
José Luis Ábalos junto a Pedro Sánchez.
El Tinder de colocación que montó Ábalos con tus impuestos
El exministro creó desde su sillón público una agencia de empleo sentimental que no se publicitaba en el BOE.
Una jovencísima estudiante de Almería a puntito estuvo de provocarle un infarto a la astronauta Sara García, que participaba en un encuentro con alumnos.
Le dijo que quería ser como ella, pero que sus compañeros de clase le insistían para que se comprase una cámara y subiese vídeos a redes y ganar así “muchísimo dinero”.
En definitiva, que para qué tanto esfuerzo si podía ser rica y famosa en un tris.

La astronauta Sara García Alonso.
La investigadora leonesa respondió que “la posibilidad de ir al espacio y tener aventuras vale más que todos los millones que puedan pagar por ser influencer”.
“Hay que ser muy valiente para elegir el camino difícil, en vez de lo sencillo e inmediato”, remató.
Mientras Sara García respondía animando a la pequeña a escoger un rol participativo en la sociedad, el exministro José Luis Ábalos optaba por otro modelo de ascenso más fértil y gallardo: el del Tinder institucional. Aquel que no promueve a las mujeres, sino que las selecciona a través de un casting con dinero público donde priman más la cercanía que el currículum y la afinidad que los méritos.
Procesos exprés, expedientes retocados, falta de transparencia, tareas fantasma…
Ese fue el procedimiento de esta agencia de colocación sentimental que Ábalos, de la mano de sus próximos, levantó y consolidó con tus impuestos.
Que derrocha ese paternalismo que se arroga el poder de decidir por ellas y que eleva al cielo (aquel que explora la astronauta) su ego más estentóreo. Que le lleva a sacar la espada de Sigfrido para salvar a la princesa Odette del maleficio de cisne del malvado Von Rothbart.
Carol Pateman ya hablaba en El contrato sexual de ese moderno dominio que se manifiesta sutilmente a través de favoritismos y “protección”, una inclusión controlada que concede superioridad a uno mientras restringe las libertades de quiénes entran a través de ese enchufismo.
Porque sí, lo es en toda regla.
Aproximadamente, el 24% de los desempleados en España tiene estudios superiores. Con anticipación y algo de preparación específica estarían capacitados para optar a cualquiera de los puestos Tinder que el ministro guardaba en la manga. O en la bragueta.
Lo que no sabían es que también se exigía el requisito sentimental para acceder a ellos.
Esto no se enseña en las escuelas. Nuestras madres y padres no nos avisaron de que puede haber caminos afectivos que nos ayuden a cumplir las metas. Y, si lo vivieron (y vivimos), hemos optado por confrontarlo. Años de estudio, seminarios, másteres, cursos online...
Y resulta que una trama política descubre que hay ofertas públicas off market de color rojo que no se publicitan. Se incitan.
Que a día de hoy sigue habiendo señoritos que utilizan el poder de sus carteras para colocar a damiselas que les hagan casito.

José Luis Ábalos.
Estos puestos a dedo no aparecerán en el BOE, sólo requieren de un juego de galanterías, mucho descaro, poca vergüenza y un puñadito de monedas de los contribuyentes.
La Encuesta de Población Activa (EPA) ya lo ha dicho: más de la mitad de la población en busca de trabajo (56%) lo hace a través de amigos y familiares. Confían en que puedan echarles una mano para entrar en la empresa en la que se quiere trabajar. Lo que viene siendo “tocar puertas”.
Y de esta práctica de tocar al timbre, que es tan ancestral como el Homo Sapiens (no tienen que venir la EPA o el INE a descubrirnos nada), sacaba tajada el exministro. Maestro en demostrar que para los méritos no hacen falta oposiciones o logros profesionales, sino la cercanía emocional que premia a unas frente a otros candidatos.
Qué razón tiene Sara García en este universo de la vía rápida.
Hay que ser muy valiente para elegir el camino difícil.