El maestro de la cal, Isidoro García, en el interior de un horno tradicional de Morón.

El maestro de la cal, Isidoro García, en el interior de un horno tradicional de Morón. REMCT

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Isidoro Gordillo, el último maestro de la cal en España: "El oficio se pierde porque hay que trabajar"

La fabricación de este 'oro blanco', con más de 140 usos, encuentra su último reducto en la ciudad sevillana de Morón de la Frontera.

11 agosto, 2023 03:01

"Cuando Dios pintó Morón, cuánta cal no le pondría, que con la cal que le sobró pintó toda Andalucía". Durante generaciones los caleros de la ciudad sevillana han repetido esta frase como quien entona un himno. La cal, durante un tiempo, vistió de blanco gran parte de las viviendas andaluzas. Era también una forma de disimular los materiales pobres con los que muchas estaban construidas. Hoy, sin embargo, sirve para mucho más, no sólo para construcción, sino para cuestiones impensables como blanquear el azúcar, potabilizar el agua e, incluso, para hacer más digeribles las tortitas de maíz.

Así lo cuenta Isidoro Gordillo, que a sus 58 años es el último maestro de la cal en España. Su empresa, Gordillos Cal de Morón, ha sobrevivido durante cinco generaciones y aún espera pasar el testigo a sus hijos. “Llevo en esto desde que nací. Soy hijo, nieto, bisnieto y tataranieto de caleros”, cuenta. Su familia lleva toda una vida, desde 1874, ligada al negocio de este material. 

No hay manuales ni aritméticas. Es “una alquimia”, insiste, son “saberes” que se transmiten de generación en generación, aunque está desapareciendo a un ritmo abrumador. Como comenta Gordillo, ya no quedan maestros de la cal “porque hay que trabajar”. Son jornadas de trabajo muy duras.

A la par, el fenómeno de la industrialización barrió con los caleros tradicionales del país, aunque en Morón de la Frontera aún se puede encontrar este pequeño reducto de maestros artesanales. Su perseverancia les valió en 2011 un reconocimiento de la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial. Como reconoce Gordillo, lo que hacen “es una magia”. No todo vale.

Cal de Morón de la Frontera, en Sevilla.

Cal de Morón de la Frontera, en Sevilla. Junta de Andalucía Europa Press

La ciudad sevillana cuenta con un entorno que ha alimentado durante siglos el negocio de la cal. La campiña andaluza es cuna del principal combustible que necesitan los caleros: la piedra caliza y la leña de olivo. 

De acuerdo con Gordillo, el macizo calizo de la Sierra de Montegil está justo enfrente de su empresa, a unos 200 metros, y los olivares son uno de los cultivos más importantes de la zona. Aunque, reconoce, hubo un tiempo en el que pasaron por algunas dificultades porque comenzaron a sustituirse por los intensivos de cereales y el precio de la madera se encareció. 

“Empezaron a arrancar muchísimos olivares en la zona. Y esto se hizo debido a los bulos que se extendieron en la época, sobre todo desde Estados Unidos, que empezaron a decir que el aceite de oliva era cancerígeno en pro de introducir otros aceites y otros productos como la soja”, recuerda el calero. Ahora, su principal competidor son las chimeneas. Según apunta Gordillo, la crisis energética del último año ha encarecido la materia prima porque ha hecho que mucha de la madera que utilizaban se fuera a estufas y calefacción de viviendas.

La cal de Morón sigue un proceso muy delicado. El calero se guía casi por un conocimiento profundo del material. Incluso por el olor. Una vez se selecciona la piedra caliza y la leña de olivo –porque no cualquiera sirve–, se coloca con cuidado en un horno árabe tradicional (de unos ocho metros de profundidad y unos seis de diámetro) en forma de círculo, de forma que en el centro queda la llamarada larga que desprende la madera de olivo para comenzar a cocinar la cal. Una vez cocinada, se selecciona y se le da un tratamiento específico en función del producto que se quiera conseguir.

Se colocan 120 toneladas de piedra por cada hornada, que viene a durar en torno a 10 y 12 días. En este tiempo, el horno manda. No hay descansos, porque no se puede enfriar ni sobrecalentar. Los caleros tienen que estar pendientes día y noche, en turnos de ocho horas. Una labor que se vuelve aún más dura en verano, porque la cocción llega a alcanzar los 1.200 grados. “Todo lo que sea alejarse es un alivio”, comenta el calero.

Mina de cal en la Sierra de Espartero.

Mina de cal en la Sierra de Espartero. Antonio Ramos Europa Press

De la Alhambra a Inditex

La cal de Morón se encuentra repartida por todo el país. Algunas de las construcciones más famosas cuentan con este material tradicional. Es el caso del Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela, la Catedral de Sevilla, la Catedral de Toledo o la Alhambra o, incluso, algunos edificios del Grupo Inditex.

Tiene cientos de usos y cada vez se consume más. Además de para alimentación o para construcción, este material puede regular el PH de los cultivos cuando la tierra es muy ácida, puede servir para estabilizar el terreno sobre el que van las vías férreas e, incluso, se llegó a utilizar para las filtraciones de agua en el aeropuerto de Adolfo Suárez Madrid-Barajas. El terreno se estabilizó con cal y después se asfaltó.

Como cuenta Gordillo, el precio de su cal puede llegar a ser hasta un 15% más cara, pero insiste en que también su sistema de producción es único. “No necesitamos aditivos químicos para elaborar otros productos”, apunta el calero, como sí ocurre en la fabricación industrial. “Es muy saludable para alérgicos múltiples, porque mantiene el ambiente, regula la humedad de los edificios y absorbe CO₂ (un cubo de pintura de 15 litros absorbe 4,8 kilos del contaminante)”, añade.

Los maestros de la cal de Morón resisten. “Seguimos en ello porque estamos convencidos de las propiedades que ofrece este material y los valores diferenciadores con el resto de cales industriales”, apunta el calero. Es algo en lo que también insiste Manuel Gil, director del Museo de la Cal de Morón: “La cal de aquí es la mejor para restaurar nuestro patrimonio nacional. Casi todo se ha construido con ella”

Maestros caleros en Morón de la Frontera.

Maestros caleros en Morón de la Frontera. Europa Press

Los tiempos y la dedicación entre una de fábrica y una artesanal son la clave. Mientras la industrial se desarrolla en 7 horas, la tradicional puede necesitar hasta un mes para estar lista. Además, Gil recuerda que tiene cualidades únicas. Si se compara una casa construida con cemento y pintura plástica con otra con cemento y cal, la diferencia puede ser de hasta ocho grados de temperatura. Por no hablar de que “es el mayor desinfectante de la historia”.

La expansión del olivo intensivo

Los caleros encuentran en Morón de la Frontera el mejor refugio. El terreno, como cuenta Gil, tiene una piedra con un 98% de carbonato cálcico, “la mejor para hacer cal”. La documentación existente apunta a la Catedral de Sevilla como la primera construcción donde se utilizó esta cal, aunque se tiene conocimiento de su utilización por los romanos.

Además de por la piedra, Morón es un paraíso de olivares para los caleros. De hecho, la localidad es la mayor exportadora de aceituna del mundo. No es de extrañar si se atiende a los datos. Andalucía es donde más olivar existe en toda la Península. Ocupa en torno a 1,6 millones de hectáreas de un total de 2,7 millones en el país, según la última encuesta sobre superficies y rendimientos de cultivos.

Para hacernos una idea de lo que esto supone, el 97% de los 800 pueblos andaluces cuentan con superficie destinada al olivar y la economía y el empleo de más de 300 municipios de Andalucía están ligados directamente a la producción del aceite de oliva, del que depende un tejido agroindustrial de más de 1.700 empresas.

No obstante, la sustitución del olivo de secano por el intensivo está causando problemas en cuanto a disponibilidad de agua. De hecho, en esta campaña, Andalucía apenas producirá 587.000 toneladas de aceite de oliva esta campaña. La sequía provoca que esta cifra sea casi la mitad que hace un año, según los datos del aforo presentado por la Consejería de Agricultura. Una amenaza que se cierne también sobre el resto de actividades que ponen al olivar en el centro de su motor económico.