Supongo que a estas alturas ya se habrán eliminado de las redes sociales y de la web en general todas las imágenes del cadáver de Álvaro Prieto entre dos vagones de tren. Las que todos hemos visto.

A los guardianes de los códigos éticos les gustaría vivir en una distopía para hacernos vomitar las imágenes. Para borrárnoslas del disco duro del cerebro.

Esta limpieza súbita del rastro de la sangre se debe a esa presión social, supuestamente amparada en el sentido común, contra la que escribo esta columna.

Álvaro Prieto, cuyo cuerpo ha sido encontrado en la estación de tren de Sevilla este lunes.

Álvaro Prieto, cuyo cuerpo ha sido encontrado en la estación de tren de Sevilla este lunes.

Es paradójico que una sociedad cada vez más pornográfica y morbosa se escandalice porque salga un cadáver por la tele. Porque peor sería que no apareciera.

Parece que lo explícito asusta. Pero lo que realmente nos da miedo es verle la cara a la muerte cuando vivimos de espaldas a ella

¿Por qué la reacción más repetida de los usuarios de redes sociales a la emisión catódica del cadáver del joven cordobés es la de pedir la inmediata retirada de las imágenes?

Lo justifican en nombre de la ética periodística y, sobre todo, en el del sufrimiento de unos padres que "ya tienen bastante con lo suyo". O estos usuarios son muy empáticos o yo sufro de ecpatía, porque en ningún momento pensé que ese vídeo debía ser retirado. Me quedé en el "pobre chaval".

Quizás más que el miedo a la muerte, que también, subyace aquí un pavor más banal. El de ser excluido o ser considerado mala persona por pensar distinto.

O, simplemente, por no tener un juicio al respecto.

¿Cuántos se han apresurado a condenar las imágenes simplemente porque es lo que está haciendo "todo-el-mundo"? ¿Para que todos vean que están del lado "correcto"?

Creo que la mayoría.

Y el paso siguiente, la segunda reacción que más se ha dado, ha sido la del juicio sumarísimo. "Hay que buscar un culpable para lavar la conciencia". Y el primer señalado, cómo no, el periodista. ¿Qué culpa tiene este joven reportero (visiblemente acongojado) de haberse encontrado el marrón en directo?

Luego han ido a por RTVE (que a estas horas ya ha pedido disculpas con la presión social encañonándola). Después a por la RENFE. Y, más tarde, a por la UME.

Como sigan así, irán a por la Casa Real.

Y, claro, no se habla de la mala suerte. Del puto destino (para quien crea en él). Mucho menos nadie se atreve a plantear como hipótesis una posible imprudencia del desgraciado protagonista (Dios me libre de insinuar nada).

Pasó algo parecido el lunes pasado, cuando en Cádiz un autobús se precipitó por el puente de La Pepa y atropelló mortalmente a cuatro personas. Los mismos que te mandaban vídeos del accidente con los pies de los muertos bien visibles condenaban horas más tarde (tras la consigna de turno) su difusión.

En cambio, esta misma semana pasada se linchaba con injusticia a La Sexta y a Cristina Pardo por haber ordenado cortar las imágenes de los bebés israelíes decapitados por Hamás en Kfar Aza.

¿En qué quedamos? ¿Queremos imágenes de los cadáveres o no? ¿O sólo los de larga distancia? Porque los muertos, cuanto más lejos, mejor, ¿no?

Por si las moscas, claro.