Empieza un nuevo año y todos tenemos nuestros propósitos y nuestros deseos. Los personales, nada sorprendentemente, se parecen demasiado a los del año pasado. Casi podríamos mantener la misma lista, solo renovando la última cifra del año. Porque claro: aprendemos extraordinariamente poco en 365 días.

Los generales han variado, como no podía ser de otro modo, tras el asombroso gran año electoral. Después de las elecciones andaluzas, las municipales y autonómicas, las catalanas del 27-S y el extenuante e interminable 20-D, estamos más perdidos que antes de empezar este maratón de comicios. Y lo que es peor: probablemente no hayamos concluido todavía, pues todo parece indicar que esta carrera de obstáculos e intransigencias varias no ha acabado aún.

Por eso, a los hados de Fin de Año, en quienes creo mucho más que en el del trineo finlandés o en los magos orientales, quiero pedirles, para 2016, políticos que cumplan con sus programas; que respeten en el período poselectoral lo que juraron en la campaña; que denuncien la corrupción y que no que se sometan a ella; que respeten la voluntad popular exhibida en las urnas; que sean consecuentes con los resultados logrados; que tengan otras capacidades alejadas de la política para evitar que se aferren, como hacen siempre, a lo único que saben (?) hacer; que acepten el juego democrático interno; que sean capaces de dialogar abierta y constructivamente con otras fuerzas políticas; que negocien y que pacten salidas a los callejones que parecen no tenerlas; que depongan el egoísmo y accedan a irse cuando se han convertido en un problema; que no se consideren imprescindibles: no lo son; que no tengan miedo a abandonar la política y que, cuando lo hagan, pasen de largo cuando aparezca una puerta giratoria; que superen los empates absurdos; que trabajen por el bien común, no el propio, y tampoco el de su Partido; que no hibernen durante tres años y medio, o se refugien en pantallas de plasma, para luego aparecer bailando en El Hormiguero, como si siempre hubieran estado disponibles; que no tomen por tontos a los votantes: no lo somos; que no nombren tesorero a delincuentes potenciales; que no se inventen cursos de formación para beneficiar a los amigos y familiares; que no se sumerjan en la ola independentista mientras engordan sus cuentas andorranas; que no se insulten ante diez millones de espectadores, ni ante uno solo de ellos, pero que sean claros y contundentes en sus argumentos; que acudan a debatir con sus rivales políticos frente a la ciudadanía: tenemos derecho a examinar a quien pretende vivir del dinero público y desea dirigir los destinos de nuestro país; que tengan una enorme capacidad de trabajo y que este sea de la máxima calidad; que tengan la remuneración suficiente y vean satisfechas sus necesidades económicas, y se olviden del dinero; que sean inteligentes y hábiles, y luchadores y perseverantes, y también humildes; que no tengan nada que ocultar y que, finalmente, nos gobiernen.