(Este texto sirvió de base a la intervención del presidente ejecutivo de EL ESPAÑOL en el acto de entrega de la Medalla de Logroño celebrado este viernes durante un pleno extraordinario del Ayuntamiento de la ciudad)

Puesto que, según Rilke, "la patria es la infancia", tiene todo el sentido reconstruirla a través de lo que el historiador francés Pierre Nora llamaba "lugares de la memoria". Es decir, a través de esos espacios físicos que han enmarcado nuestras primeras vivencias, fraguando una identidad.

La mía la marcaron las calles, las plazas, las iglesias, los bares, los comercios, los cines, las pastelerías, el teatro, la redacción del periódico, el campo de fútbol o la plaza de toros de Logroño, tal y como eran entre 1952, el año en que nací y 1973, el año en que, tras acabar la universidad, me fui a Estados Unidos para asentarme luego en Madrid.

Logroño es, pues, mi patria y lo más emotivo de esta distinción que hoy me otorgáis, lo que nunca os agradeceré bastante, es que ha hecho aflorar todos esos lugares de mi memoria con tanto detalle y viveza como si esta tarde pudiera recorrerlos otra vez, tal y como eran entonces.

'El Pacificador' en Logroño.

'El Pacificador' en Logroño. Javier Muñoz

No todos mis días en Logroño fueron felices, pero no recuerdo ni uno sólo triste hasta que murió mi madre. Recuerdo, eso sí, que había días pares e impares. No por la fecha, sino por el azar de quien apuesta a una ruleta muy simple. Par, impar; blanco, negro; una calle o la otra.

Yo había nacido en Colón 11, luego renumerada como Colón 7, y mi apuesta consistía en decidir si iba al Espolón por Calvo Sotelo, pasando por mi colegio de los Maristas y volvía por Duquesa de la Victoria, pasando por el Círculo Logroñés; o si iba por Duquesa de la Victoria y volvía por Calvo Sotelo.

Al Espolón iba por tres motivos principales: acompañar a mi padre a tomar el vermú en el Ibiza, el Ringo o el Danubio, ligar o charlar en el tontódromo (en una de esas fue cuando conocí al joven Tamames) y, lo más importante, comprar el periódico, los periódicos (incluido Le Monde, cuando iba con Enrique Múgica) en una tiendecita hundida en un semisótano llamada Paracuellos, a la que había que entrar bajando unos escalones.

También había ido mucho antes al Espolón a pasear con mi triciclo, y algo después a ver las obras de teatro al aire libre de los Festivales de España, a regalarle rosas a mi profesora de inglés, a comprar el LP del Sargento Peppers de los Beatles -claro, esto sucedió sólo una vez- o a coger el autobús para ir a la finca que teníamos a tres kilómetros por la carretera de Soria.

El caballo de Espartero siempre estaba ahí, desafiante y majestuoso. También Espartero, pero sobre todo el caballo, aquel caballo superdotado.

Cuando conocí Nueva York me di cuenta de que el Espolón había sido para mi como Central Park; de que Calvo Sotelo y Duquesa de la Victoria, esas dos calles paralelas, habían sido como la Quinta y la Sexta Avenidas; y de que la estatua ecuestre de Espartero nada tenía que envidiar a la mítica estatua dorada del general Sherman en la calle 59, junto al Hotel Plaza.

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Que las calles tengan número simplifica mucho las cosas. Si tienen nombre, debes enterarte de a quien están dedicadas. Lo de Calvo Sotelo era en aquella España bastante notorio. José Calvo Sotelo había sido el protomártir, el político cuyo asesinato había dado pie a la Guerra Civil. Nunca podía imaginar con mis pantalones cortos que un día le compraría una casa en Mallorca a la viuda de su hermano Joaquín, ni que tendría una estimulante relación como periodista con su sobrino Leopoldo, segundo presidente del Gobierno de la democracia, en cuya memoria se terminaría renombrando a medias esa calle.

Identificar a la Duquesa de la Victoria resultó más complicado. En Logroño nadie que yo conociera hablaba de política o de historia con un mínimo de profundidad. Y la única Victoria que se mencionaba en la radio, o luego en la televisión, era la de la guerra civil. La de la última guerra civil para ser exactos. El Día de la Victoria, el parte de la Victoria, el Desfile de la Victoria…

Por eso durante años yo pensé que la Duquesa de la Victoria debía estar relacionada con la Cruz de los Caídos sita en la paralela calle dedicada al General Franco. Es curioso que en el callejero de Logroño, quizá porque nunca nos han gustado las hipérboles, Franco sólo era general, no generalísimo. El caso es que en algún momento llegué a creer que aquella "Duquesa de la Victoria" debía ser la mujer de Franco o de algún amigo de Franco.

Como digo, en Logroño nadie hablaba de Historia y la que nos enseñaban en el colegio terminaba en la Guerra de la Independencia. Del siglo XIX con su liberalismo y sus debates parlamentarios, nada de nada. Por eso nos fijábamos tanto en el caballo del Espolón y tan poco en el caballero.

[Adrian Shubert: "Nadie se ha atrevido aún a reclamar el legado de Espartero"]

Muchos años después, cuando ya supe que la Duquesa de la Victoria era doña Jacinta Martínez de Sicilia, la inteligente e influyente esposa de Espartero y que aquella "victoria" era la de la primera guerra carlista -una más de nuestras guerras civiles- mi interés por el personaje no dejó de crecer.

Sólo quedó colmado cuando Adrian Shubert -tenía que ser un canadiense- publicó su gran biografía sobre el general al que le ofrecieron a la vez la presidencia de la República y el trono de España. Además de su título –Espartero, el Pacificador-, me fascinó descubrir que en 1867 Pascual Madoz escribió una carta al exiliado Prim, describiéndole la situación en Europa: "Todos preguntan por Florencia, por Bruselas, por París y por Logroño… La inquietud es grande". Yo pensé: mira, como cuando yo era pequeño: Logroño, capital de Europa. Logroño, capital del mundo. De mi mundo.

Pascual Madoz aludía en esa carta a la incertidumbre sobre si Espartero, retirado en Logroño, se sumaría o no al proceso revolucionario en marcha para derrocar a Isabel II.

Nada más lejos de mi intención que sacarla de aquel contexto, pero la respuesta de Espartero fue: "Hoy veo que algunos que llevan el nombre de progresistas andan en pactos con otros partidos cuyas aspiraciones difieren mucho de las nuestras y es de temer que hayan cedido de sus principios y adoptado otros del partido con el que pactan".

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Espartero había merecido el sobrenombre de Pacificador, al protagonizar el "abrazo de Vergara" e impulsar el espíritu de reconciliación entre liberales y carlistas. Algo parecido a lo que hizo Adolfo Suárez durante la transición. Hasta el final de sus días Espartero se mantuvo fiel a la Monarquía, aunque aceptó los vaivenes del sexenio revolucionario, de acuerdo con su lema "Hágase la voluntad nacional".

El libro de Shubert concluía con una sangrante paradoja: "El español más famoso y venerado de su tiempo, la persona que muchos consideraron la encarnación misma de la paz y el gobierno constitucional, ha sido totalmente olvidada. Ni siquiera se le ha distinguido jamás con el modesto reconocimiento de un sello de Correos".

Pues bien, esto ya no es así, la abogada Cruz Sánchez de Lara, vicepresidenta de EL ESPAÑOL, motivada sin duda por su condición de logroñesa consorte, como de hecho lo era Espartero, apeló al actual presidente de Correos Juan Manuel Serrano y, tras el examen del caso por la Comisión Filatélica correspondiente, consiguió reparar esa injusticia histórica.

No sé si Shubert lo ha corregido ya en una nueva edición, pero Espartero ya tiene su sello de Correos y a mí me honra poder repartirlo hoy en una especie de comunión retrospectiva. Ese es el sentido de la Historia: el reconocimiento del mérito de quienes nos precedieron. Por eso quiero aprovechar este acto para hablar de otro logroñés desconocido para las actuales generaciones y hasta hace muy poco, también para mí.

Me refiero a Patricio Pedro Escobal, el defensa lateral apodado "El Fakir" que llegó a ser capitán del Real Madrid y olímpico en los Juegos de ParÍs con la Selección Española. Los mismos Juegos Olímpicos rememorados en "Carros de Fuego". Además de Harold Abrahms, el velocista judío de Cambridge, y Eric Liddle, "el escocés volador", allí estuvo también el logroñés Patricio Escobal. Pero además de futbolista olímpico, Escobal fue también ingeniero de este excelentísimo ayuntamiento de Logroño y militante del partido de Azaña, Izquierda Republicana.

"En los 21 años que viví en Logroño nadie me habló jamás de algo terrible que había sucedido sólo 16 años antes de que naciera a 200 metros de mi casa"

En julio de 1936, poco después de que la sublevación militar triunfara en esta ciudad, fue detenido y encarcelado en varias prisiones hasta que, gracias a su notoriedad deportiva, a una enfermedad que padecía y a la intercesión de un general italiano, se le permitió tomar el camino del exilio a Cuba. Luego vivió en Estados Unidos y escribió un libro de memorias, traducido como Las sacas, cuya reedición cayó casualmente hace un par de meses en mis manos.

Dos cosas me impresionaron profundamente cuando empecé a leerlo. La primera que la etapa inicial de su cautiverio la pasó, entre ratas y piojos, en el Frontón Avenida, la prisión improvisada en la que todas las noches se producían "las sacas" que abocaban al fusilamiento clandestino, extrajudicial y alevoso de decenas, de centenares de personas adeptas a la República. Y resulta que ese Frontón, reconvertido luego en un cine y un garaje estaba en la calle paralela a Colón, entre Calvo Sotelo y Duquesa de la Victoria, justo enfrente de un bar al que yo iba con mis compañeros del equipo de baloncesto de los Maristas a tomar una caña y un emparedado, recién salidos de la ducha.

Todavía me impresionó más aún que, ni en los veintiún años que viví en Logroño, ni en ninguna de las múltiples veces que volví con posterioridad, nadie me habló jamás de algo terrible que había sucedido sólo dieciséis años antes de que yo naciera a doscientos metros de mi casa. Tuve que tropezarme con ese ejemplar en la librería Antonio Machado para enterarme, casi medio siglo después de salir de mi ciudad, de que había existido Patricio Escobal, de que había existido aquella prisión y de que se habían producido aquellas sacas. Más que un sello de Correos, esa dramática e injusta peripecia merecería el homenaje de otra película como aquella que ganó tantos Oscar.

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No quiero sacar conclusiones ideológicas, entre otras razones porque es probable que en los meses anteriores a esos hechos también se cometieran en esta ciudad, como en tantas otras ciudades españolas, barbaridades de distinto signo que aun hoy desconozco. Pero lo que sí quiero dejar claro es que todos nuestros recuerdos no son sino fragmentos de un pasado sembrado de espacios vacíos que en la medida de lo posible todos deberíamos esforzarnos por llenar.

Así como en su día algo se afianzó a mi alrededor al descubrir que la Duquesa de la Victoria había triunfado en una guerra remota que terminó con un abrazo de reconciliación, hoy me siento más completo, y más inquieto, al descubrir esta parte triste y repudiable del pasado de mi querido Logroño, de mi querida Logroño.

Mi Logroño del patio del colegio con sus canastas de minibasket y su campo de fútbol de tierra; de la rivalidad entre los Maristas y los Escolapios -ellos nos llamaban los "manguistas", nosotros a ellos los "escolatrapos"-; de las funciones de los Reyes Magos en el teatro Bretón en las que dos años seguidos me tocó el Cajón Sorpresa lleno de juguetes y muchos niños creyeron que era tongo.

Mi inolvidable Logroño de los vibrantes sermones del padre Gato en misa de doce el domingo en la Redonda; de los capuchones de cartón y los cirios goteando cera sobre nuestros guantes blancos en las procesiones de la Semana Santa; de las horas de espera en la terraza del Gran Hotel para pedirles autógrafos a Diego Puerta, Paco Camino o El Viti; de las corridas de San Mateo o las novilladas de San Bernabé; del escándalo del día que el boxeador Luis Folledo, reconvertido en torero, salió de la plaza escoltado por la Guardia Civil bajo una lluvia de almohadillas al ser incapaz de estoquear a ninguno de sus dos toros.

"Nuestros recuerdos son fragmentos de un pasado sembrado de espacios vacíos que en la medida de lo posible todos deberíamos esforzarnos por llenar"

Mi amado Logroño de las gestas en Las Gaunas –"Chuta, que chuta, que chuta; aúpa, aúpa el Logroñés; chuta que chuta otra vez"-, con el rubio portero Illumbe, Cachicha, Belaza, Ocio, Abilio, Lavernia, Mundo, Hidalgo y tantos otras figuras que a los diez o doce años nos parecían tan buenos como Pelé; de aquella gran injusticia arbitral cuando nos cerraron Las Gaunas y tuvimos que jugar en el campo del Osasuna: "Todo Logroño a Pamplona, por culpa de Casasola" (Ruiz Casasola, así es como se llamaba el árbitro que desató el escándalo).

Mi proustiano Logroño de las pastelerías míticas: La Exquisita, Iturbe, la Mariposa de Oro; de los helados de La Veneciana que nuestros padres traían los domingos a casa en cajas de corcho con asas de cinta de persiana que había que devolver los lunes; de los primeros ligues, esperando a las chicas con sus uniformes de faldas plisadas a la salida de la Enseñanza; aquel Logroño en el que el obispado protestó porque la comisión de las fiestas de los Maristas de la que era presidente organizó un festival de música en el patio del colegio, seguido de baile, y a mí no me importó nada porque fui el presentador del evento con un traje cruzado y un jersey blanco de cuello vuelto, acompañado de una chica que me gustaba y a la que mi padre llamaba "Pili palillos" porque tenía las piernas delgadas como Twiggy.

Aquel Logroño iniciático de los guateques, los chamizos y el zurracapote; de mis primeras prácticas de verano en Nueva Rioja cuando entrevisté a cantantes, pelotaris, futbolistas y toreros y a una jovencísima Ana Belén que interpretando Sabor a miel me pareció una criatura celestial…

Aquel Logroño mágico en el que mi padre y yo íbamos al bar Texas en la propia calle Colón y el camarero que nos ponía unos vinos era este mismo admirable Félix Revuelta, este riojano ilustre y munificente como pocos, que partiendo de la nada ha construido un imperio en el terreno de la alimentación saludable y tanto se ha volcado por ayudar a su ciudad, y no sólo en el plano deportivo.

Pedro J. Ramírez (i) sostiene la Medalla de Oro de la Ciudad de Logroño en el ayuntamiento de la capital riojana.

Pedro J. Ramírez (i) sostiene la Medalla de Oro de la Ciudad de Logroño en el ayuntamiento de la capital riojana. EE

Aquel Logroño en el que mi querido hermano y yo jugábamos a mil juegos reales o inventados; en el que mis cuatro hermanas pequeñas crecían desarrollando su enorme personalidad, aguantando nuestras bromas, mientras nuestra madre, siempre cariñosa y llena de luz, preparaba la cesta de la merienda para improvisar un pícnic entre rosales y fresones y nuestro padre fumaba Ducados o Camel, mientras se quejaba de que los jerifaltes del sindicato vertical eran unos vividores y discutía con su suegro, mi abuelo Pepitu, sobre si los castellanos prosperábamos o no a costa de los catalanes.

Aquel Logroño de estos recuerdos que afloran y se mezclan con los de cada uno de vosotros en una rima consonante o asonante, en una acumulación de vivencias que añaden nuevas capas asfálticas que se sobreponen y tapan las del Logroño de doña Jacinta o el Logroño de Patricio Escobal.

Si yo tuviera que fundir todas mis vivencias en una sola palabra diría "concordia". Cuándo alguien me pregunta cómo era el Logroño de mi infancia y adolescencia, siempre contesto que era una ciudad sin conflictos: sin crímenes, sin robos, sin inquinas patentes, sin grandes riquezas, sin pobrezas extremas. Una ciudad abierta, acogedora, cordial y tolerante.

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Tal vez yo tenga idealizada a esta ciudad que es mi patria interior y profunda, tal vez yo no reparara en sus defectos e injusticias, pero es significativo que durante el último medio siglo mi descripción se mantenga en pie, amplificada por la democracia y la prosperidad.

Logroño ha tenido siete alcaldes constitucionales. El primero fue de la UCD y de los seis siguientes, tres han sido del PP y tres del PSOE. A cinco de ellos les he tratado personalmente y siento por ellos un gran respeto y aprecio. Algo querrá decir que en seis ocasiones los logroñeses se hayan inclinado por la alternancia virando hacia un lado u otro del eje de la moderación. Es lo propio de una sociedad madura que vota con la razón y valora a los buenos gestores. Es lo civilizado y europeo. Lo contrario del sectarismo y el frentismo.

"Dice Cuca Gamarra que yo defiendo la utopía romántica de la 'gran coalición'. En realidad, me conformo con la 'gran colaboración'"

En este doble año electoral los dados están rodando. Todos los pronósticos apuntan a que las urnas de mayo van a estar especialmente reñidas en La Rioja y desde luego en Logroño. Por eso, de cara a las elecciones generales yo me fijaré en el resultado que se produzca el 28 de mayo en este ayuntamiento, casi más que en las encuestas. Porque si descontamos el desfase que a veces ha habido entre las municipales y las generales, el inquilino de la Moncloa ha sido siempre del mismo partido que el alcalde de Logroño.

Este 2023 habrá lógicamente un vencedor y un vencido, pero por fortuna las diferencias entre los grandes partidos son hoy mucho menores que en tiempos de Patricio Escobal y no digamos que en tiempos de Espartero.

Dice Cuca Gamarra que yo defiendo la utopía romántica de la "gran coalición". En realidad, me conformo con la "gran colaboración" en asuntos de interés general tanto para la patria chica, como para la patria grande. Me conformo -y creo que no es poco- con que, en palabras de Espartero, los triunfadores y los derrotados se reconozcan "como miembros de una familia con olvido del pasado y reconciliación fraternal que haga duradera la paz que todos los pueblos apetecen".

[Pedro J. Ramírez recibe la Medalla de Oro de la Ciudad de Logroño por su trayectoria profesional]

Por eso Logroño fue un día tan capital de Europa como Florencia, Bruselas o París: porque desde esta ciudad nuestro paisano adoptivo y sus seguidores alentaban esos valores. Los valores del liberalismo, del progresismo y del incipiente socialismo democrático. Los valores de la concordia que, a pesar de todos los vaivenes, paréntesis y traumas sumergidos, continuaban flotando, como digo, en el ambiente de la ciudad en la que yo nací e impregnaron de por vida mi vocación como periodista y mi aspiración como ciudadano.

Por eso llevaré siempre esta medalla muy cerca del corazón y os pido que preservéis ese legado de convivencia en libertad para que todos los que lo hemos recibido podamos seguir proclamando con orgullo: "Sí, yo soy logroñés".