Donald Trump  y su esposa Melania, a su llegada al Aeropuerto Internacional Washington.

Donald Trump y su esposa Melania, a su llegada al Aeropuerto Internacional Washington. Reuters

Trump y las ruedas del tiempo

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Hay individuos nacidos para mover las ruedas de la historia. Trump vino a cambiar la política en Occidente. Su victoria es el triunfo de un elefante que entra gritando a pleno pulmón en una cacharrería repleta de clavos, serruchos, estalactitas de metal y charcos de hierro.

A pesar de tenerlo todo en contra (incluyendo medios masivos como la BBC, la NBC, la CBS o la CNN; aunque con honrosas excepciones como Fox News), Trump ha conseguido subvertir, así como utilizar a su favor, todas las zancadillas que le interpusieron durante su presidencia (y años posteriores) y se ha hecho con un improbable segundo mandato. Si el primer término de su gobierno fue su cimentación como emperador de la política, el segundo ha sido el momento de su apoteosis.

Denostado e idolatrado a partes iguales, Trump no podía acceder al poder de nuevo de manera templada. En la tradición clásica era necesario morir para alcanzar el estatus de dios. Trump parece tomarse su proceso apoteósico muy en serio, pues, si no llega a mediar la mano invisible de la suerte o de la providencia, la cabeza del presidente de Estados Unidos se encontraría atravesada por una bala de francotirador.

Que Trump sobreviviera a los atentados contra su vida no solo nos ha regalado la instantánea más icónica del presente siglo, sino que, para más inri, ha revestido al magnate de un hálito divino que lo ha aupado entre sus fieles y ha convencido a más adeptos.

La política del siglo XXI en los países occidentales ha estado bastante exenta de sus arquetípicos villanos. En la centuria anterior, los atentados contra mandatarios que se encontraban en el interior o la órbita de Europa y Estados Unidos eran moneda de cambio común.

Según el libro de los récords Guinness, Castro sufrió hasta 638 intentos francos de asesinato cuando era caudillo de Cuba (1976-2008). Hitler protagonizó, asimismo, varios de los ensayos de magnicidio más famosos de la historia: entre los que se encuentra la célebre Operación Valquiria, programada para julio de 1944.

Todavía descansa en la retina colectiva la bala que destrozó el cráneo de JFK una mañana de 1963 o aquella que casi oblitera al símbolo estadounidense Theodore Roosevelt en 1912.

En España no somos ajenos a estos actos de terrorismo hacia las altas esferas; aún es joven la generación que vio como en 1973 Luis Carrero Blanco fue víctima del más bombástico plan de ETA. En una era en que estos cruentos golpes de efecto de índole política se habían mudado a otras partes del mundo, en especial a Oriente Próximo, Oriente Medio y África, la irrupción de Trump ha supuesto un giro de guion que obedece a un cambio geopolítico generalizado.

En Occidente (o en estados fuertemente occidentalizados) hemos experimentado un ascenso en los intentos de magnicidio desde que Trump llegó al poder en el año 2016.

El primer ministro eslovaco Robert Fico recibió en mayo de 2024 varios disparos realizados por un perpetrador que alegaba "motivaciones políticas". Shinzo Abe, ex primer ministro japonés, fue asesinado por su parte en julio de 2022 por un ciudadano enardecido. No obstante, sin duda los planes de inmolación más señeros mediáticamente fueron los que tuvieron a Trump como invitado estelar.

Uno, el más visualmente espectacular, acaeció el 13 de julio de 2024 y el segundo ocurrió dos meses más tarde, en septiembre. Esta serie de acontecimientos políticos revelan una verdad incómoda para occidente: se ha gestado un mundo multipolar en el que ni siquiera los países que ejercían de policía del mundo tras la caída de la Unión Soviética están lejos del punto de mira.

A Trump se le ha achacado desde siempre la cercanía con Putin, por lo que su victoria se vincula con las preferencias del Kremlin. Las influencias extranjeras son más potentes hoy en Occidente y ello implica tanto una amenaza interna como externa para los antaño omnipotentes Estados Unidos.

De igual manera que Obama o Bush, con sus sonrisas perínclitas y su seguridad sobre el mando mundial, representaban la quintaesencia del statu quo, Donald Trump es la antipolítica personificada, señal inequívoca del cambio de signo global.

Trump es César y es Bruce Wayne. Es el emperador al que todos le atribuyen la voluntad de acabar con la República y es el antipolítico, antiheroico por naturaleza e inspiración de tantos homólogos en plúrimos países occidentales, que pugna con un mundo desordenado y cambiante siguiendo sus propias reglas.

Una de las interpretaciones históricas del Quijote define al minotáurico Alonso Quijano y su adyacente locura como una suerte de reacción confusa ante un panorama rural cada vez más fuertemente tecnificado. Podemos deducir de ello que hay personajes que solo pueden aparecer en un momento concreto del tiempo, porque este los precede y porque, sin ellos, los engranajes históricos quedarían oxidados.

Enciendan la televisión hoy y verán sobre sus pantallas como un magnate extremadamente vilipendiado mueve solo las ruedas de la historia.