El escritor Javier Marías.

El escritor Javier Marías. Klaus Holsting

LA TRIBUNA

Cuando Javier Marías era 'la araña pitufa'

La actividad de Javier como columnista que escribía con casi total libertad fue sustancial en esta España de opinadores temerosos de expresar en público cualquier idea discrepante. 

15 septiembre, 2022 03:41

Conocí a Javier Marías en la terraza del Teide a comienzos de la década de 1980, hace más de cuatro décadas. Nos lo presentó Antonio Gasset que, fiel a su humor destroyer, al poco de aparecer con él procedió a someterle a un hostigamiento inmisericorde. Baste decir que Gasset le apodó 'la araña pitufa'. Marías, algo engolado y pedantuelo en aquel entonces, no parecía consciente de la broma pesada.

El escritor Javier Marías.

El escritor Javier Marías.

Javier venía a vernos de cuando en cuando con una novela nueva, trayendo ejemplares que solía dedicarnos, sin conseguir librarse del disparatado mote de 'la araña'. Entre los testigos del ridículo bullying recuerdo a Agustín Díaz Yanes, Eduardo Calvo, Toni Oliver, Edmundo Gil, Isabel Tabares y Laura Bayonas. Esporádicamente caían por allí Gustavo Pérez de Ayala, Michi Panero y Jorge Berlanga.

Creo que por fin llegó un paroxismo tras el que Javier se enfadó con Antonio durante mucho tiempo. Pero la nobleza de Marías quedó manifiesta cuando se reconcilió con el gamberro Gasset, acudiendo puntualmente a comer en el restaurante chino del Palace, donde los dos se reunieron con Díaz Yanes durante años.

"Desde el domingo a media tarde, cuando se conoció la muerte de Javier Marías, está el corporativismo cultural y mediático desatado en su carrera por demostrar quién supo leerle mejor"

Narro todo esto por varios motivos. El primero es hacer constar que Javier tuvo una vocación literaria temprana y que ya ejercía de escritor antes de estar consagrado. El segundo es resaltar que el personaje de Javier Marías fue un constructo labrado con esfuerzo y no sin obstáculos.

Pero también narro esta anécdota en honor de sus dos protagonistas, que sin duda habrían criticado, cada uno en su estilo, el torrente de hipocresía postfacto que regurgita este país cada vez que muere un personaje público.

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Desde el domingo a media tarde, cuando se conoció la muerte de Javier Marías, está el corporativismo cultural y mediático desatado en su carrera por demostrar quién supo leerle mejor, quién supo quererle mejor, quién supo gorronearle las mejores dedicatorias manuscritas, quién supo ver mejor su calidad literaria con una generosidad espiritual propia.

Es delirante la sinvergonzonería funeraria de este país. España adora el pésame mojigato, el entierro sollozante y la zalamería póstuma con un fervor catolicón y panorámico, tanto en las dos izquierdas como en las dos derechas.

Pero, sí, la muerte de Javier Marías produce una sacudida a medio camino entre la perplejidad incrédula y el abatimiento. El año pasado por estas fechas se nos fue Antonio Gasset. Y no hay sustitutos en las siguientes generaciones para esta estirpe de librepensadores.

La mejor literatura de Marías, en mi opinión, fue la inicial, en formato breve e influida por los autores anglos (Faulkner, Nabokov, Sterne, James, Eliot) que había leído y traducido. Posteriormente se iría encerrando en un universo literario pequeño, invariable y aburguesado, difícil de congeniar con ese Premio Nobel que hoy valora el activismo político sobre la calidad literaria tradicional.

Por otra parte, su costumbrismo novelístico aportó poco o nada a esa vanguardia literaria española renqueante, que asomó brevemente durante la Transición para quedar sepultada en el olvido. Ni los personajes masculinos solipsistas ni las "comas de largo aliento" (de las que me habló cuando le entrevisté en 2007, recién terminada Veneno y sombra y adiós) convierten su literatura en el icono rupturista de una joven democracia, por decirlo casi irónicamente.

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Javier se instaló (como Arturo Pérez-Reverte) en el centro productor de cultura española oficial que fue el Grupo Prisa durante cuarenta años. Allí estuvo hasta su muerte, comunicada el domingo en las redes por la editorial Alfaguara, bastión editorial de la novelística estandarizada de este país.

Recordemos que la cultura como instrumento de manipulación política fue una operación conjunta del PSOE y el Grupo Prisa de Jesús Polanco. En tiempos de la Transición, este tándem propagandístico ya empezó a colocarnos su mercancía cultural "libertaria y solidaria", enfundada en lustrosos formatos y diseños. De su cadena de montaje salían decenas de personajes culturales intercambiables entre sí. Quien no formara parte de esta soldadesca tenía pocas posibilidades.

"No pareció Javier Marías, instalado cómodamente en la fábrica nacional de la cultura homologada para la democracia, sufrir ninguna de las fricciones que sí sufrió su padre"

Muchos quizá no sepan que, en mayo de 1978, Julián Marías, padre de Javier (filósofo, republicano, alumno de Ortega y de Zubiri, cercano al entorno de la Institución Libre de Enseñanza) había roto sonoramente con Prisa y con Polanco al dimitir como consejero del grupo por la radicalización izquierdista de la línea editorial de El País de Juan Luis Cebrián.

En 1991, Julián Marías dimitió del comité de expertos de la Expo 92 en solidaridad con Manuel Olivencia, destituido fulminantemente por Felipe González por no ser lo suficientemente dócil. No pareció sufrir ninguna de estas fricciones su hijo, instalado cómodamente en la fábrica nacional de la cultura homologada para la democracia.

Con esto y todo, la actividad de Javier como columnista que escribía con casi total libertad fue sustancial en esta España de pazguatos temerosos de expresar en público cualquier idea discrepante. Su rechazo reiterado de los premios estatales de literatura es admirable como gesto de desacato contra la manipulación política de la cultura, prolongada ya durante medio siglo.

Es el único escritor español que lo hizo una y otra vez. Sin duda será el último.

El hecho de que ya no esté en su casa de la madrileña plaza de la Villa, rezongando, vituperando, echando pestes contra casi todo, es una pérdida para la ciudad que le vio nacer y deja un boquete irrellenable en la esfera del pensamiento libre de este país.

*** Gabriela Bustelo es periodista. 

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