Nada hay más nefasto para el debate público en torno a las grandes cuestiones que el partidismo a ultranza. Alcanza esta actitud entre nosotros unas proporciones tan desaforadas que enturbia y desbarata cualquier discusión relevante, hasta el punto de dejarla reducida a un intercambio estéril de reproches que con frecuencia desemboca en el ventajismo argumental y la gruesa caricatura de las posiciones de las que se discrepa.

Dibujo del triple alma del hombre, según Robert Fludd (1618).

Dibujo del "triple alma" del hombre, según Robert Fludd (1618). Wikimedia Commons

Una de esas grandes cuestiones respecto de las que gracias al desempeño de nuestros representantes debemos los españoles abandonar toda esperanza es la educación. Esta semana hemos podido comprobarlo una vez más a cuenta de la enseñanza de la Filosofía en la educación secundaria, obligatoria y no obligatoria. La aprobación por el Gobierno del Real Decreto que establece el currículo oficial en este tramo de la enseñanza nos ha dado una vez más la ocasión de ver cómo las gastan nuestros próceres.

Y es que tiene gracia que se convierta de pronto en adalid de la instrucción filosófica el partido que en su día resolvió que dejara de ser obligatoria en el segundo curso del Bachillerato, y por tanto también en la prueba que evalúa la aptitud de los alumnos para emprender estudios universitarios.

El mensaje no podía estar más claro y no revelaba precisamente un gran afán por estimular en los estudiantes el pensamiento propio y crítico. Obviar que el Real Decreto recién aprobado le restituye ese valor perdido, para tildar a quienes lo impulsan poco menos que de perseguidores de la Filosofía, es de una desfachatez notoria.

Ahora bien, si dejamos a un lado el Bachillerato (donde la Filosofía recupera sin duda el peso que tenía), y nos fijamos en la ESO (es decir, la enseñanza secundaria que alcanza a toda la población), el hecho palmario e innegable es que en los artículos dedicados a ella la palabra filosofía, a diferencia de la regulación anterior, no aparece ni una sola vez.

Se alega que se les concede a las Comunidades Autónomas la posibilidad de introducir en su ámbito de competencia materias opcionales entre las que bien puede estar la Filosofía, pero el caso es que por alguna razón se ha preferido no mentarla, como sí se mencionan, por ejemplo, la cultura clásica o el emprendimiento. O la resiliencia, aludida en dieciséis ocasiones, como anota con certera malicia el profesor Diego S. Garrocho. Y señalarlo no es alinearse con la derecha más recalcitrante, sino limitarse a constatar una realidad.

Así lo ha hecho, entre otros, el catedrático de Filosofía del Derecho y senador socialista Xavier de Lucas. Recuerda además que según el propio Real Decreto la ESO tiene como fin, entre otros, proporcionar a toda la ciudadanía «los elementos básicos de la cultura, especialmente en sus aspectos humanísticos». Se ve que las obras de Sócrates, Descartes o Kant son irrelevantes a esos efectos, o no lo bastante relevantes como para no dejarlas al albur de lo que dicte la consejería de Educación de turno.

Cierto es que antaño la Filosofía no se daba hasta 3º de BUP, el equivalente al primer curso del Bachillerato actual, y que se asumía por tanto que quienes abandonaban los estudios tras la enseñanza obligatoria, entonces la EGB, quedaban al margen del conocimiento filosófico. Pero no es menos cierto que con la ley anterior se había dado el paso de extenderlo, así fuera como opción, a todos los alumnos, y que ese avance se viene a revertir ahora, por razones de las que no se nos da cuenta.

Siente uno que la medida tiene muy poco de progresista y bastante de contradictorio con los discursos que promueven, por ejemplo, la dignificación de la Formación Profesional. Por qué a un mecánico, pongamos por caso, no se le garantiza que en su formación humanística básica haya algo de Filosofía. El tufillo que esto desprende es el de un clasismo nada de izquierdas.