Montaje con dos imágenes de Mario Ortiz.

Montaje con dos imágenes de Mario Ortiz. Tengo un plan

Sociedad

Mario, dueño de una pastelería en Andorra: “Empiezo con las masas a las 3:00 AM y ayer me eché a dormir a las 22:00”

Mario y Luz regentan Brulée, una panadería y pastelería en Andorra, donde se establecieron tras el cierre de su negocio en Madrid.

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Las claves

Mario Ortiz, maestro panadero, se trasladó con su familia a Ansalonga, un pueblo de 20 habitantes en Andorra, para abrir su propia panadería y pastelería.

La decisión de mudarse a Andorra surgió tras el cierre de su anterior negocio en España debido a problemas administrativos y la búsqueda de nuevas oportunidades.

Mario comienza su jornada laboral a las 3:00 de la mañana y destaca la importancia de la calidad de sus productos, elaborados con buenos ingredientes a pesar de su coste.

En la pastelería Brulée, el producto más vendido es la bollería acompañada de café, con un ticket medio de entre 5 y 10 euros.

Aunque muchas grandes empresas y emprendedores suelen empezar su actividad en ciudades como Barcelona o Madrid, Mario Ortiz decidió tomar un camino distinto.

Junto a su pareja Luz y su hija, el maestro panadero y repostero se trasladó a Ansalonga, un pequeño pueblo de apenas 20 habitantes en las afueras de Andorra, para abrir su propia panadería y pastelería.

El emprendedor contó su experiencia en el canal de YouTube Tengo un Plan, donde explicó los motivos de su traslado al país vecino, lo que hace único al producto y cómo ha sido su trayectoria desde que iniciaron el negocio.

Emprendiendo en Andorra

Mario Ortiz siempre había tenido una gran pasión por la panadería, lo que le llevó a abrir Brulée 1.0 en Colmenar Viejo, un pueblo al norte de Madrid. Sin embargo, su sueño y el de su pareja pronto se vieron truncados.

"Por diversas razones, la administración fue nefasta y nos cerraron el negocio cuando nuestro bebé apenas tenía cuatro meses, dejándonos completamente desamparados ante la ley de allí", recordaba. "En España estábamos muy bien valorados profesionalmente y teníamos varias opciones de abrir otro Brulée cerca".

Tanto él como su socia y pareja, Luz, exploraron distintas alternativas dentro de la capital, aunque finalmente no prosperaron. "Al final no se pudo dar", resumía Mario.

Fue entonces cuando surgió una opción inesperada. "Me llamaron de una propuesta en Andorra", explicaba. Decidieron coger el coche y pasar allí un fin de semana. "Vimos esa propuesta gastronómica, que no era para mí, así que empezamos a mirar locales. Mi padre y Luz vieron ese sitio y se dieron cuenta de que era ahí".

Mario recuerda con especial cariño ese momento, al ver cómo dos personas clave en su vida, su padre y su pareja, conectaban para decidir su futuro. "Yo lo vi bien y en la vuelta en el coche se forjó todo", señalaba el pastelero.

¿El lugar elegido? Un local situado a 20 minutos de Andorra la Vella, en Ansalonga, un pueblo diminuto de apenas 20 habitantes y sin atractivo turístico alguno. Allí, Brulée dejó de ser un negocio de barrio para convertirse en una experiencia en sí misma, capaz de atraer a decenas de clientes únicamente por la calidad de sus panes y pasteles artesanos.

Pero llegar a ese nivel no fue inmediato. Mario pasó por una etapa de búsqueda personal dentro de su propio oficio: "Mientras trabajaba en una panadería, iba haciendo mis propias pruebas en casa".

Ese proceso le llevó a hacerse una pregunta clave: "¿Quién está comiendo este pan? Me lo estoy comiendo yo, Luz, mi padre, mi madre... ¿Qué calidad voy a poner yo? La máxima, porque se lo está comiendo mi familia".

"Si voy a trabajar aquí con buenos ingredientes, eso tiene un coste".

Con la técnica y el conocimiento ya asentados, Mario dio forma definitiva a su proyecto en Andorra. Tenía claro que quería un producto atractivo y un local que estuviera a la altura de lo que ofrecía.

Las críticas por los precios o el posicionamiento del negocio no le preocupan demasiado. "Yo sé que tengo un producto muy bueno y eso cuesta dinero", afirmaba con convicción.

Detrás de ese resultado hay muchas horas de trabajo. Mario empieza su jornada a las tres de la madrugada. "No se para ni un minuto ni un segundo. Ayer me eché a dormir sobre las 22:00. Duermo entre cinco y seis horas. A veces me da tiempo a una siesta, a veces no; hoy tengo un día largo", relataba.

Actualmente, en Brulée se venden cafés, bollería, pastelería y pan artesano. "Estamos incrementando la venta de pan, que yo pensaba que iba a ser lo más fuerte y es lo más flojo. Sin embargo, se vende mucho más la bollería con el café", explicaba.

"Entre el croissant y el café, el ticket medio está entre 5 y 10 euros, unos 7 euros".