez, dirige la temida banda del Peugeot, famosa por su habilidad para cabalgar entre escándalos, repartirse botín institucional y sobrevivir a cualquier tormenta. Pero lo más interesante de esta historia no es el jefe —porque ya lo conocemos—, sino sus cómplices, aquellos que sostienen su rancho y le mantienen el caballo ensillado mientras el pueblo entero exige explicaciones.
En el gran saloon del Congreso, donde se pactan favores y se dispara contra la oposición con más rapidez que Billy the Kid, se sientan los personajes clave que permiten que la banda siga al mando.
Vestida como sheriff de discurso impecable, Yolanda Díaz reparte sermones de ética pública, pero termina firmando los pactos necesarios para que Sánchez mantenga la estrella de mando. Sus diputados, siempre dispuestos a levantar la mano, actúan como los violinistas que siguen tocando mientras el barco —o el establo— se hunde.
Les incomoda el olor a detritus y pólvora del caso Koldo, las dimisiones y los sobresaltos, pero siguen apoyando: porque sin la silla que ocupan en el saloon, quedan a la intemperie. En el oeste, nadie regala el taburete.
Desde su mesa de póker, Aitor Esteban observa con calma de veterano. No pertenece a la banda del Peugeot, pero la financia políticamente cuando le conviene. Su complicidad es más silenciosa: negocia prebendas, arranca concesiones y devuelve el favor con votos quirúrgicos. No le entusiasman los escándalos del forajido mayor, pero mientras el trato siga siendo útil, la caravana continúa.
La presencia de Bildu en la cuadrilla ha sido uno de los giros más polémicos del relato. El propio Sánchez, que en otras vidas juró que jamás pactaría con ellos, los convirtió en compañeros de travesía. Bildu aprieta, exige, y Sánchez cede. Toda banda de forajidos necesita asesinos y pistoleros para asegurar sus tropelías y como los integrantes de Bildu, condenados algunos por terrorismo, sostuvieron que no hay mejor arma para hacer política que la tortura o el asesinato, Sánchez se aprovecha, también, de ello. Para mantener la banda unida, el forajido mayor hace tiempo que dejó de mirar quiénes son los jinetes que cabalgan a su lado.
Los grupos regionales —desde Compromís hasta minorías insólitas— son como esos vaqueros errantes que aparecen cuando el jefe necesita sumar balas a la recámara. No deciden el rumbo del tren, pero sin ellos la locomotora no avanza. Y ellos lo saben. Por eso cada voto viene acompañado de una lista de exigencias que el forajido mayor paga religiosamente.
Mientras la banda cabalga, el paisaje institucional se erosiona. La tropa del Peugeot ha sido acusada por cronistas del pueblo de forzar una amnistía para salvar tratos y socios, desgastar la independencia judicial, controlar el rancho mediático, empezando por la televisión pública, colocar comisarios amigos en organismos clave y un largo y etcétera que el polvo que levantan los cómplices de la banda en el desierto trata de ocultar.
Nada de esto es casual: es el precio para mantener el apoyo de los cómplices, quienes a cambio exigen parcelas de poder, cuotas, cargos, favores o impunidades simbólicas.
En el viejo oeste, la lealtad al botín pesa más que la reputación. Un jefe debilitado, pero aún montado en el caballo acosado por las investigaciones, responde como un vaquero acorralado: "Aquí nadie tira la toalla", "fue un error de otros", "yo no sabía nada"…
Yolanda sonríe y los cómplices respiran tranquilos, porque han sido muy contundentes y han arrancado al jefe de la banda una sentencia inapelable: "Todo se arreglará con un plan anticorrupción."
El jefe, como todo el "viejo Oeste Monclovita" sabe, jamás dice una mentira.