El primer ministro de Qatar, Sheikh Khalid Bin Khalifa Bin Abdulaziz al-Thani, y Gianni Infantino, presidente de la FIFA.

El primer ministro de Qatar, Sheikh Khalid Bin Khalifa Bin Abdulaziz al-Thani, y Gianni Infantino, presidente de la FIFA. EFE/EPA/NOUSHAD THEKKAYIL

LA TRIBUNA

Qatar 2022, ocasión perdida para hacer periodismo

En 12 años nadie en la prensa ha levantado la mano para detener este atropello que es el Mundial de Fútbol de Qatar, pero ahora exigimos a las federaciones y a los jugadores que se pronuncien.

10 noviembre, 2022 02:07

Hace muchos años que pasó la ocasión de perder de vista a Qatar como organizador del Mundial que viene, y del que apenas nos separan ya dos semanas. Fue en plena vorágine de inspección legal a la antigua cúpula de la FIFA, episodio rematado con la redada en 2015 al hotel suizo de Zúrich -centro de convenciones del cumbayá pagano de la organización- y detenciones de varios de sus ejecutivos, muchos de ellos torpemente estrechamente relacionados con la jet set mediática y audiovisual.

Blatter en el momento que anunció que Qatar organizará el Mundial 2022.

Blatter en el momento que anunció que Qatar organizará el Mundial 2022. REUTERS

Dicha intervención prolongó una investigación enfocada en los nombres y sus relaciones no tanto con este evento sino con innumerables causas anteriores asociadas, todas extradeportivas, abrochada con la estética desaparición de Joseph Blatter -presidente desde 1998- de la mesa. Con él salió también Michel Platini, su homólogo en la UEFA, finalizando ambos procesos con la remodelación nominal de los responsables de sus altos despachos.

Nada de esto logró, en cambio, que ninguna autoridad lograra trasladar verdaderamente al tablero la opción de que Qatar -que por entonces trabajaba a destajo en adquirir testimonios, voluntades e incluso adelantar a Rusia, el organizador del Mundial previo, en la evolución de sus trabajos en infraestructuras- perdiera lo que tanto esfuerzo le había costado ganar en la votación de diciembre de 2010 para ser elegida sede.

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Ni siquiera el famoso informe García, encargado por la propia FIFA a una figura pretendidamente independiente que investigara el proceso de adjudicación pero recortado, editado y guardado hasta que Bild anunció su filtración íntegra. Momento que aprovechó convenientemente Gianni Infantino, sucesor de Blatter en la presidencia, para hacer pedagogía y adelantarse publicando su versión. La filtración logró poner en jaque lo que el planeta fútbol ya tenía asumido como un escándalo irreversible.

En todo este gran entramado ha jugado siempre un papel fundamental, sobre todo por omisión, la prensa. Atendiendo al precepto fundamental del periodismo como sirviente del interés público, y desgravando la enorme complejidad que entraña enfrentarse a poderes tan rotundos, podemos deducir sin esfuerzo que éste ha fallado puntualmente a su cita con la verdad. El magma deontológico de la profesión reivindica ese carácter universal de la noticia bordeándola con maestría, enfocando sus esfuerzos en el tramposo infotainment -información como entretenimiento, esto es, amarillismo disfrazado- que la completa digitalización ha sublimado en un alarde constante de contenido efímero sin representación sensible.

"El periodismo ha servido, salvo honrosas excepciones, para mantener la fantasía de Qatar, loando su arquitectura de vanguardia y distrayendo la mirada del esclavismo, la homofobia y las acusaciones de corrupción"

En otras palabras, entre 2010 y este 2022 el periodismo universal poco menos que ha servido, salvo honrosas excepciones, para mantener la fantasía de Qatar, loando su arquitectura de vanguardia, por ejemplo. Y distrayendo la mirada del esclavismo, la homofobia y las contundentes acusaciones de corrupción con infografías, vídeos espectaculares y prodigios de la renderización.

Pero llegados a este punto, cuando la mediatización sugiere atención y diferenciación a la hora de diversificar contenidos y público, surge la pregunta inevitable: ¿qué más podrían haber hecho los medios? ¿Cómo de responsables se ven en la formulación global?

Se dice que sólo existe de lo que se habla. Y ningún gran grupo parece dispuesto a renunciar a estas alturas a lo que en términos de audiencia, contenido y facturación significa cubrir un Mundial de fútbol. Menos si va acompañado, como es el caso, de una proporcional respuesta hostil a prácticamente todo lo referido.

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Tampoco será, recordemos, Argentina 78, el germen saudí de la Copa Confederaciones o el mismísimo Rusia 2018 previo, el primer gran evento futbolístico celebrado en territorio convulso bajo órdenes políticas cuanto menos censurables. Así que la presión sobre el periodismo como generador de discusión relevante parece notablemente liberada.

También la falta de consenso académico sobre el concepto base de noticiabilidad, unida a la idiosincrasia internacional ya referida del deporte como objeto de entretenimiento y no de trascendencia ha aislado en la práctica lo que a todas luces opera como una pirámide invertida -otros lo llaman embudo- de flujo comunicativo. Y a esto contribuyen especialmente todos los creadores de contenido integrados en el proceso periodístico, que básicamente vienen a adelantar las líneas de desarrollo de negocio, cuando no directamente a pautarlas.

"La penosa accesibilidad del común de los mortales a un Mundial plagado de artificios y creado por y para ricos resolverá el lavado de conciencia a favor del aficionado"

En consecuencia, pareciera que un Mundial de fútbol sólo debería ser fútbol cuando, irónicamente, implica a todos los estratos sociales, del político al económico pasando por los asociados -cultural, publicitario, literario, incluso humanista. Transitamos una época de desafección de valores concretos y de islamización del planeta, de cherry picking fundamentalista. Y ahí hemos llegado, celebrando la globalización de la memecracia y eximiendo al periodismo de ese carácter universalizador de fiscalización, denuncia y transmisión, ingredientes quiméricos del progreso.

Nunca es tarde para la autocrítica, pero esta siempre llega tarde. Aunque la Historia ha demostrado que el periodismo intensifica la reacción de las masas, en doce años nadie ha levantado la mano lo suficiente para detener este atropello que es Qatar 2022, construido literalmente sobre miles de cadáveres humeantes de esclavos a quienes apenas han recordado. Y, de pasada, algunas organizaciones en teoría no gubernamentales, además de medios o periodistas semiindependientes. Sí nos hemos atrevido a exigir o afear, en cambio, que los principales protagonistas del juego -federaciones, presidentes, entrenadores o incluso jugadores- se pronunciaran públicamente arriesgando sus ingresos, familias y carreras.

El aficionado aún puede cancelar este disparate en su conciencia y unirse al ruido desde su casa. Pero en todo caso, y como ocurre con demasiada frecuencia, apenas organizarán revuelo en sus cámaras de eco. Ni la penosa accesibilidad del común de los mortales a un Mundial plagado de artificios y creado por y para ricos resolverá el lavado de conciencia a favor del individuo. Y el periodismo, para variar, ha sido el primero y último en fallar.

Con razón en lugar de conservarle ese estatuto de cuarto poder cabría rebautizarlo para siempre como el primer poder… y no querer.

*** Manuel Mañero es periodista y editor de la web The Last Journo.

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