En 2002 sólo quedaban en España 94 ejemplares de lince ibérico. En Portugal ya había desaparecido. La caza furtiva, los atropellos en carretera, la falta de conejos, los brotes de leucemia felina y el deterioro de sus hábitats naturales habían llevado al animal al borde de la extinción. Llegó a ser uno de los félidos más amenazados del mundo. Sin embargo, veinte años después, los proyectos de conservación puestos en marcha por los programas LIFE de la Unión Europea y las labores sobre el terreno de las administraciones regionales y organizaciones como Fundación CBD-Hábitat comenzaron a dar sus frutos. Los poco menos de cien ejemplares que sumaban los censos a principios de siglo se multiplicaron en 2022 hasta llegar a los 1.668 en toda la Península Ibérica, de los cuales 1.407 estaban en España y 627, de estos, en Andalucía.
Gran parte del éxito en la recuperación de esta especie recae sobre los hombros de unos pocos hombres y mujeres que se han dejado la piel por resucitar al 'fantasma del matorral'. Sin embargo, quien lo comenzó todo, o casi todo, fue Miguel Ángel Simón Mata. Hoy ya está jubilado, pero a finales de los noventa y principios del nuevo siglo este biólogo se convirtió en la piedra angular sobre la que pivotó la estrategia de conservación del animal. La especie estaba ya en la unidad de cuidados intensivos y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) acusaba a España de aguarle el milenio permitiendo la extinción del primer felino en territorio europeo. Así que Simón, que ya había trabajado en la conservación de especie como el quebrantahuesos, se puso manos a la obra para elaborar un censo poblacional y un plan de contingencia.
Los numerosos premios y reconocimientos que cosecha en las estanterías de su despacho son la prueba de hasta qué punto Simón ha dedicado su vida al lince ibérico. El vívido recuerdo de su pelaje, de sus largas barbas, de sus orejas puntiagudas y de sus ojos amarillos, siempre al acecho de lo salvaje, despiertan en él un escalofrío que le eriza el vello. "Siempre me ha fascinado su belleza, su plasticidad, su camuflaje, su cola, el visaje de los pinceles que mueve para distraer a sus presas. Es un animal perfecto. Y un felino que se deja ver. Como un gato en una casa, que cree que tú estás en su territorio y siente que te deja vivir ahí. Con los linces pasa igual. Es un gato en el campo. Cuando caminas por su territorio no sale corriendo. Se muestra. He manejado fauna toda mi vida, y el lince es algo que te deja pasmado cuando lo ves".
Simón fue el responsable del primer programa de conservación y reintroducción de la especie financiado con fondos europeos, el LIFE Iberlince, el primero de los cuatro paquetes LIFE que, hasta hoy, ha financiado Bruselas en territorio ibérico para esta especie. "Fui la figura que lo montó todo", reconoce, mientras pasea por su finca en Jaén. "La primera aventura duró de 2002 a 2006. De los 94 ejemplares que teníamos en España pasamos a los 200".
El primer objetivo de los programas LIFE era evitar que el lince se extinguiera. Los pocos Lynx pardinum que quedaban en el mundo estaban distribuidos en dos zonas: el Parque Natural de Doñana, donde había 54, y Sierra Morena, que sumaba 40. Por lo demás, extintos. Adquirir fondos europeos logró que numerosas organizaciones se sumaran al proyecto. Ecologistas en Acción. CBD-Hábitat. El entonces ministerio de Obras Públicas. Todos colaboraron para contribuir a la recuperación de la especie.
"Entonces decidí que no valía sólo con conservar los linces de Doñana y Andújar, sino que debíamos incrementar los núcleos de población. En el siguiente proyecto que presento a Bruselas planteo la reintroducción de linces en nuevas áreas". Funcionó. Los resultados de esas reintroducciones fueron tan buenos que el proyecto se expandió a otros territorios: a los Montes de Toledo de Castilla-La Mancha; a Extremadura; al Parque Natural del Valle del Guadiana, en Portugal. El lince comenzaba a caminar por sí solo.
Una recuperación salpicada de amenazas
Los requisitos mínimos para la supervivencia del lince implica que tenga una superficie mínima de 15.000 a 20.000 hectáreas para reproducirse y vivir; asegurar un bosque matorral mediterráneo en el que haya densidad de refugios, pues son animales que cazan al rececho; y, lo más importante, que haya buenas densidades de conejos, su alimento favorito, una "hamburguesa del campo".
El conejo, de hecho, es una pieza clave en el puzle de la supervivencia del lince, pues constituye el 90% de la base de su alimentación. Sin este Big Mac natural, el lince está abocado a menguar, reduciendo su número de ejemplares y hasta su tamaño corporal. La experiencia habla por sí sola: cuando el félido estuvo a punto de desaparecer a principios de siglo fue por culpa, en parte, de las plagas de mixomatosis y fiebre hemorrágico-vírica que padecieron los conejos. Sus poblaciones diezmaron y dejaron al lince sin alimento.
Por eso, recuerda Simón, cuando se reintroduce el lince en un territorio, también se analiza de forma exhaustiva el entorno para ver si existen recursos alimentarios suficientes. En 2012, por ejemplo, la fiebre hemorrágico-vírica mutó y volvió a limpiar los campos de conejos. En Andújar habían llegado a tener más de 100 linces y 50 hembras reproductoras, cada una de ellas capaz de dar a luz a 25 o 30 cachorros. Cuando la enfermedad arrasó con decenas de miles de conejos, la reproducción cayó a 10 cachorros. "Las hembras veían que no había comida y ahorraban energía".
PREGUNTA.– ¿Fue sólo la falta de conejos lo que llevó al lince al borde de la extinción o fueron una acumulación de factores?
RESPUESTA.– Fue una acumulación. Hasta los años setenta, cuando pasó a ser especie protegida, el lince estaba catalogado como una alimaña. Hasta en los puntos de homologación de trofeos de caza se premiaba matarlo. Luego, el conejo se veía como un aprovechamiento económico, así que se cepeaba de forma masiva. En una finca de 8.000 hectáreas se podían sacar para venta 40.000 conejos. Eso reducía su alimento. Y, además, lo ponía en peligro, porque como se trampeaba, y al capturarlo el conejo chilla, muchos linces iban a comérselo y al final caían también en cepos. No morían, pero quedaban atrapados y los tramperos los remataban a hachazos. Así cayeron muchos. Luego vinieron las plagas de mixomatosis y fiebre hemorrágico-vírica, que mermaron el conejo en España. Cuando comenzamos con los proyectos de Andújar y Doñana, capturamos a 40 o 50 linces que estaban como pinceles. Tres o cuatro años más y habrían muerto de hambre.
P.– Pero ese riesgo existe siempre. Que venga una nueva mutación. ¿Existe un plan de respuesta rápida en caso de una 'pandemia' entre los conejos?
R.– Hacer estudios previos. Censos de las poblaciones de conejo. Capturas y análisis. Ver la incidencia de la enfermedad de año a año. Si es fuerte, reforzar la repoblación de conejos. Todo eso lo dejé por escrito en un plan alternativo cuando me jubilé. Supongo que [la Junta de Andalucía] lo tendrá en cuenta. Es importante hacer un seguimiento fino, porque si viniera una cepa como la del 86, fuerte y nueva, sería un desastre para el lince.
P.– ¿Existe algo así como una 'hemorrágico-vírica' entre los linces? ¿Alguna enfermedad que deba preocuparnos?
R.– Tiene la misma enfermedad que todos los felinos, pero gracias a Dios no le ha afectado aún de manera importante salvo un caso específico que tuvimos en Doñana, y que nos sirvió de aprendizaje. Fue una putada: un brote de leucemia felina. La transmiten los gatos domésticos. Apareció cerca de la aldea de El Rocío, donde se abandonaban muchos. Los gatos limpian a otras especies y transmiten enfermedades. La leucemia felina mató a 15 o 16 linces. La mitad de la población murió. Estuvimos casi 10 meses, 24 horas al día, capturando linces para vacunarlos.
P.– ¿Cuál fue el aprendizaje?
R.– Que nos dimos cuenta de que en Doñana había una muy baja variabilidad genética, lo que los hacía más vulnerables. Era una población de linces aislada. Muchos ejemplares estaban emparentados entre sí de manera directa. Entonces nos la jugamos: capturamos linces en Sierra Morena y los soltamos en Doñana para hacer un refuerzo genético. Soltamos a un macho en época de celo, que es en diciembre. Y funcionó. Los estudios de variabilidad genética posteriores demostraron que esta se incrementó en Doñana.
P.– Pero la nueva Ley de Bienestar Animal, la conocida como Ley Belarra, es, precisamente, muy laxa con las colonias de gatos callejeras... ¿No puede ser contraproducente?
R.– Cuando comenzamos con la leucemia felina íbamos vacunando gatos domésticos de manera gratuita. Ahora se ha vuelto imposible. Cerca de donde yo vivo, por ejemplo, tengo una colonia de gatos protegida con el sello del ayuntamiento. Han puesto unas casetillas y hay señoras que van a darles de comer a diario. Controlar esas poblaciones es difícil porque transmiten enfermedades. No es razonable. Las leyes son como son... y esta es una barbaridad. Hasta la comunidad científica estuvo en contra. Además, los gatos son un problema porque son predadores tremendos arrasan con todo. Me parece bien que los animales tengan derechos: microchip, seguros, condiciones. Perfecto. Pero lo de los gatos, desde un punto de vista biológico, es un caos. La teoría que nos venden es que se capturan, se esterilizan y se controlan las poblaciones. Yo he trabajado con felinos y te aseguro que eso es un sueño de verano.
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P.– ¿Cuáles eran los territorios históricos del lince?
R.– La información antigua es muy dispersa porque antes de los setenta el lince era una alimaña y se cazaba por la piel, que era vendida por los peleteros. Parece ser, porque se han encontrado fósiles, que estaba en toda la Península Ibérica salvo en la zona norte de Picos de Europa, País Vasco y Pirineos, y no está muy claro si en Cataluña. En el resto, con más o menos intensidad, estaba presente, sobre todo donde había poblaciones de conejos, cuyo hábitat es el bosque mediterráneo, no el bosque húmedo del norte.
P.– ¿Cree que, a pesar de todo, hemos desarrollado una cultura de la conservación para mantener vivo al lince?
R.– Bueno, creo que se ha extendido a nivel nacional, en parte por los programas de Félix Rodríguez de la Fuente. La gente ha entendido que la conservación es necesaria, que debe haber un equilibrio y una colaboración mutua. Por eso la conservación y la parte que se dedica al aprovechamiento cinegético, la caza, debemos ser amigos y trabajar juntos. No digo que de vez en cuando no haya algún 'escopetero' que se cree cazador y le pega un tiro a lo que pilla, porque descerebrados hay en todos los ámbitos de la vida, pero en general la gente está muy concienciada con la conservación de la naturaleza y con la riqueza de nuestro patrimonio natural, que es único en Europa. Andújar antes era una ciudad de montería y ahora es conocida por ser la ciudad de los linces a nivel mundial.
P.– ¿Cuáles son los principales mitos que pesan en torno al lince?
R.– Cada vez menos, pero al principio del proyecto, cuando íbamos a las áreas de reintroducción, hacíamos encuestas. La gente se preguntaba si eran peligrosos, si atacaban, si afectaban en algo a los cazadores. Nada. Ni atacan ni genera problemas a los cazadores. Luego hacíamos campaña de divulgación y soltábamos a los 'bichos'. La gente acabó confiando en el lince: la belleza del animal mataba cualquiera duda. Lo peor que pueden hacer es colarse en algún gallinero si tienen hambre. En fin, pero si tienes hambre y te ponen un pollo asado... ¿No te lo comerías? (Risas).
P.– Mencionaba antes a Félix Rodríguez de la Fuente... Seguro que le han hecho la comparativa alguna vez.
R.– Bueno, bueno, él era mucho más valiente que yo (risas). Salió a decir que había que proteger a aquellos animales que por aquel entonces aún eran considerados alimañas. Llamaba hijos de puta a los cazadores que ponían venenos. Tenía un programa sobre el tema de la estricnina [un veneno extremadamente letal con el que se mataban alimañas; aún utilizado en casos extremos con lobos] que fue dramático. También dijo que había que proteger al lobo. El tío era muy didáctico y siempre estuvo apoyado por el ministerio. Era muy bueno. Y se podía permitir decir todas estas cosas. Se enfrentó a los poderes fácticos de la caza. Yo no me atrevería a compararme siquiera.
CBD-Hábitat: los expertos sobre el terreno
"Para que el lince ibérico tenga una oportunidad de sobrevivir, su población silvestre actual debe multiplicarse al menos por cinco. Además, es necesario que sus territorios se amplíen y se conecten entre sí para conseguir un intercambio genético entre poblaciones que garantice el futuro de la especie". Quien habla es Nuria El-Khadir, bióloga y directora gerente de CBD-Hábitat, la fundación que se encarga, desde 1998, de recuperar al lince ibérico.
Ella y su equipo son parte del brazo operativo de las administraciones. Un grupo de biólogos, ingenieros de montes, técnicos de campo y veterinarios que trabajan sobre el terreno con el lince. Conocen todo sobre el felino: sus rutinas, sus enfermedades, la cantidad de ejemplares que hay; hasta los nombres de cada uno de ellos. Son los mayores expertos en el animal, tal y como contó ENCLAVE ODS hace unas semanas:
"Los principales proyectos que han contribuido a la recuperación del lince han sido llevados a cabo en fincas donde se tienen acuerdos para abordar las amenazas que ponen en riesgo a las especies en peligro, trabajando en el fomento del conejo y en las mejoras de hábitat, monitorizándolos con cámaras de fototrampeo y collares de radioseguimiento. Nuestro trabajo ha contribuido, junto al de las administraciones, oenegés, empresas, cazadores y agricultores, a la multiplicación de los ejemplares de lince hasta llegar a la cantidad actual", señala la experta.
El presupuesto total de proyecto LIFE Lynxconnect asciende a 18.754.029 millones de euros, siendo la contribución del Programa LIFE un 60,67% del total, concretamente, 11.378.919 millones de euros. "La inversión de nuestra Fundación ronda los 5 millones de euros en 25 años", recuerda El-Khadir. "En la actualidad trabajamos en calidad de socio en el proyecto Lynxconnect, coordinado por la Junta de Andalucía, y donde actúan 21 socios más".
Javier Salcedo, el legado de Simón
El tiempo de Simón al frente de los programas de conservación del lince acabó en 2019. Fue entonces cuando lo relevó Javier Salcedo, ambientólogo, funcionario de la Consejería de Agricultura y Desarrollo Sostenible de la Junta de Andalucía y, desde 2020, coordinador general del programa LIFE Lynxconnect, el cuarto plan de restauración del animal en España, que pretende crear una metapoblación genética y demográficamente funcional del lince ibérico.
El primer LIFE evitó la extinción. El segundo creó nuevas poblaciones en Andalucía. El tercero permitió su expansión a los territorios en los que prolifera actualmente. Este cuarto sigue el paso lógico: conectar esas poblaciones aisladas; que exista un intercambio genético entre Doñana y Portugal, o entre Sierra Morena y Doñana, o entre Sierra Morena y Extremadura. Que los animales transiten de forma fluida y refuercen su legado. Que funcionen como una única población y, con el paso del tiempo, dejen atrás la respiración asistida que les brinda la la mano humana.
"La situación actual invita al optimismo", admite Salcedo a EL ESPAÑOL | Porfolio. "En 2020, cuando superamos los 1.000 ejemplares en el censo, nos pareció un verdadero hito. Veníamos de tener 100 linces a principios de los 2000 y ahora rozamos los 1.700. Si seguimos esa tendencia llegaremos a los dos millares pronto". El objetivo de los paquetes LIFE consiste en, precisamente, sacar al felino de la lista de especies amenazadas e incluirlo en la de animales en estado de conservación favorable que marca la Directiva Hábitats. "Pero se estima que para que el lince alcance ese estado, debe haber alrededor de 1.100 hembras reproductoras. No estamos cerca".
El conservacionista recuerda que la especie no está salvada. El problema de la posible reducción de las poblaciones de conejos a corto o medio plazo sigue siendo una amenaza, al igual que las posibles enfermedades derivadas del contagio con otros animales, como los gatos. Pero también lo son las conocidas como 'mortandades no naturales'. "Es decir, la tasa de mortalidad de atropello y de persecución ilegal. A veces son contratiempos. Sabemos que nunca vamos a acabaremos con ellos, pero debemos trabajar para mantener la mortalidad por debajo de unos umbrales que no condicionen la tendencia positiva de la especie".
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El objetivo de los paquetes LIFE consiste en, precisamente, sacar al felino de la lista de especies amenazadas e incluirlo en la de animales en estado de conservación favorable que marca la Directiva Hábitats. "Pero se estima que para que el lince alcance ese estado, debe haber alrededor de 1.100 hembras reproductoras. No estamos cerca".
Actualmente, el Censo Lince 2022 elaborado por el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico suma 326 hembras reproductoras. Hay más en camino, porque sólo en 2022 hubo 563 cachorros que, dentro de dos o tres años, estarán en edad de procrear. "Tenemos en fase de preparación un trabajo, realizado con datos de los proyectos LIFE, que trata de definir un concepto recogido en la Directiva Hábitat: el de 'estado de conservación favorable'. Sabemos lo que es, pero hay que definirlo cuantitativamente".
Para que el lince ibérico deje de estar en peligro de extinción hace falta superar la barrera de las 1.100 hembras reproductoras y los, por lo menos, 3.500 ejemplares adultos. Es un proceso lento y tedioso que llevará años. Quizás una década. Pero, por lo pronto, la Unión Internacional para la Conservación de Naturaleza bajó de categoría la amenaza del lince en 2018. De seguir la senda allanada por hombres y mujeres como Javier Salcedo, Miguel Ángel Simón y Nuria El Khadir, el lince dejará de ser una especie en peligro de extinción.