A pesar de lo mucho que se están empeñando los políticos en cargarse este país, España sigue siendo una nación superior por una cuestión muy sencilla: tiene persianas

La tradición calvinista que predomina en otros países europeos ha hecho que no todos gocen de ese privilegio. No dejar ver lo que ocurre dentro es síntoma de falta de honestidad, de tener algo que esconder. "A mí que me registren, no tengo nada que ocultar" es lo que dicen todas esas ventanas que dejan pasar la luz y las miradas indiscretas.

Y a eso aspira nuestra sociedad moderna, a estar repleta de ciudadanos intachables a los que poder revisar sus mensajes privados y su pasado, sin encontrar una sola mancha en el historial

Dani Carvajal, con la Selección.

Dani Carvajal, con la Selección. RFEF

Daniel Carvajal, con un supuesto comentario soez a una camarera, vete tú a saber cuándo, no pasa el corte. Obama, con un supuesto escarceo con drogas y un hombre, tampoco. Y, como era de esperar, los estudiantes de Magisterio de La Rioja han quedado ya más que quemados en la pira de la corrección política.

Todos supuestos. Ningún delito. Ninguna noticia relevante. Se nos está quedando una sociedad de pureza calvinista y chivatos delatores que da gusto

El espacio público se ha convertido en el lugar donde se ejerce la inquisición sobre la vida privada de los demás. Mientras, la sociedad observa asomada a sus perfiles de Twitter, sin decir nada, como los niños raritos que dan gracias porque en el colegio el bullying se lo hacen a otro pringado. 

Claro que nos repugnan los comentarios de unos y otros. Y como nos repugnan, nos hace sentir mejor ver a los culpables señalados en la plaza pública. "Yo no soy así", nos decimos. Que es otra forma de querer convencernos de que eso no nos podría pasar a nosotros. 

Error. Si permitimos que la vida privada se convierta en un campo de batalla, es sólo cuestión de tiempo que nos pille en el bando equivocado.

Vamos a convertir el espacio público, que debería asemejarse al foro romano, el de la res publica, en el circo donde los ciudadanos salen a morir. A perder sus reputaciones, a exponer sus pasados y a ser dilapidados en la plaza pública por parte de quienes no creen en el pecado, pero desean convertir en delito todo lo que les parece mal.

Ahora es el comportamiento sexual el que escrutamos. El de ellos, por supuesto. Las mismas declaraciones en boca de mujeres habrían sido consideradas síntoma de empoderamiento femenino y de liberación sexual. Supongo que vale por todos los siglos anteriores viviendo lo contrario.

Pero concedamos unos años y serán unos mensajes en los que reconozcas haberle pegado cuatro gritos al niño, que no paraba de llorar y te ha sacado de quicio. Y entonces, igual que un día dejaste de estar a la altura de ser un buen profesional o buena pareja, te retirarán el carnet de buen padre.

Así, poco a poco, unos estándares de conducta impuestos por una ideología que no tiene en cuenta la realidad de la persona irá aniquilando al individuo hasta transformarlo en una idea.

Porque al delito le falta una cosa para la que sí deja margen el pecado: la misericordia. Cuando se exige una pureza de conducta inalcanzable, sin lugar para el error ni, por tanto, para el perdón, se construyen espacios públicos opresivos. Y las vidas privadas se transforman en vidas secretas, en lugares cada vez más recónditos y oscuros donde proliferan todo tipo de debilidades. Porque cuando todo es vicio, nada lo es.

Si piensas que esto es una movida exclusiva de la izquierda woke, te equivocas. El conservadurismo más rancio es el que está dando alas al supuesto pasado homosexual de Barack Obama.

Porque aquí de lo que se trata es de hundir al otro. De intentar sacar a la luz en él algo que nos diga "era un villano". Cuando de lo único de lo que suele ser culpable el otro es de ser humano

Porque, no nos engañemos, es la propia naturaleza humana, con sus aprendizajes y sus contradicciones, la que no cabe en el marco de pureza establecido. Cuando fusilamos a alguien por error personal, nos estamos fusilando a nosotros mismos.

Hoy puede parecernos que estamos acabando con el machismo, pero mañana estaremos nosotros subiendo las escaleras del cadalso con la soga al cuello.

Así que, quizá sería mejor no fomentar la actitud vigilante del Gran Hermano. Quizá sería mejor apostar por esa recomendación bíblica de que quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Al fin y al cabo, quien la dijo sí creía en el pecado, pero tenía todavía más fe en el ser humano.

Quizá sea eso lo que necesita esta sociedad. Más persianas y menos Twitter.