El nuevo propietario de Twitter, el multimillonario Elon Musk.

El nuevo propietario de Twitter, el multimillonario Elon Musk. Reuters

LA TRIBUNA

¿Quién prefieres que te censure, Musk o Montero?

La paradoja es que la opinión pública debe ser regulada para ser libre. No hay opinión sin tutela. Hoy, como siempre, la pregunta vuelve a ser qué autoridad queremos que vigile la plaza.

10 noviembre, 2022 02:07

Twitter es la plaza pública de nuestro tiempo y tiene nuevo dueño. Aún deseamos que las redes sociales hablen de lo que dicen los periódicos, y no que los periódicos hablen de las redes sociales.

Pero el hecho imponente, aterrador, es que un tuit de Donald Trump minutos antes de una rueda de prensa dejó sin montura a los corresponsales y la opinión cabalgó desbocada por otros cauces. Nada valía ya lo que escribiesen los cronistas parlamentarios, ni los teletipos de las agencias, ni las portadas. Porque, publicasen lo que publicasen, ya llegarían tarde. Por eso creyeron que lo mejor era cerrarle la cuenta al expresidente. La evidencia es que si no fuese tan importante, no se la hubiesen cancelado.

Sombras de personas silueteadas con un logotipo de Twitter al fondo.

Sombras de personas silueteadas con un logotipo de Twitter al fondo. Kacper Pempe Reuters

Twitter ha tumbado gobiernos, ha silenciado a señores del mundo, hundido carreras, creado mitos e inducido golpes de Estado. Lo seguirá haciendo, porque el debate público se ha desplazado. Ya no está en el foro romano, ni en los mentideros de la villa, ni en los salones del siglo XVIII, ni en los cafés del siglo XIX, ni en la prensa del XX. Ahora es una mezcla de todo aquello bajo el manto aglutinador de una gran red que se llama Twitter. Y ahí queda atrapada, como los peces en el mar, la opinión pública, con sus turbas de troles, fake news y ataques sincronizados. 

El tamaño de la red que todo lo atrapa es la censura de siempre. Es palabra maldita, pero no hay nada nuevo. “Censura” suena a señorón de gafas de pasta y traje gris recortando celuloide o tachando frases a última hora de la tarde, a habitación oscura, miedo y represalia. Pero el censor en Roma era un cargo honorífico dotado de una gran dignidad. Controlaba el censo, supervisaba la moralidad pública y, en definitiva, acreditaba quién era apto para el debate público y quién no. Y desde Roma, hasta Napoleón, pasando por la historia de la prensa moderna, la censura ha sido la sombra bajo la que se ha cobijado la opinión.

"Lo que yo respondo a tu tuit en mi país podría llevarme a la cárcel en el tuyo, ¿y qué censor es el que tiene razón?"

Habremos vivido tiempos de entusiasmo, e incluso habremos creído que la opinión era libre. ¡Ingenuos aquellos que no conocen los pesos y contrapesos a los que se somete la prensa y que no han probado el trago amargo de la libertad! Ayer nos acreditaba el censor y hoy, por ocho euros al mes, nos censura Elon Musk

La paradoja es que la opinión pública debe ser regulada para ser libre. No hay opinión sin tutela. En las aldeas bárbaras no hay plaza, ni en las cavernas parlamentos. El orden es el beneficio de la razón, y en el caos triunfan los brutos. Por eso hoy, como siempre, la pregunta vuelve a ser qué autoridad queremos que vigile la plaza, ¿Elon Musk o la Irene Montero de turno? Es un falso dilema que refleja un problema verdadero: la libertad de opinión es tan bella como frágil.

La novedad no está solo en que se haya desplazado la sede del debate público, y que hayan cambiado ciertas reglas. Sino que la plaza pública tiene ahora trescientos millones de participantes y decenas de Estados que no se ponen de acuerdo en cómo regularla. Lo que yo respondo a tu tuit en mi país podría llevarme a la cárcel en el tuyo, ¿y qué censor es el que tiene razón? Este es la cuestión, pero no creo que el problema de que los Estados no consigan llegar una legislación común se resuelva con la self-regulation de Elon o Zuckerberg

"Si el debate público tiene su sede en una red social determinada, debe haber un control sobre las reglas del juego para que nadie, por sí solo, pueda expulsar a otro del debate"

Alguien como Irene Montero podrá imponer un lenguaje inclusivo desde el poder que le otorgan los escaños, y Elon Musk podrá librarnos de ella con el poder que le otorgan sus millones. ¿Qué poder prefieres que te censure o que te libere, el de los escaños o el de los millones? El que ayer controlaba la ley que configuraba el parlamento, hoy define el algoritmo. Ninguno de los dos es ideal, pero la Cámara Baja estaba al menos por debajo de la Constitución, mientras que el algoritmo está en manos privadas sometidas, como mucho, a una vaga ley del mercado.

¿Es mucho pedir que, al igual que la Constitución es una ley conocida por todos, también lo sea exigir transparencia en las políticas de moderación de contenidos y en las decisiones particulares que se toman para cancelar ciertas cuentas “incómodas”? Algunos personajes con delirios totalitarios desearían expropiar Twitter con la excusa del interés general. Otros, ingenuos libertarios de laboratorio, lo confían todo al mercado y celebran que Elon Musk pueda vencer a una Alexandra Ocasio-Cortez. ¿Pero quién nos librará de Musk cuando, como un niño caprichoso, empiece a usar mal su juguete y a liberar o silenciar voces a su antojo?

[Temor a que los bulos y la desinformación plaguen Twitter en plenas elecciones en Estados Unidos]

Hay un dilema en tener que elegir entre Elon Musk o Irene Montero. Pero hay una evidencia, y es que, si el debate público tiene su sede en una red social determinada, debe haber un control sobre las reglas del juego para que nadie, por sí solo, pueda expulsar a otro del debate. Y eso pasa porque haya una regulación común, y no algo así como una autorregulación.

De este modo llego a la conclusión a la que nunca esperaba llegar y es que, si soy consecuente con mis principios liberales, me veo obligado a afirmar, tapándome la nariz, que en verdad prefiero que me censure Irene Montero que Elon Musk.

*** Armando Zerolo es profesor de Filosofía Política y del Derecho en la USP-CEU.

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