El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, este lunes durante la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, este lunes durante la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE. Europa Press

Un Estado fallido y su muerte anunciada

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Capítulo 1: Una muerte anunciada

Escribo estas líneas a escasos minutos de la medianoche. Este instante, desde las tradiciones célticas antiguas, ha representado el pináculo de la oscuridad, el final de una etapa y la apertura de un capítulo nuevo. Sin embargo, mi intención no es realizar una alabanza retórica de la decimosegunda hora. Mi objetivo es hablar de un país. En concreto, de una realidad material en el plano geopolítico actual que, pronto, dejará de existir tal y como la conocemos.

Es el caso de España, la cual, émula del redactor, esboza con ansia las últimas líneas de su bitácora a escasos momentos de su particular medianoche.

Capítulo 2: Un Saturno moderno

Primeramente, debemos hablar de Saturno. Nuestro Saturno particular: Pedro Sánchez. Los enemigos del estado Español conocen la debilidad de Sánchez por la prevalencia política, de la cual se aprovechan ávidamente. La coyuntura es extremadamente fácil de dilucidar. Como decía Sun Tsu en su célebre Arte de la guerra: "Cuando un enemigo esté cometiendo un error, nunca lo distraigas".

Resulta una labor harto sencilla aprovecharse de la maníaca obsesión de Sánchez por el poder. El líder de los socialistas ha probado que haría cualquier cosa por mantenerse en la posición que alberga en estos momentos, incluso si ello encierra cruzar líneas rojas jamás atravesadas y establecer precedentes de gran riesgo.

La mayor muestra de desapego hacia una posición que se puede ostentar es el rechazo de la misma. Mejor que yo lo argumentó Marco Antonio en Julio César de William Shakespeare al pronunciar:

"Tres veces presenté a César la corona y tres veces me la rechazó. (...) La ambición, sin duda, está hecha de una sustancia más dura".

Sánchez es como el padre de los dioses en el mítico cuadro goyesco. La naturaleza psicopática no diagnosticada de su voracidad no conoce límites y devoraría a cualquiera por mantenerse, cómodamente, en su trono olímpico personal. El narcisista es, naturalmente, parasitario. Como hemos podido comprobar, Sánchez ha escogido como víctima para su parasitismo la Moncloa y, por extensión, la totalidad de España.

Si el monstruo de Frankenstein era el "Prometeo moderno", el dirigente sanchista se ha ganado a pulso el título de "Saturno moderno".

Capítulo 3: La perpetuidad o la destrucción

Hay que admitirlo empero: su estrategia ha sido brillante. Esta se basa en el control de tres factores clave, que en lo sucesivo se enumerarán.

1) Primeramente, Sánchez se ha asegurado de contar con el control de todos los medios de comunicación principales. Desde los principales periódicos hasta, sobre todo, las televisiones. Como muestra, la televisión pública es, para cualquiera que la vea, un vocero más de su propaganda.

2) En segundo lugar, ha conseguido influencia en las tendencias de voto a causa de su mando en el CIS, en el que colocó a Tezanos, cuyas predicciones son, digámoslo suavemente, extrañamente favorables a Sánchez en cada ocasión importante. Dile a la gente lo que vota la mayoría y los indecisos se sumarán.

3) Descendiendo hasta el tercer punto, hallamos el dominio absoluto sobre la oposición. El PP lleva décadas cediendo el relato cultural y social hegemónico en favor de un PSOE que se ve cada vez más preponderante y fuerte. A ello hay que sumarle la irrupción de Vox, que ha distanciado por completo al PP (en tanto que obligado a entenderse con la formación de Abascal) de casi todos los partidos nacionalistas y regionalistas que dan, muy a menudo, las llaves del gobierno.

Con estos cuatro factores de su lado, este actualizado Saturno ha conseguido labrar el camino perfecto para perpetuarse en el poder por tantos años como desee.

La medianoche se acerca y solo queda tiempo (que no espacio) para un capítulo más.

Capítulo 4: Santiago muere al final

En Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, se parte de una premisa innovadora. Desde la primera línea, el autor da a conocer que el protagonista, Santiago Nasar, acabará muriendo al término de la obra. Ello, sin embargo, no impide al lector descreer del mismísimo narrador y esperar, hasta el desenlace, la salvación de Santiago.

España es el Santiago Nasar de los países, circunstancia que se debe a que cometió el pecado que ningún estado funcional puede cometer: darle los mandos de su gobierno a sus enemigos. La España parlamentaria nació muerta. Es un sistema fallido desde su raíz, pues depende necesariamente de sus enemigos para gobernarse.

Desde 1947, existe un reloj (vinculado al Bulletin of the atomic scientists) que se actualiza hasta el presente. Este es conocido como el "reloj del fin del mundo". Se dice que cuando ese reloj marque las doce, la medianoche simbólica de la humanidad habrá arribado y el fin del mundo acaecerá. En España esto, sin embargo, no debería poner demasiado nerviosa a la población. Al fin y al cabo, nuestra medianoche ya está anunciada.

Y, por mucho que se espere otra cosa, Santiago Nasar siempre muere al final.